Husmeando en el disco duro, encontré este textito, que es el primer cuento que escribí en mi vida.
CASTA
Arsenio Miranda era el soltero más distinguido y cotizado del pueblo; sus padres poseían varias hectáreas de tierra, casas en la capital, caballos e incluso un auto, cosa que era un lujo y una extravagancia en esas épocas. Pero aparte de la fortuna que poseía su familia, él tenía méritos propios para ser el dueño del corazón de la mayoría de las mujeres de Lomas Verdes, incluidas cinco de mis siete hermanas.
Tenía un porte atlético y un rostro agraciado que en la infancia fue el causante de la burla de sus compañeros de juegos, ya que tenía la hermosura de una niña, pero en su juventud, adornado con una barba muy bien recortada, fue la envidia de los hombres del pueblo, lampiños de raza. Se destacó como el mejor alumno en la escuela, tocaba la guitarra como los artistas que escuchábamos en la radio y cantaba mejor que ellos. Por si todo eso no bastara, no había mejor pugilista que él, y se valía de esa aptitud para salir en defensa de las jovencitas que se veían asediadas por algún paisano pasado de copas en las fiestas del pueblo. En resumidas cuentas, y según la mayoría de las mujeres, incluyendo las casadas, su único defecto era el nombre, pero a pesar de ese desliz bautismal, Arsenio era la gloria de Lomas Verdes.
Arsenio tenía 23 años y nunca se había comprometido seriamente con nadie porque sus padres jamás habrían consentido que su "príncipe", como le llamaban, se hubiera casado con alguna de las muchachas del pueblo, pero eso sí, no tuvo reparos en ofrecer su cuerpo a ninguna mujer, por más niña o anciana que fuera, tal como ocurrió con Doña Pasiva Vda. de Beristal, una encantadora ancianita de 74 años, abuela de Néstor Beristal, en ese entonces el mejor amigo de Arsenio.
Doña Pasiva fue, mientras vivía su esposo, una dama elegante que frecuentaba todos los acontecimientos sociales del pueblo -bastante pocos en honor a la verdad-, alegre y bulliciosa, la típica persona que habla casi gritando para hacer notar su presencia. Pero después de que su marido pasara a mejor vida -tal vez a peor, dependiendo sus pecados-, sólo se dejaba ver en las misas matinales, los sábados de feria y en los festejos patrios, siempre vistiendo de negro, sin rastros de pintura, lo cual dejaba al descubierto los inmisericordes estragos causados por el tiempo y las penas.
Arsenio, como mejor amigo de Néstor, acompañaba a éste a la casa de su abuela para visitarla y a nadie causó sorpresa que Arsenio fuera solo cuando Nestor cayó enfermo y tuvo que recluirse en cama dos semanas. Sin embargo, alguna lengua anónima empezó a hacer circular rumores sobre una supuesta aventura del joven Miranda con la anciana, y como ocurre en estos casos, nadie había visto nada, pero todos sabían todo.
Debido a que la amistada de ambos no sufrió cambio alguno, yo pensé que Nestor no se había enterado de que el repentino cambio de actitud de su venerable abuela se debió a una apasionada noche -¿o varias?- junto a Arsenio. Y es que el cambio no fue algo sutil, ya que la anciana, que solía vestir un luto riguroso y sólo se dejaba ver en contadas ocasiones, empezó a asistir a todo acto público elegantemente vestida, perfumada y pintada como una jovencita; pero a las pocas semanas se encerró en su vieja casa y jamás se volvió a saber algo de ella. Muchas personas aseguraron que los padres de Néstor la mandaron a un asilo en la capital, y otras tantas, que la viuda había pasado a mejor vida y por no asumir los gastos del entierro, sus desalmados parientes ocultaron el fatídico hecho dejando que el cadáver se hiciera polvo en su vieja casona.
En una noche de copas, común entre los solteros del pueblo, aprovechando que al calor de las mismas me portaba más locuaz y desinhibido, le pregunté a Arsenio qué es lo que le pudo atraer de una mujer que tenía arrugas hasta en las nalgas; sin perder la sonrisa, se acercó a mi oído y me dijo: "Lo hice por compasión, como con todas". Esa respuesta me encolerizó, ya que en ese momento me di cuenta de lo pretencioso y soberbio que era. Él no pensaba tener nada serio con ninguna mujer porque se creía "pariente de Dios" y consideraba que ninguna mujer era digna de su persona, pero en su estúpido razonamiento se creía muy bondadoso y compasivo por el hecho de acostarse con cuanta mujer se lo pidiese. Y la cólera se convirtió en furia incontenible al recordar que cinco de mis hermanas estaban locas por él y que tal vez ya se lo habían pedido. Sin poder contenerme, me abalancé sobre él y aunque lograron separarnos, suerte mía, desde ese día quedó sentado que Arsenio Miranda y yo éramos enemigos.
