octubre 23, 2007

Ronaldo estrena disco




Este post es para felicitar a Ronaldo por el disco y agradecerle haber confiado en mí para promoverlo aquí en La Paz.

Los interesados en adquirir esta producción nacional pueden hacerlo en el ETNO (calle Jaén # 722) o llamándome al 70149590.

No pude actualizar el blog antes porque estuve sin conexión a internet, pero ya que el problema está solucionado, volveré a las andanzas blogueras.

Un abrazo a todos y en especial al pariente de la "blonda cabellera", RONALDO.

octubre 12, 2007

Una minificción antigua

Este es uno de los primeros micro relatos que escribí:

El fin de la batalla

General Roberto Uría, usted está incumpliendo uno de los acuerdos de esta guerra: no tomar prisioneros. Se lo advierto, General Uría, si no libera a mis soldados atacaré con todas mis fuerzas. Su batallón está completamente rodeado, no tiene escapatoria, es mejor que se rinda. Le estoy dando una última oportunidad, devuelva a mis soldados sanos y salvos y tendré compasión de los suyos. Es inútil que guarde silencio, General Uría, pronto quedará sin alimentos ni agua y tendrá que salir; es mejor que atienda mis demandas ahora, de lo contrario perecerá junto con todos sus hombres. Ya basta de este juego, Uría, suelte a mis soldados, se lo exijo. No esperaré más, esta es mi última advertencia, Uría, o liberas a mis soldados o te atienes a las consecuencias. Por favor, Uría, yo no tengo ningún soldado tuyo. Ya pues, Uría, ya es tarde, entregame mis soldados. En serio, Roberto, devolveme mis soldaditos o nunca más voy a jugar contigo. Le voy a decir a tu mamá...

octubre 10, 2007

Feliz cumpleaños, Democracia


Presionar sobre la imagen para ver todas las fotos en mayor tamaño. Las fotografías son parte del libro "25 años de Democracia", coordinado por Patricio Crooker y editado por la CNE.

Muchos historiadores se han encargado de enlodar la imagen del Dr. Hernán Siles Suazo, aduciendo que su gobierno llevó al país al borde del colapso, generando una hiperinflación y una crisis de gobernabilidad insostenibles, entre otras cosas. Veinticinco años después, creo que podemos apreciar la historia desde una perspectiva menos apasionada y condicionada por las malas experiencias de la coyuntura de principios de los ochentas.

Luego de un largo periodo de dictaduras militares, con esporádicos y muy breves gobiernos civiles, la transición hacia la democracia representaba un difícil reto para la sociedad en su conjunto y, especialmente, para quienes fueran a hacerse cargo de conducir el país en esa nueva etapa.

Las clases populares demandaban cambios urgentes y, luego de haber resistido y luchado durante mucho tiempo, no estaban dispuestas a aceptar medidas que afectaran sus intereses y aspiraciones. En ese contexto, conocido muy bien por los actores políticos de entonces, era presumible que el primer gobernante de la era democrática enfrentaría serios obstáculos y problemas; para intentar resolverlos no podría aplicar ningún tipo de medida que tuviese la mínima relación con las empleadas por los gobiernos dictatoriales. Entonces, se apostó por alguien que tuviera una destacada trayectoria como líder y, al mismo tiempo, la aceptación de los sectores populares, con la esperanza de que eso pudiera facilitar los diálogos y concertaciones para sacar a Bolivia adelante.

El Dr. Siles, conociendo la situación y sus riesgos, bien pudo haberse negado a asumir la presidencia, pero también sabía que intentar realizar un nuevo proceso electoral habría generado un espacio de incertidumbre y temores, lo cual podía ser empleado por algunos militares para pretender hacerse nuevamente con el poder. En síntesis, Bolivia lo necesitaba, la democracia dependía de su desprendimiento y valentía, y él, una vez más, decidió servir a su patria.

El 10 de octubre de 1982, por última vez un militar, el Gral. Guido Vildoso, salió del Palacio de Gobierno como Presidente de la República, caminando algunos pasos hasta el Palacio Legislativo, donde transmitió el mando al Dr. Siles Suazo.

