19/04/03
Este feriado ha estado bien nomas. Las prosesiones me gustan mucho, siempre hay chicos apretados, ni siquiera se dan cuenta que los estoy tocando. También lo he visto al Pancho. Está bien rico. ¿Será sierto que se vende? Si fuera así, tengo que ahorrarme platita. Pasado mañana es mi cumple, seguro me van ha dar unos 50 pesos, me los tengo que guardar. Pucha, 14 años y virgen todavía. El Raymundo (inmundo) me a contado que el a sus doce ya estaba bien matrero. Pero con ese yo no me meto, además nisiquiera se le debe parar, solo le gusta hacerse dar. Con el Pancho debe ser bien. Me voy a guardar lo de mi cumple, porsiaca.
Francisco Vargas, más conocido como el Pancho, salió de su casa, denotando cierta dificultada al andar, para encontrarse con su madre, a quien le había prometido acompañarla en la procesión de Semana Santa. Seguía medio atontado por los alcoholes de la víspera. No era su costumbre beber, pero fue la única forma de calmar el dolor que tenía en el recto. Imposible visitar a un médico, le daba vergüenza. En unos días se le pasarían las lastimaduras, pero iban a ser días en los que no podría llevar dinero a su casa.
–¿Te gusta?
–Parece que no escucha, mi teniente.
–Conque haciéndose al sordito, ¿no? ¡Más adentro!
–Aaaaaay mierda...
–Malhablado el putito. Respondé, carajo, ¿te gusta?
–Feliz debe estar, mi teniente.
–Claro pues, tan grande, tan duro, así le debe gustar. ¡Más adentro!
–Noooo... aaaaaaaaay... aaay...
–Respondé, ¿te gusta? A ver, cabo, hágale responder.
–Su orden, mi teniente. Ya pues putito, tienes que decir “me gusta, rico es el bastón policial”. A ver, repetí: “me-gus-ta-el-bas-tón-po-li-cial”. ¿Sordo serás? No seas cojudo, repetí y te dejamos tranquilo. Parece que no escucha, mi teniente.
–¡Más adentro, carajo!
–Ayayaaaaayyyy... Me gus... me gusta el bas... bastón policial.
–Irrespetuoso el puto este. Enséñele, cabo.
–A ver putito, no seas sonso. Fácil es: “me gusta el bastón policial, mi teniente”. Así nomás es.
–Para que aprenda, ¡más adentro!
–Aaaaaaaayyyyyy, ya no, ayyy...
–Repetí bien pues, entonces.
–Me gusta el bastón po... policial, mi teniente.
–Ajá, ya que le gusta, ¡hasta el fondo!
–Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyy...
30/04/03
Me han confirmado que el Pancho es puto. Y no cobra mucho. Según el viejo Farías, cobra 100 pesos si lo montas y 70 si él pone el chorizo. Ese viejo asqueroso, queriendo meterme mano. Le he dicho que nunca. Ya vas a estar viniendo, cuando quieras para tu cine, me a dicho el desgrasiado. Por diosito que nunca. Ay Panchito, ya tengo 70. Pero como le voy a decir. ¿Y si se niega? Ojalá que no. Tenerlo dentro de mi, pucha que va ser rico. Ya no voy a ser virgen y hasta por ay consigo pareja. Por ay le gusto al Panchito. Ay diosito, ayudame pues.
Se había comprado una camisa nueva, muy cara. Tenía que estar bien vestido, así atraía a más clientes, además que quería conquistar a una chica que había conocido en la universidad. Con un par de libros bajo el brazo, caminó hasta la avenida tratando de no arrugar la manga de su nueva adquisición. Subió a un micro y detrás de él subió también Jacinto, más conocido como el Toti. Francisco se sentó en la última fila, Jacinto, a su lado. El Pancho y el Toti: diez años, quince centímetros y veintidós quilos de diferencia. El adolescente, un tanto nervioso, miraba de reojo al Pancho, como buscando un contacto visual que le diera pie para hablar algo. Inútil, Francisco tenía la mente puesta en otro lugar. La chica era especial, no tanto en lo físico, sino más bien en su forma de ser; era, como coloquialmente se dice, una chica de su casa.