Un día, de esos en los cuales la monótona vida de un pueblo parece ser el destino final de la vida de sus habitantes, Néstor Beristal regresó de pescar acompañado de una tímida muchacha que aseguraba estar buscando a su padre, ya que su madre había fallecido en un accidente y lo único que le pudo decir antes de expirar es que su padre vivía en Lomas Verdes. Esta muchacha era encantadora de pies a cabeza, tenía el pelo negro y largo, perfectamente rizado, sus ojos del color de la miel, los labios más finos que jamás se habían visto en el pueblo, usaba faldas largas a pesar del calor reinante, pero la humedad que su cuerpo emanaba hacía que se le pegaran a sus firmes muslos, causando revuelo en todos los hombres que la vieron llegar a la plaza. Para rematar, su nombre era Casta.
–¿De dónde salió esta mujercita? -preguntó Arsenio a Néstor.
–Parece que viene de la capital en busca de su padre -le contestó-. La encontré caminando hacia el pueblo cuando regresaba de pescar.
–¿Y quién es el padre de esta hermosura?
–No lo sabe, tampoco sabe el nombre, pero dice que alguna vez vio una foto de él y que así podrá reconocerlo.
Después de contestadas todas sus preguntas, Arsenio decidió presentarse a la jovencita.
–Disculpe si la molesto, señorita, pero me he enterado de su terrible historia y no puedo más que ofrecerle mi ayuda para encontrar a su señor padre -dijo Arsenio, con un inusual aire de inocencia.
–Le agradezco su interés señor...
–Arsenio Miranda, para servirle con toda devoción.
–Le reitero mis agradecimientos, señor Miranda, pero creo que la única forma de encontrar a mi padre será tocando puerta tras puerta, viendo la cara de todos los hombres con edad para tener una hija de 19 años.
–Pues yo soy el único que tiene un coche en el pueblo y me sentiré honrado de servirle de chofer, además de que conozco a todas las familias del lugar, lo cual puede facilitarle las cosas. Le ruego acepte mi humilde ayuda.
–Muchas gracias; estoy sola en el mundo, la ayuda de un caballero decente como usted me viene caída del cielo -respondió Casta, esbozando una enigmática sonrisa.
Las palabras de Arsenio eran las de un ejemplar caballero, caritativo y solidario, dispuesto a ayudar una joven en apuros, cosa que sorprendió a todas las personas que lo conocíamos bien. Él era muy "compasivo", pero de bondadoso y solidario no tenía nada. Rápidamente un rumor corrió por todo el pueblo, y es que un día saturado de monotonía era la ocasión precisa para que los rumores se extendieran y se deformasen. "Parece que apareció la media naranja de Arsenio", murmuraban las bocas de todos.
Ajenos a estos comentarios, Casta y Arsenio se dedicaron toda la tarde y parte de la noche a buscar al padre de la muchacha, pero la búsqueda resultó infructuosa porque ninguno de los arrugados rostros que vio Casta se parecía al del hombre que alguna vez su madre le había enseñado en una fotografía. La dulce joven descargó todas sus lágrimas en el poderoso pecho de Arsenio, parecía que la vida había terminado para ella. Arsenio la abrazaba y acariciaba tiernamente su cabeza, y algunos que vieron la escena aseguran que también llegó a derramar unas cuantas lágrimas. Él le ofreció alojamiento en su casa, y aunque sus padres no aceptaron de buen gusto la iniciativa, tuvieron que ceder ante los deseos y el buen corazón de su "príncipe".
Nadie sabe qué pasó en la casa de los Miranda esa noche, pero al día siguiente la sorpresa de los habitantes de Lomas Verdes fue mayúscula al enterarse de que Arsenio Miranda y Casta Lacretti contraerían matrimonio ese mismo día. Los padres de Arsenio hicieron todo por convencerlo de que esa muchacha, por más bella que fuera, no le convenía, pero de nada sirvió, él había tomado una decisión definitiva. Entonces optaron por hablar con el padrino del novio, Nestor Beristal, para que éste disuadiera a su hijo de lo que ellos consideraban un capricho que traería consecuencias funestas para la familia.
–Néstor, no entiendo cómo pudiste aceptar ser parte de este disparate -dijo, casi gritando, don Narciso Miranda.