Lo que pasó después lo conocemos de sobra; pero esos tres años de democracia, con todos sus problemas, eran necesarios para que Bolivia entera pudiese aceptar medidas de choque que estabilizaran la economía y nos hicieran ver que el mundo había cambiado.

Nuestra democracia tiene muchas falencias, sobre todo porque nosotros, en especial los líderes políticos y sociales, no sabemos ejercerla de manera adecuada. Sin embargo, quienes han sufrido en carne propia el horror de los regímenes dictatoriales, quienes tienen parientes o amigos desaparecidos o, simplemente, quienes aprecian el valor de la libertad, saben muy bien que la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras.

Muchos bolivianos y bolivianas, como Hernán Siles Suazo, lucharon por legarnos un país donde podamos expresarnos libremente, sin tener que “caminar con el testamento bajo el brazo” por opinar en contra del orden establecido. A todos ellos, mi reconocimiento, homenaje y gratitud por estos 25 años de democracia.

octubre 06, 2007

Para salvar la Constituyente

Muchas personas ya se han pronunciado: “la Constituyente está muriendo”. Y parece ser que los culpables del estado agónico de tan magno evento somos los paceños y también los chuquisaqueños, pues nos estamos peleando por la cuestión de los poderes, de manera egoísta, sin considerar que nuestras pataletas están afectando el interés del país en su conjunto.

En vista de tan grave situación, Oscar Martínez –en representación de la ACMVFBA (Asociación de Cholos de Miraflores, Villa Fátima y Barrios Adyacentes)–, Gera Bolaños –en representación de la ACSZC (Asociación de Cholos Sopocacheños y de la Zona Central)–, Alexis Argüello –en representación de la ACAMO (Asociación de Cholos Alteños y Mártires de Octubre)– y mi persona –en representación de la ACSNJ (Asociación de Cholos Sureños No Jailones)–, junto con representantes de base de nuestras respectivas instituciones, nos hemos reunido para discutir ampliamente sobre tan delicado tema y, finalmente, hemos resuelto lo siguiente:

Considerando,

1. que el País demanda una solución urgente para el entuerto planteado por las aspiraciones chuquisaqueñas y paceñas;
2. que el problema radica en el traslado de Poderes,
3. que los hermanos chuquisaqueños han demostrado gran espíritu conciliador, aceptando un traslado parcial de Poderes;

Resolvemos:

1. Trasladar la mitad del Gran Poder a la digna ciudad de Sucre.
2. Enviar a los principales coreógrafos de los Intocables y los Fanáticos para que capaciten a danzarines sucrenses en la noble danza de la Morenada.
3. Mandar a 25 músicos de la Banda Illimani a la ciudad de Sucre, para que ofrezcan una serenata y una serie de talleres a los trompetistas, platilleros, tamboreros y bomberos interesados en cultivar las melodías propias del Gran Poder.

Esta resolución ha sido producto de un largo debate entre los cholos antes mencionados, entre los cuales, como no podía ser de otra manera, habían algunos bolivaristas atrevidos, quienes tuvieron el poco tino de sugerir el traslado del Poderoso Tigre, propuesta que casi ocasiona la clausura de la reunión y una pelea callejera campal. Sin embargo, dado que todos acudimos con un enorme ánimo conciliador y pacifista, pudimos continuar con la discusión hasta llegar, por consenso, a la resolución ya citada.

Además, el compañero Vadik Barrón, a nombre de los blogueros urbandinos, ha sugerido que de no ser tomada en cuenta nuestra propuesta, se instruya el blogueo general de caminos, como medida de presión.