–¿Ya lo han registrado al tal Pancho?
–Sí, mi teniente. Pero el doctor medio que ha estado molestando, preguntando que por qué tiene esas heridas. Lo han debido violar, yo le he dicho.
–Estos doctorcitos, siempre hechos a los defensores. ¿Y el Pancho no ha dicho nada?
–Nada mi teniente, pero colorado estaba, no sé si de rabia o de vergüenza.
–Qué va a ser de vergüenza, tremendo puto. Quién lo imaginaría, y tan hecho al pendex que era.
–¿Usted ya lo conocía?, mi teniente.
–Sí, él debe ser unos tres años menor que yo, éramos vecinos. Su padre tenía un negocio de no sé qué cosa, tenían plata, pues. Siempre nos miraba de arriba el Francisco, no le gustaba que le digan Pancho, se emputaba.
–De cómo se habrá vuelto puto, ¿no?
–Siempre ha debido ser marica, pero yo creo que ha empezado a cobrar cuando su padre se ha matado. Parece que tenía deudas el viejo.
–Que pena, ¿no?
–¡Ninguna pena! A los degenerados no hay que tenerles pena, y menos a estos que se creen mucha cosa.
–Cierto, mi teniente.
–Bueno, lo importante es que ya está registrado. ¿Le han dicho que tiene que hacer su control médico cada quince días?
–Sí, mi teniente, pero creo que no va a ir, nada nos ha respondido.
–Tienen que averiguar. Si no va, vamos a tener que charlar con él otra vuelta.
–Su orden, mi teniente.
Una señora ha llegado hasta el poste donde cuelga el cuerpo. Algunas personas la acompañan y tratan de calamar sus arranques de histeria. Un vecino se ha aproximado con una escalera, seguramente con el propósito de descolgar el cuerpo. Sin embargo, y a pesar de los ruegos de la señora –probablemente la madre del difunto–, algunas voces se han pronunciando indicando que se debe esperar el arribo de la policía. Es lo más prudente dadas las circunstancias. La señora ha quedado postrada al pie del poste y sus acompañantes han formado una especie de corral alrededor de ella. Ninguno levanta la cabeza; así, el cuerpo, a pesar de la compañía, permanece sólo, aislado.
05/05/03
No me animo a decirle al Pancho. Pucha, lo peor es que me gusta arto. Quisiera que no me cobre, que lo haga por gusto. Pero mañana me voy a animar, como sea. Según el Raymundo (inmundo), es mejor que de frente le diga, ¿cuanto cobras?. Pero me da no se que. Igual le voy a hablar. Poco a poco le voy a ir gustando. Ojalá mañana pueda escribir contando como había sido el cuerpo del Pancho. Diosito, ayudame.
El timbre despertó a Francisco. Tardó bastante en darse que cuenta que no era el despertador el que lo sacaba de su profundo sueño. Sólo se puso un pantalón y salió a abrir la puerta con desgano. Se topó con la infantil figura del Toti, que viéndolo con el torso desnudo se puso muy nervioso y apenas pudo articular un “hola”. Francisco recordaba haber visto alguna vez a ese mocoso por el barrio, pero ni se imaginaba la propuesta que iba a recibir de él. El Toti, reponiéndose de la impactante visión, repitió, casi de memoria, lo que durante toda la noche había planeado decir.
06/05/03
Es un hijo de puta. Que se creerá. No ha querido, ni siquiera por 100 pesos. Y es un mentiroso, hecho al que no se mete con menores, pero el Raymundo ya me había contado que con él ha estado varias veces. Además, yo lo quiero. No, mentira, lo odio, ahora lo odio. No debia decirle que lo quería. Se a reído el estúpido. Ya le voy a demostrar que no soy ningún feto. Juro por Dios que me voy a desvirginar bien pronto. Dando o recibiendo, no importa. Como sea, ya va a ver. Yo soy un burro, como me voy a fijar en ese animal. Solo es un puto, ni siquiera es tan lindo.