–Don Narci, tiene que entender que Arsenio es mi mejor amigo y que no puedo negarme a oficiar de su padrino -replicó Nestor, con una gran sonrisa que denotaba su complacencia ante la inminente boda.
–Por lo visto, estás feliz por el desdichado rumbo que está por tomar la vida del que dices ser amigo -poniéndose el sombrero, Don Narciso trataba de ocultar los ojos vidriosos, pero su voz delataba que el llanto estaba a punto de brotar de ellos-. Sobre tu conciencia pesarán las desgracias que a mi hijo le tocarán vivir.
Dicho esto, Don Narciso se alejó, casi arrastrando los pies, mirando a la tierra como si estuviese implorando que se abriera y lo metiera en su vientre.
La ceremonia empezó ni bien se hizo presente el cura del pueblo vecino, faltando veinte minutos para las seis de la tarde, si mal no recuerdo. Nunca la iglesia había estado tan concurrida, parecía que absolutamente todos los pobladores de Lomas Verdes habían acudido a presenciar el inesperado matrimonio; incluso los dos presos de la celda de la comisaría, maniatados y con dos guardias de escolta, eran parte de la concurrencia. Tuvieron que sacar los bancos al traspatio de la iglesia, porque ese era el único modo de que la sofocante cantidad de gente entrase a saciar su curiosidad; únicamente dejaron el de la primera fila, donde estaban sentados los inconsolables padres del novio, quienes no sólo parecían estar totalmente opuestos al matrimonio de su hijo, sino también parecían presentir alguna desgracia, que de hecho ocurriría minutos después. Don Narciso y doña Arsenia Miranda no cesaban de rogar a su hijo que cambiara de determinación, amenazaban con desheredarlo, con quitarle el apellido e incluso con suicidarse, pero Arsenio parecía estar hipnotizado y ni siquiera prestaba atención a las palabras del sacerdote, porque no dejaba de contemplar la hermosa figura de Casta. Al darse cuenta de que su "príncipe" se casaría con la bastarda y que la deshonra caería sobre el dignísimo apellido Miranda, adoptaron la fatal decisión de quitarse la vida justo cuando su hijo pronunció el "sí, acepto". El espanto fue general, las señoras se desmayaban, cayendo unas sobre otras, los niños gritaban, las jóvenes se tapaban los ojos, no faltó algún desequilibrado que reía a carcajadas y, en medio de toda esa barahúnda, de esa tragedia impensable, se escuchó la atronadora voz de Arsenio:
–¡Padre, usted no se mueve de su lugar! -gritó con las cejas tan juntas que parecían una sola-. Esta boda se terminará de celebrar, porque nada ni nadie evitará que esta noche haga mía a esta mujer.
Todos se quedaron atónitos ante esa insensible y desquiciada actitud, el silencio se apoderó de la iglesia y los cuerpos con las sienes perforadas de Don Narciso y Doña Arsenia Miranda permanecieron sentados, como si siguieran presenciando la boda de su único hijo.
Terminada la insólita ceremonia, Arsenio cargó a su esposa con todo el poder de sus brazos y se la llevó hasta su casa, sin siquiera dar una mirada a los cadáveres de sus padres. La gente se recuperó del asombro y organizó el velorio en la misma iglesia. En medio de los llantos -algunos sinceros, otros de rigor-, los presentes comentaban a media voz lo que acababan de presenciar, nadie hallaba una explicación lógica al súbito cambio de Arsenio, por lo cual la superstición pueblerina, muchas veces sabia, fue la única capaz de explicar semejantes acontecimientos. La mitad del pueblo aseguraba que Arsenio había sido poseído por el diablo y la otra afirmaba que Casta era el diablo.
Durante tres semanas y cuatro días, los flamantes esposos no mostraron la cara, y los vecinos afirmaban que nunca habían escuchado a dos amantes hacer tanto bullicio a toda hora del día. Después de ese lapso, salieron para dar un paseo por la plaza; Casta era la viva imagen de la felicidad, radiante y más hermosa que nunca, pero Arsenio ya no era el mismo, había perdido bastantes quilos, extrañamente estaba lampiño y crecientes arrugas comenzaban a formarse en su rostro.
Algunos días después, cuando volvía de pescar, me encontré a Casta, quien cargaba una pequeña maleta en la mano, caminando con dirección al pueblo vecino. No pude evitar la curiosidad, o más bien la atracción, y me acerqué a ella.
–Buen día señora Miranda -la salude sin poder sacar los ojos de su escote-. ¿Dónde se dirige tan temprano?
