mayo 24, 2007

Hijoputismo

“¡Hijo de puta!”, le grita a la cara. “Sí, ¿y qué?”, le responde el otro, “por lo menos, yo sé cómo gana plata mi vieja, mientras que la tuya se ha vuelto millonaria milagrosamente desde que es diputada”. Semejante argumento pone fin a la discusión y evita que la cosa llegue a mayores. Sin embargo, no es muy frecuente que alguien realice tal despliegue retórico cuando algún cholo atrevido enloda el honor materno; de hecho, generalmente ocurre que el hijo de la agraviada salta sobre el ofensor y lo somete a un despiadado masaje facial.

Pero, ¿por qué la gente se irrita tanto cuando se le dice “hijo de puta”? Si lo analizamos con calma, no es un insulto directo, pues en realidad se está ofendiendo a un tercero. Y a veces es muy saludable emplear esa lógica, tal como me ocurrió hace algunos años, cuando un gorilón de dos metros de altura y tres metros de ancho, buscando pleito, se agachó para mirarme directo a los ojos y gruñirme: “hijo de puta”. Tratando de contener la tembladera, simulé naturalidad para contestarle: “Mirá, viejito, no sé qué problemas tendrás con mi vieja, pero deben ser graves para que la insultes tan feo; mejor sería que con ella nomás arregles el lío, yo no tengo nada que ver en su peleas”.

Además, la prostitución es un oficio honesto e incluso altruista, pues las nobles meretrices otorgan placer a aquellos pobres desdichados que, por feos, están condenados a jugar solitario toda su vida; esos tipos que cuando uno los mira piensa: “a éste, en vez de parirlo, lo han cagado”. Viéndolo de ese modo, “hijo de puta” no podría considerarse como insulto. Creo que muchos han debido reflexionar sobre esto y, respetando la dignidad de las trabajadoras sexuales, han optado por insultar a las madres ajenas diciendo: “hijo de perra”.

Claro que esa modificación es simplemente un eufemismo que, en todo caso, resulta ser un doble insulto, pues no sólo ofende a las madres, sino también a las putas. Obviamente, el descriteriado que empezó a hijoperrear planteó una analogía entre las perras y las putas, lo cual no tiene ningún sustento lógico. Me imagino que la analogía se basó en lo siguiente: que las perras se meten con muchos perros, y las prostitutas, con muchos hombres. Sin embargo, no se consideró que las perras lo hacen por instinto, sin técnica y gratis; mientras que las putas lo hacen por voluntad, empleando técnicas amatorias y cobrando por su laburo. Por lo tanto, es inadmisible que se compare y equipare a las dignas samaritanas del catre con las calenturientas hembras de la especie canina. Afortunadamente, la sabiduría popular ha enmendado tremendo error, creando una definición concisa para hacer notar la diferencia: “puta es la que se encama con todos; perra es la que se encama con todos, menos contigo”.

Ahora bien, es necesario mencionar que el urbandino es un ser ambiguo y complejo: hijoputea para insultar y también para halagar. Es común que los cholos paceños reconozcamos las destrezas del prójimo exclamando, por ejemplo, “¡el Vicho es un hijo de puta para el fútbol!”, “¡el Cucas es un hijo de puta para el álgebra!”, “¡el Tajos es un hijo de puta para los golpes!”. En este caso no se trata de un halago a terceros, sino más bien de un lamebolismo directo. Si bien esta forma de hijoputeada no implica un agravio a las progenitoras, ni menoscaba la dignidad de las discípulas de Magdalena, incurre en una exageración que, indirectamente, subestima la calidad reproductiva de las mujeres que no ejercen el oficio más antiguo del mundo. Me explico: si todo ser que posee algún tipo de habilidad extraordinaria es un hijo de puta, quiere decir que las putas engendran a los superdotados; entonces, las arquitectas, secretarias, empleadas, profesoras, videntes, pildoritas, meseras, abogadas, cocineras, etc., engendran de normales para abajo. Obviamente, las meretrices han aceptado con gusto la exageración; es más, la han asumido como cierta y creen firmemente que son incapaces de procrear seres mediocres. Por eso, se enfurecen cuando algún cholo calumniador dice que los parlamentarios son sus hijos.