El Toti no podía contar su fracaso, imposible, Raymundo se habría reído de él tanto o más de lo que río Francisco cuando le declaró su amor. Era mejor decir que todo estuvo muy bien, que habían concertado otra cita, esta vez sin dinero de por medio. Y luego, que iban al cine, que Francisco lo recogía del colegio y lo llevaba a tomar helados, que pensaban escapar juntos para amarse sin esconderse. En unas semanas, de acuerdo con el Toti, Francisco estaba tan enamorado de él que pronto dejaría de venderse para ser suyo exclusivamente. Y como el barrio era pequeño y Raymundo un lengua suelta, la historia de ese amor prohibido llegó a oídos de Francisco. Al principio no le dio importancia, consideró que eran fantasías de ese chiquilín; pero luego, cuando se percató de lo peligroso que podía ser si esos cada vez más crecientes rumores eran creídos por más personas que Raymundo, decidió ponerle un alto. El remedio fue peor que la enfermedad. Francisco fue a la casa del Toti, le habló muy seriamente de lo que podría acarrear su mentira y le pidió, en un tono medio amenazador, que dejara de inventar cosas. El chiquillo, al parecer asustado, juró no seguir con sus fantasías, pero cuando se fue Francisco, Raymundo, que había estado espiando desde su ventana, corrió a la casa del Toti para averiguar el porqué de la discusión entre los enamorados, y la febril mente del adolescente fabricó una respuesta inmediata: “no fue nada, sólo está celoso por lo que hablo contigo”.
29/05/03
Soy un bruto, he pensado que el Pancho ha venido a verme, a pedirme perdón. Pero ese Raymundo se pasa de hablador, seguro a todo el barrio a contado las cosas que le he dicho. Que me importa. Mejor que todos piensen que estoy con el Pancho. Pero igual sigo virgen, ya no se que hacer. Pero de esta semana no pasa, juro. Mi vecinito es un buen candidato.
–Qué quiere, ¿no ve que estoy ocupado?
–Disculpe, mi teniente, pero creo que es importante. Es sobre el putito del otro día.
–¿Qué pasa con ese marica?
–Ha venido uno que dice que es su amigo para informar que el Pancho va a maltratar a un menor.
–¿Cómo es eso?
–No le he entendido muy bien, mi teniente, sería mejor que a usted nomás le hable.
–Hágalo pasar.
–Su orden, mi teniente.
–A ver, ¿qué pasa con tu amiguito?
–Loco parece, señor, bien furioso estaba, con ganas de matarlo a un chango que había hablado macanas de él.
–Yo también tengo ganas de matarte a vos, pero no por eso me van a denunciar.
–No pues, señor, esto es grave. El Pancho nunca es así, siempre es bien tranquilo, todo se aguanta. Pero este chico, el Toti, ha estado diciendo que el Pancho se lo monta cada vez y eso lo ha puesto furioso.
–Ajá, ya sé lo que pasa, vos estás celoso, ¿no?
–Cómo pues. Yo no soy ningún marica.
–Entonces qué te importa con quién se revuelca el Pancho.
–No me importa, señor, pero esta vez él no ha tenido nada con el chango, por lo menos eso me ha dicho. Él dice que no se mete con menores.
–Ya, o sea que este pendejito se está tirando a niños.
–Tampoco es tan niño, ya debe andar por los quince. Además, como le he dicho, el Pancho dice que no es verdad y por eso se ha enojado grave.
–Ya vamos a averiguar si es verdad o no. Si el río suena es porque piedras trae.
–Está bien, luego van a averiguar. Pero el Pancho estaba furioso. El Raymundo parece que le ha contado lo que el chango está diciendo por ahí...
–¿Quién es el Raymundo?
–Es un mariquita que siempre ha estado tras del Pancho, pero no tiene plata para pagarle. Además es amigo del Toti, parece.
–¿Y quién carajos es el Toti?