–Buen día -me contestó, sin disimular la gracia que le causaba la dirección de mi mirada-. Me voy del pueblo.
–¿Cómo, y Arsenio? ¿Es que se pelearon?
–Nada de eso, simplemente ya hice mío a ese hombre, ahora voy en busca de otro.
Ese mismo instante, ante esa respuesta, la imagen de inocente y desdichada jovencita con la cual llegó al pueblo quedo destrozada y desterrada de mi memoria.
–Pero parecían tan felices...
–La felicidad no existe si no hay vida, y ese pobre ya esta casi muerto -una sonrisa se dibujó en sus tentadores labios.
–Pero Arsenio va a sufrir mucho -y otra apareció en los míos.
–Es problema de él, de todas formas yo jamás lo amé, es un simple fanfarrón soberbio que nunca amó a nadie hasta que me conoció y aún así lo negó, lo importante es que me sacié de él.
–Pero si no lo amaba, ¿por qué se casó con él?
–Por venganza -mientras pronunciaba estas palabras su semblante adquirió una expresión de felicidad siniestra-. Por venganza.
Y dicho esto se alejó poco a poco de mi vista, del pueblo y de la vida de Arsenio.
Pasó mucho tiempo hasta que Arsenio volvió a salir de su casa, y no lo hizo por voluntad propia, sino porque llegaron funcionarios de un banco de la capital a embargarle sus propiedades, debido a que su padre, que en paz descanse, había realizado importantes inversiones para lo cual había recurrido a créditos bancarios y al fallecer nadie había cubierto el importe de la deuda.
Así pasaron los días, los meses y los años, hasta el presente, donde escuchar todo mi relato y creer que el borracho que descansa en la plaza del pueblo, sucio, con el cuerpo que parece un saco conteniendo a unos huesos por derrumbarse y que por las noches duerme al pie de las tumbas de sus padres, en compañía de las ratas, era el gallardo Arsenio Miranda, resulta difícil, pero para los que conocemos su historia resulta comprensible. Y para ser honesto, yo sólo llegué a comprender esos extraños acontecimientos pocos años atrás, en el velorio de Néstor Beristal, cuando intentando ir al baño, por equivocación entré en el que fuera su dormitorio y me quedé petrificado al observar, en la mesita de noche, un retrato de Casta, o mejor dicho, de Doña Pasiva Vda. de Beristal en su juventud.
Tenía un porte atlético y un rostro agraciado que en la infancia fue el causante de la burla de sus compañeros de juegos, ya que tenía la hermosura de una niña, pero en su juventud, adornado con una barba muy bien recortada, fue la envidia de los hombres del pueblo, lampiños de raza. Se destacó como el mejor alumno en la escuela, tocaba la guitarra como los artistas que escuchábamos en la radio y cantaba mejor que ellos. Por si todo eso no bastara, no había mejor pugilista que él, y se valía de esa aptitud para salir en defensa de las jovencitas que se veían asediadas por algún paisano pasado de copas en las fiestas del pueblo. En resumidas cuentas, y según la mayoría de las mujeres, incluyendo las casadas, su único defecto era el nombre, pero a pesar de ese desliz bautismal, Arsenio era la gloria de Lomas Verdes.
Arsenio tenía 23 años y nunca se había comprometido seriamente con nadie porque sus padres jamás habrían consentido que su "príncipe", como le llamaban, se hubiera casado con alguna de las muchachas del pueblo, pero eso sí, no tuvo reparos en ofrecer su cuerpo a ninguna mujer, por más niña o anciana que fuera, tal como ocurrió con Doña Pasiva Vda. de Beristal, una encantadora ancianita de 74 años, abuela de Néstor Beristal, en ese entonces el mejor amigo de Arsenio.
Doña Pasiva fue, mientras vivía su esposo, una dama elegante que frecuentaba todos los acontecimientos sociales del pueblo -bastante pocos en honor a la verdad-, alegre y bulliciosa, la típica persona que habla casi gritando para hacer notar su presencia. Pero después de que su marido pasara a mejor vida -tal vez a peor, dependiendo sus pecados-, sólo se dejaba ver en las misas matinales, los sábados de feria y en los festejos patrios, siempre vistiendo de negro, sin rastros de pintura, lo cual dejaba al descubierto los inmisericordes estragos causados por el tiempo y las penas.
