septiembre 27, 2007

Recordando a Monterroso

El beso de rana

Copán estaba llena de gente y no era para menos, pues por la inminencia de un fenómeno astronómico, a las usuales ofrendas de posol –bebida de maíz fermentado– y los tradicionales cánticos que atraían a los chacs –espíritus que favorecían y protegían los maizales–, iba a ser añadido un rito especial: el sacrificio de un ser humano.

Ahbayal y Kaxenoc habían recibido, pocos días antes, la orden de los jefes mayas para salir a buscar la persona cuya sangre serviría de ofrenda a los chacs. Estos espíritus necesitarían de ella para nutrirse y fortalecerse, porque ellos tendrían que dar la energía que el sol habría de negar a los cultivos, ya que no faltaba mucho, de acuerdo a los cálculos de los sacerdotes, para que el astro rey dejase de dar luz. Y aunque el fenómeno duraría poco, el maíz, base de su economía, no podía ser descuidado.

Ahbayal y Kaxenoc se sintieron honrados y afortunados por la nominación de la cual habían sido objeto, ya que sabían que les redituaría generosos obsequios y una parte de la cosecha mayor a la que habitualmente recibían, además del prestigio de contar con un lugar de honor en la ceremonia de sacrificio.

Ambos guerreros emprendieron camino hacia el norte y luego de siete horas de marcha, divisaron a un cazador tolteca. Debidamente escondidos, planearon la forma de capturarlo vivo, momento en el cual, Kaxenoc le contó a su compañero un secreto que había estado guardando con celo por dos años. Casualmente Kaxenoc había descubierto que la saliva de ciertos batracios producía el adormecimiento de la parte del cuerpo en la que fuera vertida, y que por medio de dardos ésta podía ser introducida en el cuerpo de un animal, quedando éste inconsciente por unas horas. Procedieron entonces a untar pequeños dardos con la saliva del batracio que Kaxenoc había llevado consigo y disponiéndose a manera de emboscada, soplaron las cerbatanas al mismo tiempo, llegando a impactar en el tolteca el dardo que los pulmones de Ahbayal habían impulsado. El retorno les demoró tres hora más por el peso extra que debieron cargar, pero bien valió el esfuerzo, porque fueron recibidos como héroes por los pobladores.

Tres días después, en la atiborrada Copán, el tolteca –que había seguido recibiendo pequeñas dosis del casi inofensivo veneno, posteriormente nombrado “beso de rana”– era amarrado en el altar de sacrificio. Habrían de pasar un par de horas más para que el tolteca recobrara el juicio, hallándose inmovilizado por las ataduras y denotando su rostro la gran confusión en la que se encontraba sumida su mente, expresión que fue cambiando a espanto cuando se dio cuenta del porqué de su apresamiento. Aterrorizado, gritaba en nahua, su lengua originaria, frases incomprensibles para los mayas, pero que muy probablemente eran suplicas de clemencia.

Haciendo oídos sordos a los balbuceos del tolteca, todo estaba dispuesto: los sacerdotes recitaban aletargadamente oraciones reservadas sólo a ellos; los jefes, de pie y con vestimenta de fiesta, hacían guardia alrededor del cuchillo que habría de servir para perforar el pecho del que oficiaría de ofrenda. Por su parte, Ahbayal y Kaxenoc, habían sido acomodados a la derecha del altar y lucían los nuevos atuendos con que el sacerdote mayor los había obsequiado por su magnífica y rápida faena.

Kaxenoc, especialmente, tenía motivos para sentirse orgulloso, pues su descubrimiento había posibilitado una captura sin derramamiento de sangre, la cual, obviamente, no podía ser desperdiciada. Pero en su humilde mente no cruzaba la idea de que su método de captura dejaría de ser secreto y se convertiría en la norma cuando de capturar ofrendas se tratara. Y ni siquiera se salvarían de la saliva anestésica los españoles, que llegarían a la posteriormente nombrada América, con mayor desarrollo científico, pero neófitos en las innumerables artimañas selváticas. Tal sería el caso de fray Bartolomé Arrazola, quien respondiendo a la confianza que Carlos V tenía en su labor evangelizadora, emprendería viaje a los territorios mayas, con tan mala fortuna que un buen día, hallándose perdido en la selva, sería alcanzado por un dardo, anónima herencia de Kaxenoc, y, al igual que el tolteca que estaba a punto de ser sacrificado, recibiría un certero tajo en el pecho, dejando que su sangre sirva de nutriente a los chacs, que una vez más, debido a un eclipse, deberían fortalecerse para proteger los cultivos.

septiembre 21, 2007

Picardía urbandina



La semana pasada, un urbandino dedos de seda se apropió de mi billetera. No tenía plata y la billetera era ordinaria, por lo que el carterista ha debido quedar bastante frustrado. Al principio, me causó gracia imaginar al ladronzuelo revisando la billetera una y otra vez hasta convencerse de que en ella sólo había un carnet; sin embargo, recién entonces me di cuenta de que me había quedado indocumentado y que, si bien no perdí dinero, tendría que emprender el moroso trámite de renovar mi cédula de identidad.

