junio 04, 2007

La Muralla

Si no canto lo que siento
me voy a morir por dentro
he de gritarle a los vientos hasta reventar
aunque sólo quede tiempo en mi lugar.

Luis Alberto Spinetta


No recordaba cuándo fue la última vez que la había escuchado; de todas formas, y aunque la radio del taxi no tenía una fidelidad adecuada, oír nuevamente “Muchacha ojos de papel” rescató del olvido un período de su vida. Tenía unos quince años, pocos más o menos, cuando la voz de Spinetta y las disonancias de su guitarra le abrieron, en la mente y el corazón, un horizonte nuevo, alejándolo del “Para el pueblo lo que es del pueblo” que, con su monotonía y arenga, había tomado el lugar central de toda guitarreada.

El indolente de su hermano, ajeno a los trajines de la época, a las ideas revolucionarias y, por consiguiente, a su música, quién sabe cómo se daba modos para conseguir cintas de ese músico argentino que insertaba poesía en melodías inverosímiles. Así, seguramente en una tarde de ocio, antes que escuchar alguna marcha militar en la radio, prefirió escarbar entre las pertenencias del hermano y poner en la radiograbadora la primera cinta que pudo rescatar de entre ese caos de ropas, botellas, toallas, libros, cuadernos, discos, y otras tantas porquerías que ni siquiera eran identificables. Apretó el “play” y cambió su vida: la voz del Flaco penetró sus oídos y los desvirgó, reventando el himen que durante tantos años le había obstaculizado el placer de sentir la buena música.

El cambio fue notorio, y eso le hubiera costado ser repudiado por su pequeño grupo de revolucionarios trasnochados, de no haber finalizado, justo ese año, la larga presencia de las dictaduras en la conducción del país. Para Boris, democracia fue sinónimo de rock.

De su primera vez con el Flaco, a comprarse una guitarra y comenzar a tocar y cantar él mismo las canciones de su ídolo, transcurrieron apenas algunos meses. La labor no fue muy fácil, pues los acordes de Spinetta eran de una complejidad extrema; sin embargo, con las ganas que le puso y los sabios consejos de su vanguardista hermano, en cosa de un año, Boris ya amenizaba guitarreadas con las melodías de ese gaucho magistral. Y no faltó algún destetado con ínfulas de musicólogo que le dijera que esa música era de los setentas, simple resabio de una rebeldía pasada de moda. Pero Boris sólo respondía con una mirada de desprecio; el Flaco jamás sería anacrónico.

Años después, con la melena crecida y una barba incipiente contrastando con la palidez de su rostro, se alejó de las guitarreadas para ganar espacio en boliches subterráneos, en compañía de tres amigos que lo secundaban en el escenario: Boris Paredes había formado el grupo La Muralla. Con el ego bastante crecido, mucho más luego de fumarse unas yerbas buenas –como él decía–, no tenía el menor pudor a la hora tomar el micrófono y, con voz de trasnoche, proclamar que él era como un muro de contención que evitaba que la buena música se derrumbara finalmente en este país.

No, definitivamente no recordaba cuándo había escuchado por última vez la voz del Flaco; pero sí tenía en la memoria la última vez que había entonado una de sus canciones. Fue la misma vez que el dueño de La Caverna le dijo que la onda había cambiado: “No es nada personal, viejito, pero tu grupo ya no tiene público. Si por lo menos te decidieras a grabar algún disco, a meterle más ritmo a las rolas... quién sabe, talvez así...”. Sólo una mirada de desprecio, nada más, ese ignorante no se merecía ni siquiera el “hijo de puta” que Boris tenía atravesado en la garganta. Él jamás iba a someterse a la tiranía comercial de las disqueras. “Si aquí no nos quieren, ya encontraremos otro lugar donde sepan apreciar la buena música”, les dijo a sus compañeros, quienes para ese entonces ya habían hecho algunos contactos y tocadas clandestinas con otras agrupaciones, menos fieles al rock, pero que ofrecían, en una sola presentación, los ingresos que La Muralla no recaudaba en un año entero.