Arsenio, como mejor amigo de Néstor, acompañaba a éste a la casa de su abuela para visitarla y a nadie causó sorpresa que Arsenio fuera solo cuando Nestor cayó enfermo y tuvo que recluirse en cama dos semanas. Sin embargo, alguna lengua anónima empezó a hacer circular rumores sobre una supuesta aventura del joven Miranda con la anciana, y como ocurre en estos casos, nadie había visto nada, pero todos sabían todo.
Debido a que la amistada de ambos no sufrió cambio alguno, yo pensé que Nestor no se había enterado de que el repentino cambio de actitud de su venerable abuela se debió a una apasionada noche -¿o varias?- junto a Arsenio. Y es que el cambio no fue algo sutil, ya que la anciana, que solía vestir un luto riguroso y sólo se dejaba ver en contadas ocasiones, empezó a asistir a todo acto público elegantemente vestida, perfumada y pintada como una jovencita; pero a las pocas semanas se encerró en su vieja casa y jamás se volvió a saber algo de ella. Muchas personas aseguraron que los padres de Néstor la mandaron a un asilo en la capital, y otras tantas, que la viuda había pasado a mejor vida y por no asumir los gastos del entierro, sus desalmados parientes ocultaron el fatídico hecho dejando que el cadáver se hiciera polvo en su vieja casona.
En una noche de copas, común entre los solteros del pueblo, aprovechando que al calor de las mismas me portaba más locuaz y desinhibido, le pregunté a Arsenio qué es lo que le pudo atraer de una mujer que tenía arrugas hasta en las nalgas; sin perder la sonrisa, se acercó a mi oído y me dijo: "Lo hice por compasión, como con todas". Esa respuesta me encolerizó, ya que en ese momento me di cuenta de lo pretencioso y soberbio que era. Él no pensaba tener nada serio con ninguna mujer porque se creía "pariente de Dios" y consideraba que ninguna mujer era digna de su persona, pero en su estúpido razonamiento se creía muy bondadoso y compasivo por el hecho de acostarse con cuanta mujer se lo pidiese. Y la cólera se convirtió en furia incontenible al recordar que cinco de mis hermanas estaban locas por él y que tal vez ya se lo habían pedido. Sin poder contenerme, me abalancé sobre él y aunque lograron separarnos, suerte mía, desde ese día quedó sentado que Arsenio Miranda y yo éramos enemigos.
Un día, de esos en los cuales la monótona vida de un pueblo parece ser el destino final de la vida de sus habitantes, Néstor Beristal regresó de pescar acompañado de una tímida muchacha que aseguraba estar buscando a su padre, ya que su madre había fallecido en un accidente y lo único que le pudo decir antes de expirar es que su padre vivía en Lomas Verdes. Esta muchacha era encantadora de pies a cabeza, tenía el pelo negro y largo, perfectamente rizado, sus ojos del color de la miel, los labios más finos que jamás se habían visto en el pueblo, usaba faldas largas a pesar del calor reinante, pero la humedad que su cuerpo emanaba hacía que se le pegaran a sus firmes muslos, causando revuelo en todos los hombres que la vieron llegar a la plaza. Para rematar, su nombre era Casta.
–¿De dónde salió esta mujercita? -preguntó Arsenio a Néstor.
–Parece que viene de la capital en busca de su padre -le contestó-. La encontré caminando hacia el pueblo cuando regresaba de pescar.
–¿Y quién es el padre de esta hermosura?
–No lo sabe, tampoco sabe el nombre, pero dice que alguna vez vio una foto de él y que así podrá reconocerlo.
Después de contestadas todas sus preguntas, Arsenio decidió presentarse a la jovencita.
–Disculpe si la molesto, señorita, pero me he enterado de su terrible historia y no puedo más que ofrecerle mi ayuda para encontrar a su señor padre -dijo Arsenio, con un inusual aire de inocencia.
–Le agradezco su interés señor...
–Arsenio Miranda, para servirle con toda devoción.
–Le reitero mis agradecimientos, señor Miranda, pero creo que la única forma de encontrar a mi padre será tocando puerta tras puerta, viendo la cara de todos los hombres con edad para tener una hija de 19 años.
–Pues yo soy el único que tiene un coche en el pueblo y me sentiré honrado de servirle de chofer, además de que conozco a todas las familias del lugar, lo cual puede facilitarle las cosas. Le ruego acepte mi humilde ayuda.
–Muchas gracias; estoy sola en el mundo, la ayuda de un caballero decente como usted me viene caída del cielo -respondió Casta, esbozando una enigmática sonrisa.