–Es el chango, pues, el que ha estado inventando sus amores con el Pancho.
–Ya, ya. Con que este barrio había estado lleno de maricas. Ahora, ¿cuál es lío?
–Ya le he dicho, el Pancho lo quiere matar al Toti. “Tanto que quiere, le voy a partir el culo a ese feto”, me ha dicho. “Como los policías me han hecho, igualito le voy a hacer, para que aprenda a no estar inventando huevadas”. Y se ha ido a buscarlo al Toti.
–Vos qué tiene que hablar de los policías, nosotros no hacemos nada a nadie, ¿me entiendes?
–Perdón, señor. Yo sólo le repito lo que el Pancho me ha dicho.
–Pues no repitas huevadas. Mejor decime dónde vive el tal Toti.
Siempre había sabido contener sus impulsos, eso era indispensable para llevar la vida que llevaba; sin embargo, esta vez Francisco no pudo contenerse. Ya le había advertido al mocoso que dejara de esparcir falsedades por el barrio. No era un juego de niños, sus palabras podían acarrear problemas muy serios, sobre todo si los padres del Toti llegaban a escuchar los rumores. Mientras caminaba hacia la casa del muchacho, no sabía qué iba a hacerle o decirle. Si bien su primera idea fue encajarle un palo en el recto para que se diera cuenta de que con él no se jugaba, luego pensó que quizás lo mejor sería darle gusto por una única vez, para por lo menos dejarlo calmado. De todas formas, debía ser duro, incluso llegar a golpearlo, un par de sopapos a lo mucho, para que el Toti dejara las habladurías. Con esas ideas en mente, llegó a la puerta y golpeó con fuerza unas seis veces hasta que el muchacho abrió.
La policía ha acordonado el lugar del linchamiento. Se ha confirmado la identidad del difunto: Francisco Vargas, alias el pancho, veinticuatro años, estudiante universitario, trabajador sexual recientemente registrado. Su madre, que entre desmayos clamaba por justicia, fue trasladada a un hospital cercano. El cuerpo ha sido descolgado. En el suelo luce menos grande. Las intermitencias azules de las luces policiales, mezcladas con la tenue iluminación del poste, hacen surgir muecas en el desfigurado rostro. Un teniente, casi con desgano, toma apuntes en una pequeña libreta: “Al parecer, el menor víctima de la violación se dio modos para señalar hacia dónde había corrido el violador. Los padres de la víctima, acompañados por unos parientes, amigos y otros curiosos, que en estos casos siempre se suman a la turba, sorprendieron al violador cuando trataba de ingresar en una vivienda vecina, seguramente con el propósito de esconderse. Según los pocos testigos (todos menores de edad, por lo que su testimonio no será de gran ayuda), Francisco Vargas gritaba que él no fue (lo mismo dicen todos los maleantes), pero la muchedumbre no prestó oídos a sus mentiras y procedieron a escarmentarlo cruelmente. Su martirio no ha debido durar más de veinte minutos.”
04/06/03
Por fin. Ya estoy estrenado. Que rico habia sido. Aunque al principio me ha dolido un poco, pero luego a estado bien. Creo que ha sido un buen debut. Gracias diosito, pucha, me has salvado de una buena. Jodido me he asustado. Tanta gente gritando, con sus palos, sus chicotes. Como se habrán dado cuenta. Ha debido seguir llorando el feto. En otra me tengo que buscar a uno de mi edad, hasta con el Raymundo puede ser. Que feto llorón. Pero le he dado dulces para que no llore, tranquilito lo he dejado. Tan chango, ni siquiera habla bien, no ha debido poder decir nada. Como se habrán dado cuenta. Tres añitos nomás debe tener. Pero estaba bien rico, carnosito. Gracias diosito, vos seguro lo has mandado al Pancho. ¿Para que habrá venido? Bien pero, si no venía ese gil, creo que me mataban. Que le habrán hecho. Lo han debido chicotear grave. Seguro ya no me va querer hablar. Ni modo, el nomas se jode.