En fin, el hijoputismo urbandino es una exquisitez lingüística.






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EL JUEGO/DESAFÍO SIGUE EN PIE, CONTINÚEN ESCRIBIENDO.

mayo 19, 2007

Variaciones de estilo

Hace varios años, realicé unos ejercicios de estilo. Basándome en un relato de Jaime Sáenz (de su libro “La Piedra Imán”), debía reescribirlo de distintas maneras, respetando, en cada caso, una restricción específica. Bueno, el primer texto (“En líneas generales”) presenta un resumen del relato de Sáenz; los demás son algunas de las variaciones que escribí.

En líneas generales

Jaime compró un impermeable liviano y oscuro, cuyo aroma le parecía del Japón. Fue una prenda especial, porque carecía de botones y bolsillos, lo que le obligó a utilizar un cordón para amarrárselo en la cintura, sirviéndole este artificio para sujetarse los pantalones también. Un día, el Malevo Sanjinés y el Japonés Uría, bebedores consuetudinarios, le preguntaron de improviso si quería venderles su impermeable, a lo que él contestó que no. Entonces, le expresaron su admiración por la prenda y le preguntaron en dónde lo había comprado, respondiéndoles Jaime que lo adquirió en Japón. Ambos personajes empezaron a manosear el impermeable, razón por la que él, sin perder la compostura, retrocedió, se lo sacó y lo hizo desaparecer en un santiamén, a través de la sisa de su chaleco. Esta acción dejó boquiabiertos a sus amigos, quienes, finalmente, lo llevaron a tomar chicha. Sin embargo, tercos y molestosos, le pidieron con insistencia que les volviera a mostrar el impermeable, a lo que él accedió; pero luego, lo hizo desaparecer en la manga de su saco. Con el ánimo de calmarlos, les dijo que encargaría del Japón dos impermeables idénticos para ellos, pero que eso tardaría un poco porque ese país estaba en guerra.

Variación con idiolecto:


Economista

El individuo sujeto de estudio, que estaba en edad económicamente activa, seguro era desempleado. Digo esto, por la pobre indumentaria que vestía: un impermeable sin botones, cerrado con una cuerda atada en la cintura. Sus amigos, tal vez comerciantes minoristas -lo digo también por su apariencia-, hacían gala del circulante que portaban tratando de adquirir la desastrosa prenda. La transferencia de bien por efectivo no tuvo lugar, tal vez por la excesiva demanda opuesta a la escasa oferta. Y posiblemente, para luego recurrir a la especulación, el desempleado ocultó su impermeable. Después, sin respeto por los que no tienen ni para la canasta familiar, los tres sujetos se dirigieron a incrementar el alto índice de consumo de bebidas alcohólicas. En medio del despilfarro monetario, discutieron sobre el alto arancel a la importación de ropa del Japón.

Variación con sinécdoque:

Tesis

El ladrón de este siglo no sabe aplicar el cuento del tío, roba cosas baratas, no posee dedos finos, se deja sorprender fácilmente, se involucra emocionalmente con la víctima y se deja engañar por la misma.
Qué otra cosa se podría concluir, luego de observar a ese par de almas viciadas, fingiendo querer comprar esa ropa oscura, fea y sin botones. Y que luego de manosear la tela, viendo frustrado su objetivo por un par de manos ágiles, toman copa tras copa con esa mente despierta que termina engañando sus egos.
Tesis demostrada.

Variación con quiasma:

Relato de un robo frustrado
(¿O frustrado robo de un relato?)

Es común el robo de un abrigo, pero ellos no le trataron de robar un abrigo común. Éste era oscuro, sin botones y con un extraño olor a japonés, aunque debo decir que los japoneses no huelen extraño. El hecho es que el par de cacos le quisieron hacer el cuento del tío, aunque su tío nunca les contó cómo hacerlo. Talvez por eso no lo hicieron bien, y viéndolo del otro lado, qué bien que no lo hicieron. La víctima, al darse cuenta de sus intenciones, ocultó el abrigo en su chaleco, y entonces comprendieron que no era ningún chaleco su víctima. Para disimular que eran malos, tuvieron que llevarlo a tomar chicha, y qué chicha tuvieron que él sea bueno. Digo esto, porque él, lejos de enojarse, les prometió que les conseguiría abrigos iguales, aunque ellos se enojaron al saber de cuán lejos los traería.