Las palabras de Arsenio eran las de un ejemplar caballero, caritativo y solidario, dispuesto a ayudar una joven en apuros, cosa que sorprendió a todas las personas que lo conocíamos bien. Él era muy "compasivo", pero de bondadoso y solidario no tenía nada. Rápidamente un rumor corrió por todo el pueblo, y es que un día saturado de monotonía era la ocasión precisa para que los rumores se extendieran y se deformasen. "Parece que apareció la media naranja de Arsenio", murmuraban las bocas de todos.
Ajenos a estos comentarios, Casta y Arsenio se dedicaron toda la tarde y parte de la noche a buscar al padre de la muchacha, pero la búsqueda resultó infructuosa porque ninguno de los arrugados rostros que vio Casta se parecía al del hombre que alguna vez su madre le había enseñado en una fotografía. La dulce joven descargó todas sus lágrimas en el poderoso pecho de Arsenio, parecía que la vida había terminado para ella. Arsenio la abrazaba y acariciaba tiernamente su cabeza, y algunos que vieron la escena aseguran que también llegó a derramar unas cuantas lágrimas. Él le ofreció alojamiento en su casa, y aunque sus padres no aceptaron de buen gusto la iniciativa, tuvieron que ceder ante los deseos y el buen corazón de su "príncipe".
Nadie sabe qué pasó en la casa de los Miranda esa noche, pero al día siguiente la sorpresa de los habitantes de Lomas Verdes fue mayúscula al enterarse de que Arsenio Miranda y Casta Lacretti contraerían matrimonio ese mismo día. Los padres de Arsenio hicieron todo por convencerlo de que esa muchacha, por más bella que fuera, no le convenía, pero de nada sirvió, él había tomado una decisión definitiva. Entonces optaron por hablar con el padrino del novio, Nestor Beristal, para que éste disuadiera a su hijo de lo que ellos consideraban un capricho que traería consecuencias funestas para la familia.
–Néstor, no entiendo cómo pudiste aceptar ser parte de este disparate -dijo, casi gritando, don Narciso Miranda.
–Don Narci, tiene que entender que Arsenio es mi mejor amigo y que no puedo negarme a oficiar de su padrino -replicó Nestor, con una gran sonrisa que denotaba su complacencia ante la inminente boda.
–Por lo visto, estás feliz por el desdichado rumbo que está por tomar la vida del que dices ser amigo -poniéndose el sombrero, Don Narciso trataba de ocultar los ojos vidriosos, pero su voz delataba que el llanto estaba a punto de brotar de ellos-. Sobre tu conciencia pesarán las desgracias que a mi hijo le tocarán vivir.
Dicho esto, Don Narciso se alejó, casi arrastrando los pies, mirando a la tierra como si estuviese implorando que se abriera y lo metiera en su vientre.
La ceremonia empezó ni bien se hizo presente el cura del pueblo vecino, faltando veinte minutos para las seis de la tarde, si mal no recuerdo. Nunca la iglesia había estado tan concurrida, parecía que absolutamente todos los pobladores de Lomas Verdes habían acudido a presenciar el inesperado matrimonio; incluso los dos presos de la celda de la comisaría, maniatados y con dos guardias de escolta, eran parte de la concurrencia. Tuvieron que sacar los bancos al traspatio de la iglesia, porque ese era el único modo de que la sofocante cantidad de gente entrase a saciar su curiosidad; únicamente dejaron el de la primera fila, donde estaban sentados los inconsolables padres del novio, quienes no sólo parecían estar totalmente opuestos al matrimonio de su hijo, sino también parecían presentir alguna desgracia, que de hecho ocurriría minutos después. Don Narciso y doña Arsenia Miranda no cesaban de rogar a su hijo que cambiara de determinación, amenazaban con desheredarlo, con quitarle el apellido e incluso con suicidarse, pero Arsenio parecía estar hipnotizado y ni siquiera prestaba atención a las palabras del sacerdote, porque no dejaba de contemplar la hermosa figura de Casta. Al darse cuenta de que su "príncipe" se casaría con la bastarda y que la deshonra caería sobre el dignísimo apellido Miranda, adoptaron la fatal decisión de quitarse la vida justo cuando su hijo pronunció el "sí, acepto". El espanto fue general, las señoras se desmayaban, cayendo unas sobre otras, los niños gritaban, las jóvenes se tapaban los ojos, no faltó algún desequilibrado que reía a carcajadas y, en medio de toda esa barahúnda, de esa tragedia impensable, se escuchó la atronadora voz de Arsenio:
–¡Padre, usted no se mueve de su lugar! -gritó con las cejas tan juntas que parecían una sola-. Esta boda se terminará de celebrar, porque nada ni nadie evitará que esta noche haga mía a esta mujer.