La muralla se fue derrumbando ladrillo a ladrillo, y ni siquiera el pilar principal pudo resistir el embate del huracán.

En cosa de dos meses, el grupo se disolvió y sus intentos de formar otro fracasaron rotundamente. Agobiado por algunas deudas, incitado por los ex compañeros, atraído por los billetes, Boris Paredes se fue acercando, poco a poco, a las movidas tropicaleras que reinaban en los boliches de la ciudad. Al principio, asistía a las presentaciones de sus ex compañeros sólo por evitar la soledad que comenzaba a aprisionarlo. No podía dar crédito a lo que sus ojos veían y, menos aún, a lo que sus oídos escuchaban: los muchachos, enfundados en cuerinas ajustadas, tocando sucesiones de cuatro acordes comunes, acompañaban a un gordito fosforescente que agitaba permanentemente sus rulos artificiales, dotando a su mímica de un histrionismo exagerado, mientras berreaba: “que no quede huella, que no y que no, que no quede huella...”.

Si ese desorejado podía congregar a unas quinientas personas sólo con el respaldo de un ritmo pegajoso, sin prestar la menor atención al tono de la canción, él podía llenar estadios. Conseguir grupo no fue difícil, sus cualidades vocales eran innegables. Pero claro, con eso no bastaba; todavía tuvieron que pasar algunos meses hasta que el ritmo le fue familiar y pudo comenzar a contonearse con la soltura del gordito encrespado.

El debut no fue auspicioso; no porque el grupo fuese malo, sino porque ya había demasiada competencia. A pesar de ello, quedó gratamente sorprendido cuando se realizó la repartición de las ganancias. Si así les iba en una mala noche, después de unos meses, cuando ya estuviesen más consolidados en el ambiente tropicalero, calculó, ganaría lo suficiente como para liberarse de deudas, ahorrar una buena suma que le permitiera vivir austeramente un par de años y dedicarse, aunque tuviera que hacerlo solo, a entonar las canciones de Spinetta.

Los meses calculados pasaron sin pena ni gloria. Y así vinieron otros más, hasta que sumaron tres años. Su grupo era una suerte de equipo de media tabla, no tan malo como para descender, ni tan bueno como para campeonar. Boris se encontraba tan desanimado como resignado, y de repente, mientras caminaba por una calle del casco viejo, vio una tienda de instrumentos folklóricos e inmediatamente surgió la idea, ese momento de iluminación que puede transformarlo todo. Por qué no introducir esos instrumentos al grupo, combinar ritmos nacionales con la pegajosa cumbia; no se perdía nada intentando. Sus compañeros no aceptaron de buen agrado la sugerencia, pero su insistencia y la amenaza de dejar el grupo si no lo complacían determinaron el nuevo rumbo musical –no muy alejado del anterior, por cierto– de Los Indomables.

Durante los ensayos, un aire de “se los dije” aparecía en la mirada de Boris cada vez que contemplaba el disco de oro que habían ganado. Su idea los había lanzado al primer puesto en las radios especializadas; tocaban de miércoles a domingo, ya sea en discotecas o fiestas particulares, con frecuencia salían de viaje al interior del país para realizar presentaciones y no faltaban las oportunidades para llevar su cumbia chicha más allá de las fronteras.

“...sueña un sueño despacito entre mis manos...”, seguía el Flaco en la radio, mientras el taxista, de tanto en tanto, levantaba la vista para observar por el retrovisor ese rostro que le parecía familiar. “Tú cantabas en La Muralla, ¿no?”, le dijo a Boris, sacándolo de sus recuerdos.