Variación con octosílabos y anadiplosis:

Rimitas I


Jaimito tiene un abrigo,
un abrigo con cordón,
el cordón es una suerte,
una suerte de botón.

Sus amigos lo quisieron,
lo quisieron atracar,
atracar por el abrigo
y el abrigo hizo volar.

Entonces le propusieron,
le propusieron beber,
beber un balde de chicha,
chicha de mal proceder.

Después prometió comprarles,
comprarles a ellos un par,
un par de abrigos iguales,
iguales a su gabán.

Variación lipogramática:

Propongo

Os nombro: coso. Oblongo coso, no rojo, fofo, con ocho hoyos, sólo hoyos. Conozco dos cholos locos por vos, coso rotoso con foco cordonomorfo. Son coro lloroso los cholos: “Lo compro, lo compro, propón costo”. ¡Oh coso oloroso!, os propongo: go to hondo bolso, ¡pronto! Cholos choros, dos por dos ojos son pocos, ¡look look!: no porto coso. Choros doctos, como otros no conozco, os propongo: compro por los toldos ron coco o ron tropoff, lo tomo con vosotros, por nosotros, fondo fondo, bolos todos. Bolos cómodos, connoto: como hoy no doy coso, no por roñoso o por codo corvo, os los compro otro, propongo. Otro no, otros: dos cosos rotosos, sólo con hoyos, oblongos, fofos, no rojos, olorosos, con focos cordonomorfos, from Hong Kong, os doy otro otoño. No comploto dolo, soy cholo honroso.

Variación con soneto:

Rimitas II

Caminaba Jaime por una cuesta,
con un abrigo oscuro y sin botones,
cuando un par de sujetos muy bribones
le hicieron por el mismo una propuesta.

Como negativa fue su respuesta,
agarraron su impermeable a jalones,
por lo que él, sin esperar más razones,
lo ocultó sin dar lugar a protesta.

Sin desánimo, a beber lo llevaron,
e iluminados por unos faroles,
por el abrigo de nuevo rogaron.

Él, con la cabeza llena de alcoholes,
pedir, de donde el suyo lo importaron,
un par igual para ellos prometioles.

Variación libre:

Numerológicamente

Te lo digo, hermano, los números dicen todo. Por ejemplo, el número de tu impermeable es el once. ¿Por qué? Porque “impermeable” tiene once letras. El once es un número terrible. Sólo para demostrarte que es verdad: “ningún botón” suma once letras. Ya ves, once es igual a once, por lo tanto, tu impermeable no tiene ningún botón. ¿Es así o no?
Ahora bien, esos dos amigotes tuyos, el Japucho y el Malevo, siempre me dieron mala espina. “Japucho” tiene siete letras y “Malevo” tiene seis. Sumadas ambas palabras dan un total de trece letras. Ellos te quisieron quitar del medio, ¿verdad? Pues si tú quedabas fuera, ellos se quedaban con el impermeable: “tú” tiene dos letras, y trece menos dos es igual a once. Aystá, los números no mienten, hermanito, los números no mienten.
Pero además, “sisa” tiene cuatro letras, y “chaleco”, siete. Sumadas todas dan once. Restando esas once de las once de “impermeable”, da cero. Tal como pasó: hiciste desaparecer el impermeable en la sisa de tu chaleco. Si esto de los números no son coincidencias, hermanito.
Pero veamos lo demás. Como ya te dije, “Japucho” y “Malevo” suman trece letras. Si sumamos a eso las de “Jaime”, tu nombre, nos da un total de dieciocho. “Chicha” tiene seis letras, por lo tanto, los números dicen que ustedes tres se tomaron tres baldes de chicha. Hermanito, los números son mejores que los brujos.
Y para rematar, “promesa” tiene siete letras, sumadas a las de “impermeable”, dan un total de dieciocho. “País del sol naciente” tiene dieciocho letras. Obviamente, dieciocho es igual a dieciocho. Eso es lo que hiciste: prometiste conseguirles impermeables del Japón.
Qué tal metal, ¿ya me crees que los números lo dicen todo?