Todos se quedaron atónitos ante esa insensible y desquiciada actitud, el silencio se apoderó de la iglesia y los cuerpos con las sienes perforadas de Don Narciso y Doña Arsenia Miranda permanecieron sentados, como si siguieran presenciando la boda de su único hijo.
Terminada la insólita ceremonia, Arsenio cargó a su esposa con todo el poder de sus brazos y se la llevó hasta su casa, sin siquiera dar una mirada a los cadáveres de sus padres. La gente se recuperó del asombro y organizó el velorio en la misma iglesia. En medio de los llantos -algunos sinceros, otros de rigor-, los presentes comentaban a media voz lo que acababan de presenciar, nadie hallaba una explicación lógica al súbito cambio de Arsenio, por lo cual la superstición pueblerina, muchas veces sabia, fue la única capaz de explicar semejantes acontecimientos. La mitad del pueblo aseguraba que Arsenio había sido poseído por el diablo y la otra afirmaba que Casta era el diablo.
Durante tres semanas y cuatro días, los flamantes esposos no mostraron la cara, y los vecinos afirmaban que nunca habían escuchado a dos amantes hacer tanto bullicio a toda hora del día. Después de ese lapso, salieron para dar un paseo por la plaza; Casta era la viva imagen de la felicidad, radiante y más hermosa que nunca, pero Arsenio ya no era el mismo, había perdido bastantes quilos, extrañamente estaba lampiño y crecientes arrugas comenzaban a formarse en su rostro.
Algunos días después, cuando volvía de pescar, me encontré a Casta, quien cargaba una pequeña maleta en la mano, caminando con dirección al pueblo vecino. No pude evitar la curiosidad, o más bien la atracción, y me acerqué a ella.
–Buen día señora Miranda -la salude sin poder sacar los ojos de su escote-. ¿Dónde se dirige tan temprano?
–Buen día -me contestó, sin disimular la gracia que le causaba la dirección de mi mirada-. Me voy del pueblo.
–¿Cómo, y Arsenio? ¿Es que se pelearon?
–Nada de eso, simplemente ya hice mío a ese hombre, ahora voy en busca de otro.
Ese mismo instante, ante esa respuesta, la imagen de inocente y desdichada jovencita con la cual llegó al pueblo quedo destrozada y desterrada de mi memoria.
–Pero parecían tan felices...
–La felicidad no existe si no hay vida, y ese pobre ya esta casi muerto -una sonrisa se dibujó en sus tentadores labios.
–Pero Arsenio va a sufrir mucho -y otra apareció en los míos.
–Es problema de él, de todas formas yo jamás lo amé, es un simple fanfarrón soberbio que nunca amó a nadie hasta que me conoció y aún así lo negó, lo importante es que me sacié de él.
–Pero si no lo amaba, ¿por qué se casó con él?
–Por venganza -mientras pronunciaba estas palabras su semblante adquirió una expresión de felicidad siniestra-. Por venganza.
Y dicho esto se alejó poco a poco de mi vista, del pueblo y de la vida de Arsenio.
Pasó mucho tiempo hasta que Arsenio volvió a salir de su casa, y no lo hizo por voluntad propia, sino porque llegaron funcionarios de un banco de la capital a embargarle sus propiedades, debido a que su padre, que en paz descanse, había realizado importantes inversiones para lo cual había recurrido a créditos bancarios y al fallecer nadie había cubierto el importe de la deuda.
Así pasaron los días, los meses y los años, hasta el presente, donde escuchar todo mi relato y creer que el borracho que descansa en la plaza del pueblo, sucio, con el cuerpo que parece un saco conteniendo a unos huesos por derrumbarse y que por las noches duerme al pie de las tumbas de sus padres, en compañía de las ratas, era el gallardo Arsenio Miranda, resulta difícil, pero para los que conocemos su historia resulta comprensible. Y para ser honesto, yo sólo llegué a comprender esos extraños acontecimientos pocos años atrás, en el velorio de Néstor Beristal, cuando intentando ir al baño, por equivocación entré en el que fuera su dormitorio y me quedé petrificado al observar, en la mesita de noche, un retrato de Casta, o mejor dicho, de Doña Pasiva Vda. de Beristal en su juventud.
Cuantos añitos tenías amiguito cuando escribiste este textito??. Ahora si enserio, yo dije "ésta es su hija" Arsenio provo un poco de su propio nombre; sigo veneno, pero wacala te imaginas!!!? buscarle a Dña pasiva su ....(AHEM) entre las arruguitas? jajajaja.