Hoy me llamó mi prima para pedirme que mañana le hiciera el favor de llevar a su hijo al pediatra, y como la idea no me pareció atractiva, le dije que no podría hacerlo porque iba a tener una reunión de trabajo. Feliz por haberme zafado de ese favorcito, me armé de valor y me dirigí, bastante temprano, a las dependencias de Identificación para realizar el trámite con que se obtiene esa cartulinita plastificada que certifica que existo. Debo admitir que me sorprendí bastante, pues ahora el proceso es más ágil debido a que la Policía Nacional, por fin, decidió modernizarse y jubilar las bulliciosas máquinas de escribir, reemplazándolas por modernas computadoras equipadas con cámaras digitales.

Al darme cuenta que, a pesar de las largas filas, el trámite se estaba realizando con celeridad, calculé que en media hora podría irme a comer tucumanas. Todo marchaba sobre ruedas hasta que me tocó cancelar los 17 pesos que cuesta la cédula; sólo había un cajero, cosa que no habría sido mayor problema, de no mediar una nueva y noble norma: las mujeres con bebés en brazos o aguayos deben ser atendidas con extrema preferencia, de tal modo que cuando el cajero o el oficial que lo custodia notan que alguna dama carga a su retoño, inmediatamente le hacen avanzar hasta el primer puesto de la fila.

Mientras hacía cola, una joven señora, cargando un regordete bebé en brazos, se formó detrás de mí. El niñito resultó ser un coqueto urbandino, pues apenas le dirigí la mirada, esbozó una pícara sonrisa y movió sus manecitas. Obviamente, se ganó mi simpatía de inmediato y comenzamos a comunicarnos mediante gestos faciales. Al poco rato, cuando nuestro diálogo ya era fluido, el oficial de la caja llamó a su madre para que avanzara hasta la ventanilla; no me quedó más que despedirme del pequeñín, apretándole con suavidad el cachete en el que ostentaba un lunar de regular tamaño.

No creo que hayan pasado más de tres minutos, cuando me pareció ver a mi amiguito lunarejo pasando por mi lado, rumbo a la ventanilla, cargado por una señora que fácilmente podría haber sido su bisabuela. “Todas las wawas son iguales”, pensé, desechando mi susceptibilidad. Y me obligué a pensar lo mismo once veces más, pues sólo así podía controlar la rabia que, después de veinticinco minutos de hacer fila, iba creciendo contra la “noble” medida que favorecía a las señoras con neonatos cargados.

Mi paciencia se vio rebasada cuando, al escuchar una risita familiar, me di la vuelta y miré al señor que estaba después de mí sosteniendo al crío del que, media hora antes, yo me había despedido con un cariñoso pellizco. Todos mis esfuerzos por contenerme se fueron al diablo cuando el oficial gritó: “El señor con la wawita, que pase adelante”. “Este no es su hijo”, grité con indignación. “Yaaaaa, qué te pasa, che, estás ofendiendo la honra de mi mujer”, me respondió el muy cínico, y antes de que yo pudiera contra argumentar, el oficial se acercó para decirme, con tono intimidador: “Joven, mejor tranquilícese, si no, voy a sacarlo de la fila”. Colorado de rabia, tuve que quedarme callado mientras el crío pasaba por mi lado sonriendo burlonamente, y apenas pude evitar la tentación de reventarle su horrible y descomunal lunar con un pellizcón de madrastra.

Luego de contar hasta cien para calmarme, me puse a observar bien cuál era la movida. Entonces, después de observar cuidadosamente durante veinte minutos, calculé que en ese recinto sólo había tres bebés, los cuales eran utilizados por distintas personas para poder acceder al beneficio de la nueva norma. Lógicamente, el oficial y el cajero estaban en combinación con las tres madres que cedían a sus infantes por un módico precio, lo cual implicaba que ningún reclamo sería escuchado.

Comprenderán que después de estar una hora en esa fila, ya veía a todo con cara de tucumana, razón por la cual decidí no perder más tiempo y me conseguí un “hijo”. Como ya éramos amigos, entablé el negocio con la madre del lunarejo: “¿Cuánto está la wawa?”. “Diez pesitos, joven; doce con aguayo”. Así, con el crío en brazos, el oficial me hizo saltar la fila y pude, finalmente, cancelar los 17 pesos.

Cuando devolví al bebé, el muy marica estaba chillando como sirena de ambulancia. “¿Qué ha pasado, qué le ha hecho a mi wawa?, me preguntó su madre. “Nada, doñita, se ha asustado porque aquel caballero le ha hecho gestos”, respondí y me alejé rápidamente, antes de que ella se diera cuenta de la hinchazón en el cachete de su hijo.