–¿Qué?
–Tú cantabas en ese grupo que tocaba canciones de Spinetta, ¿no?
–Ah, sí. Hace mucho tiempo ya.
–Sí pues, yo los fui a ver unas cuantas veces al boliche ese, ese... cómo se llamaba pues... la... la...
–Caverna. La Caverna.
–Sí pues, La Caverna. Lindo era ese local. Buena música, buena onda... pero después se ha jodido. Ustedes dejaron de tocar y vinieron otros grupos que hacían cosas más de moda, sin tanto sentimiento, ¿no?
–Sí, tuvo su buena época.
–Sí pues. Pero a ti casi no te he reconocido, has cambiado harto.
–Los años no pasan en vano...
–No, no es eso. Estás con otro aire, medio cambiado... no sé. ¿Ya has dejado la música?

Seguro lo estaba jodiendo, por lo menos eso pensó Boris. Cómo podía ser posible que no le haya escuchado cantar alguno de sus grandes éxitos, sobre todo el que estaba de moda, una reedición con injertos folklóricos de “Que no quede huella”. Era líder del grupo más exitoso, revolucionador de la cumbia chicha, ¿y este tipejo no lo sabía? Sin embargo, a pesar del orgullo herido, estaba conciente de que el taxista tenía razón, había cambiado mucho. Y mientras los acordes de la guitarra del Flaco, que se entremezclaban con sus pensamientos, comenzaban a atormentar su memoria, una nostalgia inmensa, de esas que fácilmente devienen depresión, lo invadió de repente.

–Creo que sí, hace tiempo ya no hago música.
–Qué pena, bueno era tu grupo.
–Los años no pasan en vano...

Y el recuerdo llegó. Un flash del pasado que lo encandiló, alejándolo de sus ansias previas, del nerviosismo agradable con el que había abordado el taxi. Era una gran noche, tenían que abrir el Festival Internacional de la Cumbia, un evento importante que por primera vez se organizaba en su ciudad. Sí, por fin recordó. Fue el día que cumplió veintitrés años. Sus compañeros de música habían organizado una tocada en su honor, con muchos invitados que alternaron en el escenario. Luego, se habían quedado en La Caverna para proseguir el festejo en compañía de varios discos del Flaco. Ebrios, compartiendo porros, juraron solemnemente dedicar sus vidas a rendir tributo musical a Spinetta. Sí, esa fue la última vez que lo había escuchado.

–¿Y no piensas volver a tocar?
–Tal vez.
–¿O la cumbia ya te ha agarrado?
–¿Qué?
–Es que como estás yendo al festival...
–Ah. No. Vivo por ahí.
–Qué huevada, te van a torturar los chicheros. Lo que es yo, jamás pongo esas radios tropicaleras en mi auto. Spinetta, Charly, Fito, a veces algunas bandas mexicanas, rock nacional, toda esa onda, tú sabes, el rock es más que música; creo que tú dijiste en un concierto algo así, no me acuerdo bien, que el rock es una filosofía, una forma de vida, ¿no?
–Ah... Sí, yo lo dije; eso era... eso es el rock.
–Bueno, ya llegamos. Que la pases bien.
–¿Cuánto te debo?
–No es nada, viejo; ha sido bueno charlar con un rockero de la vieja guardia.
–Gracias.

Bajó del taxi rápidamente y corrió hacia la puerta de ingreso de los artistas. Parecía como si quisiera escapar de la mirada curiosa del chofer. Saludó displicentemente a los conocidos y se encerró en su camerino. “Te has atrasado, pendejo, en quince minutos tenemos que subir al escenario”, le gritó una voz del otro lado de la puerta, “apurate”. Boris estaba listo, había preferido ir cambiado a la actuación, pues se sentía orgulloso del atuendo que esa noche iba a estrenar. Se miró al espejo y casi no se reconoció. La voz del Flaco le había hecho retroceder en el tiempo y le costaba identificarse con el gordito del espejo –enfundado en un traje de cuero negro, con flecos en las piernas y mangas, las botas con punta de metal, y el cabello rizado en peluquería–, tan lejano de aquel muchacho esmirriado que vestía jeans deshilachados, despreocupado totalmente por la apariencia física, con el cabello largo y lacio, que empuñaba su guitarra con firmeza para tocarla con pasión. Su guitarra, ¿qué sería de ella? Nunca la volvió a tocar. ¿Para qué?, si él era el vocalista, la estrella. Además, las disonancias de su compañera no servían para la cumbia. “Ya es hora”, le gritaron. Salió del camerino y buscó al guitarrista del grupo.