Variación metafórica:

Por refresco

El atacante avanzaba sin marca, con el balón de trapo que sólo mantenía su apariencia circular gracias a una cuerda atada en su parte media. De repente, lo rodearon dos defensores que trataban de adueñarse del esférico, pero el atacante, con hábil gambeta, lo escondió, dejando mal parados a sus marcadores. Una vez finalizado el encuentro, el atacante, que resultó ser el dueño de la pelota, ingería líquidos para refrescarse junto con los dos líberos. Como si se tratara del reprís, el volante ofensivo volvió a demostrar su habilidad con el balón, repitiendo el quiebre de cintura con el cual lo ocultaba. Los defensas quedaron sorprendidos y le pidieron la pelota, tal vez para practicar, pero el nueve les dijo que mejor les conseguiría unas iguales cuando un japonés que le regalaba trapos volviera de sus vacaciones. Después de un pequeño descanso, los tres volvieron a la construcción.






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EL JUEGO/DESAFÍO SIGUE EN PIE, CONTINÚEN ESCRIBIENDO.

Ahora, a prepararnos para el 6º


Bastante concurrido resultó el 5º Encuentro Bloguero Urbandino. Por un momento, pensé que fracasaría, pues a eso de las 20:30, recibí una llamada de Vania, diciéndome que había perdido el vuelo y que estaba en lista de espera para el siguiente; pero en la misma situación se encontraba Miss Litoral y Vania creía que a la reina le darían preferencia. Sus palabras textuales fueron: “Entre la Miss y yo, obviamente que le van a dar el pasaje a ella”. “Tú te cagas, di que eres asesora personal de Evo Morales y listo”, le repliqué yo. Al parecer, la estrategia dio resultado, pues Vania consiguió el pasaje y llegó a la Ínclita a las 22:30. Bueno, para no hacer más largo esto, les dejo algunas imágenes de la velada:






El 6º Encuentro Bloguero Urbandino será el 24 de junio, San Juan, en la casa del Viejo Can (Perro Rabioso). A falta de fogata, encenderemos las piedras volcánicas para preparar anticuchos, que serán debidamente acompañados con sucumbé y té con té.




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EL JUEGO/DESAFÍO SIGUE EN PIE, CONTINÚEN ESCRIBIENDO.

mayo 13, 2007

A preparar los hígados para el 5º






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mayo 09, 2007

Cuento a varias manos. ¿Se animan?

Propongo un juego/desafío: escribir un cuento a varias manos.
El método sería el siguiente:
Hoy postearé el primer párrafo. Cualquiera podrá escribir el segundo párrafo en los comentarios. Bueno, ya que no podrán incluirse todos los párrafos, cada día (o cada dos), asumiré la función de editor/dictador y elegiré uno para añadirlo al texto (en este mismo post). Entonces, cualquiera podrá escribir el tercer párrafo, y así sucesivamente hasta que alguien escriba el párrafo final. El título lo escogeremos después, mediante referéndum vinculante.
Esperemos que funcione y que salga algo bien. AHORA NOS TOCA EL SÉPTIMO PÁRRAFO:


Mira y remira la foto, nocturno ritual que repite desde hace varias semanas, como esperando que ese rostro le diga algo, aunque sea “andate a la mierda”, porque más que el fin de la relación, le angustia el no saber si hubo fin. Y mientras gasta el retrato con su mirada lagrimeante, se maldice por no poder vencer su orgullo y discar los siete dígitos que podrían ponerle fin al suspenso que lo agobia. “Dos, siete, cinco, uno, uno, seis, uno”, se repite mentalmente, como dándose impulso para tomar el teléfono, llamarla y gritarle: “te amo”. Pero no, antes de que el valor llegue a ser tal, repudia la idea y vuelve a clavar la mirada en esa otra que no lo mira, porque cuando le sacó la foto ella prefirió mirar al cielo y no a la cámara. Y sólo descuida la vigilancia cuando está viniéndole el bajón y necesita ponerse otro toquecito de coca, porque eso sí, “la coca hay que consumirla de a poquito, así es más rica y el sobre dura más”, se recuerda a sí mismo, tratando de convencerse de que lo suyo no es vicio pues puede controlarlo. Sin embargo, cuando en su sobre no quede ni media línea, le vendrá una tembladera insoportable, sudará su nerviosismo empapando la ropa y le atacará una depresión que, por la cantidad que consumirá durante la noche, no desaparecerá hasta por lo menos pasado el mediodía, cuando su cuerpo le exigirá descanso y él se lo concederá, sin sospechar que la pesadilla que padecerá durante el sueño trastornará, de manera definitiva e implacable, su vida y la de Matías.