Mañana, a las 08:30 iré a recoger mi nuevo carnet de identidad. Por eso, llamé a mi prima y le dije que había cancelado mi reunión para poder llevar a mi sobrinito al pediatra. La cita con el médico es a las 11:30, por lo que calculo que, durante tres horas, podré ganar unos 200 pesos para las chelas de la noche.

septiembre 16, 2007

Bizcocho quemado

Me temo, licenciado Villagrán, que hoy no quiero abrir las piernas. No me miré así, que esa carita de cachorro abandonado no me hará cambiar de opinión; tampoco así, eh, que entre nosotros ya no cabe la pose de jefe mandón. ¿Explicación? ¿Acaso es necesario explicar que hoy no tengo ganas de fingir un orgasmo? Sí, fingir, escuchó bien, dije fingir; y no se haga el sorprendido, ¿o alguna vez pensó que su cuerpo grasiento y su aliento apestoso me excitaban siquiera un poquito? ¡Ja!, ¿eso es todo lo que puede hacer: pegarme? ¿Y ahora qué, me violará? Eso está mejor, licenciado, mucho mejor, es más digno de su jerarquía: despedirme. Sin embargo, me temo que hoy no tengo ganas de quedar desempleada, es más, todo lo contrario, tengo ganas de un asenso y un aumento, ¿que le parece? ¿Loca, yo? No, licenciado, no estoy loca, simplemente estoy embarazada. Y para que vea que no soy mala persona, a cambio de no contar a nadie que es usted el padre del bizcochito que llevo en el horno, sólo le pido un puesto menos degradante y un salario más acorde con mi nuevo estado, porque además, no pienso pedirle pensiones, sino que voy a valerme por mis propios medios para mantener y criar a nuestro... perdón, a mi hijo. ¿De qué se ríe, licenciado? ¿Le parece gracioso embarazar a su secretaria? Ojalá que su esposa también encuentre esta situación graciosa. ¿Nadie me va a creer? No sea iluso, licenciado, y no se arriesgue a un escándalo público; mire que vine con las mejores intenciones de no perjudicarlo, no haga que me arrepienta. ¿Por qué llama a seguridad? ¿Es que no me escuchó? ¿No ha entendido que estoy esperando un hijo suyo? Su-yo, suyo, licenciado. ¡Suéltenme! Dígales que me suelten, licenciado, me están lastimando. ¡Todo el mundo se enterará de esto, licenciado, se lo juro! ¿Qué cosa? ¿Usted hizo qué...? ¿Vasectomía? ¡Suéltenme!

septiembre 13, 2007

Encuentro Primaveral




El viernes 21 de septiembre recibiremos la primavera entre blogueros, comentaristas y lectores, compartiendo una parrillada, muchos tragos y mucha charla.

La reunión será a las 20:00, en Achumani, Av. Aviador # 4 (de la calle 9, Plaza Escalante, subiendo dos cuadras).

El aporte es Bs. 25, para entregarlo y confirmar asistencia (máximo hasta el viernes a medio día), por favor contactarse con los teléfonos:

70675974 – Junior
70149590 – Willy
70665343 – Ceci
72584068 – Oscar
76255778 – Clarita


¡NO FALTEN!

septiembre 11, 2007

Rosadito punto com

¿Me amas?, le preguntó como de costumbre. “Más que a mi vida”, contestó él, siguiendo la rutina del romance. Así continuaron, durante media hora, con el ping-pong rosa cotidiano, necesario, según ella, para confirmar el sentimiento que los unía; útil, según él, para llenar los vacíos de sus charlas: “¿Cuánto me quieres? De aquí hasta la luna. ¿Me amarás toda la vida? Y toda la muerte, también. ¿Alguna vez amaste así? El amor lo conocí contigo. ¿Etc.? Etc.”. Luego, se despidieron melosamente, prometiendo volver a encontrarse al día siguiente, a la hora acostumbrada y en la misma sala de chat. Recién entonces, Nanda salió del café internet y corrió a su casa, pues su padre tenía que recogerla para llevarla a cenar y festejar su treceavo cumpleaños, mientras Fernando apagaba la computadora y salía con prisa de la oficina, pues era el cumpleaños de su hija y había prometido llevarla a cenar.

septiembre 03, 2007

Bloguivianos: muchas gracias


Según la sabiduría popular, en Santa Cruz la hospitalidad es ley. Pues bien, nadie infringió esa ley durante el Bloguivianos 2007. Nos trataron tan bien que casi enviamos nuestras renuncias por fax, para quedarnos a vivir en la ciudad de los anillos. Sólo por citar un ejemplo de la magnífica hospitalidad cruceña, les cuento que muy pocos de los que llegaron del interior se alojaron en hoteles, pues la mayoría fuimos alojados por amigos blogueros. Particularmente, a mí me toca agradecer a Ronaldo, un anfitrión de lujo.

El encuentro de blogueros fue un éxito, no sólo por la brillante organización y el esfuerzo de Sebastián Molina y toda la gente de Mundo al Revés, sino también por el espíritu de sana confraternidad de todos los concurrentes. No voy a citar nombres porque conocí a muchísima gente linda y no quisiera cometer el error de olvidarme de alguien.

El próximo año nos toca a los urbandinos organizar el Bloguivianos 2008. La tarea será difícil, ya que lo realizado por cruceños y cruceñas bordeó la nota perfecta. Sin embargo, nos comprometemos a esforzarnos para alcanzar un nivel y hospitalidad similares.

Bloguivianos, muchas gracias por esta hermosa experiencia.