Es todo cuanto puedo informar –o mejor dicho, recordar– de lo discutido y acordado en la Cumbre de Cholos Urbandinos.

octubre 01, 2007

Rumbo al Chaco

Una pequeña loma debía ser sorteada por el cortejo fúnebre para llegar al cementerio de la población. En sus puertas de hierro, Benito esperaba con su uniforme limpio, exhibiendo en el pecho un par de medallas adornadas con la tricolor nacional. Antes de poder ver algo, escuchó la lenta cadencia de un bolero de caballería. Poco a poco, el sonido se hizo más nítido y, antes sus ojos, aparecieron pequeñas cabezas coronando la polvorienta loma. Como si brotaran de la tierra, las cabezas se fueron prolongando en cuerpos, todos negros, marchando al compás de la banda. Benito se cuadró ni bien vio surgir en la loma el rojo, amarillo y verde de la enseña patria. Un pequeño muchacho, luciendo un guardapolvo amarillento, envuelto con una tricolor de abanderado, portaba el mástil en el que flameaba el colorido rectángulo que contrastaba notoriamente con el horizonte gris, mientras volaba sobre los negros dolientes.

El cortejo traspasó la loma con pasos desiguales, contrapunto de pisadas compitiendo con el desgastado cuero torturado por el grueso brazo del que marcaba el ritmo en la banda. La columna humana se hizo más visible para Benito. No eran más de setenta personas. Lentamente avanzaron hacia él, o mejor dicho, hacia el cementerio, hasta que alcanzaron sus pesadas puertas. Un par de jóvenes tuvieron que emplear mucha energía para abrirlas y así permitir el paso de la procesión. Traspusieron las puertas, pasando al lado de Benito, apretando la columna para poder penetrar al campo santo. Benito pudo escuchar los suaves sollozos, casi fingidos, gemidos melancólicos más cercanos a la memoria que al dolor, que emitían las mujeres detrás de los velos oscuros. Sobre cuatro hombros, pasó el ataúd, meciéndose al compás del bolero de caballería, como flotando en un pentagrama fúnebre, negra corchea que marcaba el final de una melodía de ochenta años.

Al final del cortejo, estaba todo un batallón, perfecta escuadra que marcaba el izquier-dos-tres-cuatro siguiendo el lento andar del comandante. Éste se detuvo y retumbó en la altiplanicie el zapateo del batallón en posición de firmes. Benito se llevó la mano derecha a la sien, gesto que fue retribuido de manera igual por el comandante, e inmediatamente se pusieron lado a lado para ingresar al cementerio. El batallón permaneció afuera.

La banda no cesaba el lloriqueo de bronces, mientras cuatro hombres, ayudados por un par de cuerdas, hacían descender el féretro en la tierra horadada. Los sollozos de las mujeres se convirtieron en agónicos gritos cuando la tierra comenzó a ocupar el sitio del cual había sido sacada. Una corneta acompañó el sepelio con la melodía típica del adiós final. El Jilakata pronunció un largo discurso, alabando las virtudes del difunto, pero también recordando sus deslices, terminando con la promesa, en nombre de la comunidad, de cooperar a la viuda con la próxima cosecha.

Benito se acercó a su esposa, puso sus callosas manos sobre los hombros de la anciana, y así se quedó, sintiendo las ligeras convulsiones de ese cuerpo frágil, ataviado de negro, que había recibido su semilla nueve veces, de las cuales sólo seis llegaron a germinar. El comandante le dio un par de toquecitos en la espalda, señal de la partida, y Benito hizo un movimiento que pareció delatar el intento de un beso, pero su pudor militar, además de la falta de costumbre, detuvieron ese gesto de cariño ni siquiera pensado en vida.

Siguió a su comandante y, antes de transponer el umbral, volvió a mirar a su esposa, le hizo el saludo militar y partió al encuentro del batallón que esperaba con paciencia milenaria en los márgenes del camposanto.

-Cabo Chambi, es hora de que se incorpore al batallón séptimo de infantería –dijo el comandante, con autoridad marcial.
-Su orden, mi comandante –respondió Benito, con igual firmeza.
-El cabo Colque y usted me ayudarán a conducir este batallón.
-Perdón, mi comandante, ¿adónde vamos a ir?
-Eso es algo que no se sabe ni en vida, pero por el momento, partiremos rumbo al Chaco.