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Matías, su hermano, su cuate del alma, su mejor amigo desde colegio, era el único que se había bancado todas sus borracheras, sus desputes, sus fracasos. Hace unos meses logró conseguirle la pega en el Ministerio, donde Martín podía entrar y salir cuando quería, sin que nadie le reclamara nada, e igual recibir su platita a fin de mes. Sólo Matías estaba a su lado cuando él necesitaba ayuda. Ya ni sus padres querían saber de él; ella menos: se había marchado sin dejarle ni una nota, sin explicaciones, sin peleas, simplemente se fue. Lo único que le quedaba de Lorena eran algunas fotos de la época en que todo había empezado a derrumbarse, de cuando empezaron la rutina y las peleas.

***

La noche y la cerveza tan claras y frías como le gustan, la espuma evaporándose mientras Lorena se encuentra sentada en la misma mesa donde por primera vez se encontraron; la ventana le muestra a las personas que pasan, todas arregladas, como si la ciudad fuera una fiesta a la que todos están invitados. Lorena, distante de lo que sucede en el bar, esbozando una sonrisa enigmática, piensa en lo que hizo hoy, "por fin me desligué de ése", se dice a sí misma. De pronto, gotas de lluvia golpean la ventana contigua a su mesa; ella, sin siquiera darle importancia, mira su pequeño maletín, protegido entre sus piernas. Nunca fue de las personas que llevan muchas cosas, sólo lo necesario, porque, como solía decir, “uno nunca sabe cuándo y hacia dónde destino nos hará volar”. Repentinamente, un cosquilleo cerca del codo que tiene apoyado sobre la mesa le indica que su teléfono está vibrando; mira la pequeña pantalla, el identificador le hace saber quién está del otro lado de la línea, con un movimiento de pulgar acepta la llamada y escucha su voz: "Te quiero, necesito verte".

***

Ella no responde y el silencio se apodera de ese instante. “¿Hola, hola?”, insisten desde el otro lado; sin embargo, Lorena apaga el celular. "Lo hecho, hecho está", se dice. Como quien quiere coquetear con el pecado, desliza sus manos sobre el maletín, lo abre y extrae del fondo un denario de oro. Era el obsequio de su primer aniversario, aquel que le había costado al desdichado tantos meses de trabajo. "Una joya de gran valor", diría cualquier orfebre. Lorena, sin apartar la mirada de la preciada joya, seducida por su brillo y lucidez, se susurra a sí misma: "¡Si!, con esto alcanza". Mientras aquel pequeño baile de amor y traición va sucediendo, un sujeto, arropado contra la lluvia y el rostro casi cubierto, ingresa al local. Atraviesa el umbral y, sin mirar a nadie, parece reconocer a Lorena; se aproxima y se sienta frente a ella, quien, apenas saliendo de su letargo, alcanza a levantar la mirada, al tiempo que pronuncia: “¿Matías?”.

***

“No. ¿Usted cree que don Matías vendría en persona?”, exclama el recién llegado, finalizando su pregunta con una risita fingida. “Bueno, no he venido ha conversar, señorita, sólo me han mandado a recoger lo que tiene para don Matías. ¿Sería tan gentil de dejarlo en el suelo mientras usted hace uso del baño?”. El reloj apenas marca el transcurrir de cinco segundos, pero Lorena siente que han pasado cinco minutos. Finalmente, reacciona; guarda el denario en el maletín y se levanta, empujándolo por debajo de la mesa, mientras se dirige a la mesera: “¿Dónde queda el baño?”.