ResponderBorrarBueno tu cuento Tigre! llevas la imaginación desde siempre.
Besitos!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarQué gil, la del comentario suprimido fui yo por siaca. Es que tenía abiertas tantas ventanitas que se me ha hecho un kilombo. Más bien que pasé de nuevo por aquí.
ResponderBorrarMuchos de tus cuentos se ambientan en Lomas Verdes. Me imagino un pueblito como Coroico o Caranavi, caluroso, leeejos de la ciudad, donde esas historias sí pueden ser posibles.
Me encantan los nombres de los personajes, no es lo mismo un Arsenio que un Carlos o José Luis. No es lo mismo una Casta o una Pasiva que una Claudia por ejemplo, esos nombresitos medio antiguachos tienen cierta magia.
Un abrazo querido W, no te pierdas y cuidá tu hígado please.
Tiene algo de Cerruto tu cuento no??... es esa onda o por lo menos eso me pareció, en fin la verdad yo me imaginé un lugar más bien del oriente, como San Matías o (porque no?) Puerto Suárez... abrazote. :)
ResponderBorrardeli cuento...
ResponderBorrarme voy a sacudir un poco el polvo del pueblo para seguir diseñando...
aunq se q doña Casta/Pasiva me va a perseguir un buen rato!
electrobesos
Bueno, bueno, siempre procuro extraer la moraleja a las cosas jeje. Parece que la vanidad a veces termina dándote de tu propio chocolate ¿no?, además que me dajste pensando en muchas otras cosas. Muy bueno tu relato, es bastante fluido y no me costo nadita pasar del principio al final. Un abrazo.
ResponderBorrarBueno el relato, al final el castigo para el pretencioso Arsenico.
ResponderBorrarSaludos
Creo que el cuento refleja tus crudos inicios hacia el Lado Oscuro de tus textos... me provocó pensar en muchas posibilidades de quién en verdad sería Casta hasta llegar al final de la historia... y podría decir que:
ResponderBorrar"Usted no sabrá hasta el final... que el asesino fue Jack El Forastero"
Saludos =)
hola Estido navegando por la red encontre tu blog, cuando me puse a leer tus historias si que me dejaron pensando ya lei casi todo tu blog y hasta me dieron ganas de escribir y contar algunas cosas que tengo en mi cabeza, que me queda mas que felicitarte por el talento y el estilo que tienes al escrir y dejarte mi comentario.
ResponderBorrarEn dos de tus historias hay mujeres que vuelven del mas alla para vengarse no?, me parece bien que lo tomes de esa forma por que al final uno debe cosechar lo que siembra.
Saludos...
Ya te estare visitando mas seguio
Nota.- "Viva el Tigre ca..jo"
Me hizo recordad varias leyendas urbanas, como esa que el tipo conocio a una mina se enamoro y despues se dio cuenta que andaba muerta hace anios...
ResponderBorrarUna vez mas me pongo de pie y aplaudo tu facilidad de proyectar al lector al lugar y momento que quieres.
Creo que ando embotada o qué.. no entendí muy bien el final :S
ResponderBorrarEn sí, este cuento muestra muy bien el camino que seguirías mas adelante, tiene tu toque :)
Un beso grande..
Jep...!!!!
ResponderBorrarComo que cuando uno excedeenesodel egoísmo, y secree más que los otros seres humanos, sólo cosecha lo que sembró toda su vida...!!! y pienso que es unalección que te da la vida no... o sea que si uno no le hace daño a otra persona, nadie tiene por que vengarse o hacerle a uno daño... y bien... él se lo busco...
Por mi parte, el fetichismo de "culear" con cualquier mujer me parece saludable... ya es aparte el hecho de ser un "puto" pero bien, hay que culear mientras el "amigo" funcione...!!!
Y bueno, como que he notado cierta exageración en algunos puntos,como quese distingue tu evolución como Escritor...!!!
Pero Hombre..!!! que siemprefuiste ungenio... siempre medejas leyendote hasta el final de cada artículo... Por eso es que aveces por falta de tiempo, no leotus otros cuentos... por que aveces estoy corto de tiempo, y como queme quedaría a leerlo todo el rato... pero ya... algún día lograré leerte por completo...!!!
Un Saludo... Señor Estido..!!!
El primer cuento? Yo hasta ahora no puedo escribir uno asi.
ResponderBorrarFelicidades.
Esta bueno, porque es verídico, quiero decir, que las mujeres despechadas son las peores.