***

Lorena se arregla el cabello sin conciencia de sus actos, apenas pinta sus labios y sus manos recorren su blusa arreglando un desorden inexistente. El cabello peinado. Los senos firmes. "No pudo ser de otra manera", piensa con ironía. "Después de todo, es por su bien", y apenas se convence. Sale del baño y vuelve a la mesa, el maletín ya no está en su lugar; acomoda el vaso y la botella de cerveza que tiene enfrente antes de sacar otra vez su denario. "Un objeto de gran valor", dice ahora en voz alta, sin inmutarse por la explosión estridente que sacude las ventanas. "Después de todo, es por su bien". La calle se llena de curiosos. El tiempo es inclemente. Sus manos sirven la última copa y el celular brilla con tres llamadas perdidas.

mayo 04, 2007

Divagaciones de un aprendiz

La semana previa al 4º Encuentro Bloguero Urbandino, junto con Roberto Cáceres y Aldo Medinaceli participamos de un encuentro de escritores en Tacna-Perú. Allá, además de las charlas, lecturas y discusiones, también sucedieron extraños sucesos que dentro de poco convertiré en una croniquilla para que se entere todo el mundo, antes de que las malas lenguas hagan llajwa mi honra. Por el momento, pongo a consideración la ponencia/testimonio que leí el primer día del mencionado encuentro.


Divagaciones de un aprendiz


¿Habrá, acaso, algo que pueda vincular las literaturas peruana, chilena y boliviana? Con lógica urbandina, de cholo trasnochador, se podría afirmar categóricamente: “El castellano, ¿o no?” Y claro, el taxista que me dio tan sabia respuesta, malhablando el idioma cervantino, con el bollo de coca inflando el cachete, ha debido crecer con el Chavo del 8, las novelas de Talía y, ¿por qué no?, con Laura en América, alimentando su experiencia idiomática y su saber lingüístico, mientras en el aula una vetusta profesora, digna defensora de las reglas gramaticales, se desgañitaba impartiendo las normas que hacen del castellano una de las lenguas más complejas del mundo.

Este primer párrafo, a todas luces rebuscado, sin ninguna información que ilustre el amplio saber de los académicos aquí presentes, no tiene por fin metaforizar algo que ya es bien conocido: que el castellano es tan diverso como la papa, tan ambiguo como la fiesta, tan riguroso como las dictaduras, aunque tan libre como el mercado, mas no el del capitalismo indolente, sino más bien como el del mercado de barrio, donde la carnicera puede entender lo que la pituca requiere, donde la verdulera puede dialogar con el esposo castigado, donde las palabras le hacen gambeta al diccionario y donde el idioma, imperfecto e incompleto, hace evidente que Babel no fue un castigo divino, sino un regalo diabólico.

¿Dónde se habla el mejor español? De hecho, en España, no. Es que la “madre patria” está compuesta de muchas patrias, todas con sus propias lenguas; es decir, todas con sus propias visiones de mundo. Muchos suelen decir que en La Paz cualquier hispanohablante puede comunicarse sin ningún problema. Obviamente, yo, con un halo patriotero, debería corroborar dicha afirmación; sin embargo, y sin muchas vueltas, no me queda más, por honestidad literaria, que sacarlos de su error. Si en La Paz el castellano se entiende, es porque en La Paz el castellano no se habla.

“Borracho está este tipo”, deben pensar muchos, al escuchar mi contradicción argumentativa; pero antes de que saquen las piedras y procedan a la lapidación, pídoles, en nombre de la Ñ, que me permitan defender mi punto.

Según una consulta que hice con los honorables miembros de la Real Academia de la Lengua Española, el verbo “estir” no existe. Si yo transmitiera esta información oficial al taxista que dio el pie para iniciar esta verborrea, él, con su sabiduría y lógica urbandina, me diría que “che, viejito, tus honorables se han estido”. Y ahí está lo sorprendente: yo le entendería. “Sí, hermanito, se han estido”, le respondería. Y esa sería mi respuesta porque, a pesar de no ser parte del cervantino buen hablar, el verbo “estir” es parte del urbandino buen entender.

“Mi esposa se ha escapado con el jardinero”, confiesa un paceño cornudo; “es que tu matrimonio se ha estido”, le replica otro, no tan cornudo, pero igual de paceño. Ahora bien, eso no se puede traducir facilonamente como “el matrimonio se ha jodido”, porque aunque rimen, estido y jodido no son sinónimos. Tampoco se puede entender que el matrimonio ha terminado, porque cabe la posibilidad de que la esposa, luego de domar el catre con el jardinero un par de días, decida volver al hogar, donde el paceño cornudo la recibirá como al hijo pródigo, perdonando sin esperar disculpa, de tal forma que el matrimonio aún continuaría, estido, pero continuaría.

¿Cómo se puede explicar, entonces, que algo se ha estido? Lamentablemente, no se puede; el verbo estir es inefable, pero entendible. Y del mismo modo, en La Paz hay muchos otros vocablos y expresiones que “oficialmente” no pertenecen al idioma castellano, aunque ese mal hablar no perjudica el bien entender. Cosa similar ocurre en Perú, Chile, Ecuador, Colombia, etc. Cada país, cada ciudad, cada pueblo latinoamericano se comunica a través de sus propias versiones del español, nutridas, lógicamente, de sus particulares visiones de mundo, sus herencias ancestrales y algunos aportes foráneos. Entonces, contradiciendo al taxista, podríamos decir que lo que vincula nuestras literaturas, el común denominador que las hace tan latinas, es, precisamente, lo que no forma parte del castellano; la incesante y rebelde labor de destrucción idiomática. Pero ojo, no destruimos para luego tendernos sobre las ruinas, sino más bien para volver a construir, una y otra vez, sin la pereza que nace cuando la perfección se asume como cierta.

Y gran parte de la responsabilidad de esta constante destrucción recae sobre los escritores. Por eso decidí dedicarme a la literatura, algo de terrorista porto en el subconciente. Y más allá de la literatura académica, de la que sigue bajo el yugo de la dictadura gramatical, prefiero la que se ha rebelado, la que destruye y construye sin descanso, esa que no sólo se vale del papel, esa literatura que también se hace en las paredes o en las charlas de cantina. Gracias a ella descubrí que La Paz es todo, menos paceña, y que ese todo es más paceño que La Paz, porque el diálogo incesante de las culturas que pueblan mi ciudad, no sólo inventa ficciones cotidianas, sino también ficciones históricas, cuando no existenciales, nutriéndose de las múltiples voces, por tanto, palabras, que configuran ese espacio imaginario vigilado por el Illimani. Y a mí, como aprendiz de escritor, sólo me queda defender esa diversidad, mandar al diablo el “todos somos iguales”, porque mentira es, no somos iguales, y eso es lo maravilloso y mágico de La Paz; además que, en el fondo, es también el pilar de muestro oficio, pues la literatura, para hacerse, decirse, imaginarse, escribirse o inventarse, necesita, pues, de aquellos que han decidido ejercer la palabra, el compromiso militante para defender y perpetuar en, con y desde el lenguaje, la imposibilidad de lo absoluto.

mayo 03, 2007

Recuento de los daños... ¡yaaaaaaa!


Yastá, ya pasó el 4º Encuentro Bloguero Urbandino. Fue una linda y concurrida velada, en la que extrañamos a los habituales concurrentes, pero en la que tuvimos la oportunidad de conocer a blogueros y blogueras que antes no habían asistido. Estuvieron la Cane, la Jefa, Sakura, Jota-B, el Chuqui, Sergio Antezana, la Claritss, el Estido, entre los que recuerdo, porque comprenderán que después del levantamiento de cadáveres, muchas neuronas quedaron nomás difuntas. Obviamente, no puedo olvidar al cumpa Marco, quien compartió sus poemas, su humor y su guitarra con nosotros. Al final, Pedro Grossman dio todo de sí para cerrar la temporada de actuaciones con su monólogo “Jacinto”, haciéndonos vibrar a todos los presentes.

Espero que más pronto que tarde podamos organizar el quinto encuentro; por lo pronto, les dejo algunas fotitos de lo ocurrido el lunes. Un abrazo a todos.