–Pepe, ¿trajiste tus dos guitarras?
–Sí, ¿por qué?
–Prestame una.
–¡Para qué!
–Quiero hacer algo diferente.
–¿Qué cosa?
–Quisiera hacer una canción yo solo, antes de tocar nuestro hit.

Pepe lo miró contrariado, pero Boris era el líder. Accedió. Subieron al escenario precedidos de una grandilocuente verborrea del presentador. Recibimiento atronador. Aplausos, gritos, “Boris, te amooooo”. Los Indomables dieron comienzo al Festival. Una tras otra sus canciones fueron coreadas y bailadas por el público. Se acercaba el fin de la actuación, debían tocar su hit. Boris le pidió la guitarra a Pepe. Los demás integrantes del grupo se miraron sin entender nada. “Creo que se le ha ocurrido algo nuevo para introducir el tema”, les dijo Pepe para calmarlos.

Se acercó al micrófono, agarrando temblorosamente la guitarra. “Hace muchos años, cuando muchos de ustedes eran niños, yo me inicié en la música...”, el público calló, “...tocando unas canciones bellísimas...”, algunas sentimentales comenzaron a lagrimear, “...y hoy quisiera compartir con ustedes, mi público, que siempre me ha apoyado...”, los aplausos brotaron espontáneamente, “...esa parte de mi vida”. En medio de la ensordecedora aclamación de los presentes, Boris comenzó a tocar los acordes del Flaco. “Muchacha ojos de papel, a dónde vas...”, el publicó calló, “...quédate hasta el alba...”, sus compañeros se miraron perplejos, “...muchacha, pequeños pies, no corras más...”, las sentimentales recogieron sus lágrimas, “...quédate hasta el alba...”, algunos silbidos se escucharon, “...sueña un sueño, despacito entre mis manos...”, Pepe se acercó a sus compañeros, “...hasta que por la ventana suba el sol...”, la rechifla se hizo general, “...muchacha, piel de rayón, no corras más...”, el baterista miró a Pepe esperando la señal, “...tu tiempo es hoy...”, algunas latas de cerveza llegaron violentamente al escenario, “...y no hables más muchacha, corazón de tiza...”, Pepe bajó el brazo con energía, “...cuando todo duerma, te robaré un color...”, el baterista entendió la seña y comenzó a marcar el ritmo, acompañando el canto de Boris. Inmediatamente, los demás se acoplaron. Boris los miró de reojo y le fue imposible no dejarse llevar por el ritmo que sus compañeros habían comenzado. La canción del Flaco quedó convertida en tropicalera introducción del hit, pues con una diestra maniobra, Pepe empezó a llevar la melodía hacia la canción que tanto éxito les había dado. Boris, impotente, resignado, comprendió la intención del guitarrista y comenzó a cantar con la voz quebrada, cosa que originó una aclamación espectacular del público, el hit de Los Indomables. “Esta canción que traigo, amigo, es una más de dolor...”, se escuchó en el Festival, mientras un par de lágrimas jugaban veloz carrera sobre las regordetas mejillas de La Muralla.





***

EL JUEGO/DESAFÍO SIGUE EN PIE, CONTINÚEN ESCRIBIENDO.

18 comentarios:

  1. Y bueno , como todo en esta vida las cosas tienen su final... El rock tal vez es una de ellas, ya que actualmente carece de todo el sentimiento y aquellos principios con los que fue creado. Pero como todo recuerdo entraniable, seguira con todos nosotros (los fieles) hasta el dia que quedemos sordos o frios.

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  2. Me mataste con Muchacha ojos de papel. La negrita posteó un poema hace un tiempo que me hizo recuerdo a esa bella canción y un amigo me pasó la versión original, de cuando Spinetta estaba en Almendra, en MP3. Como soy una llorona, aproveché que no estaba el contador para llorar a moco tendido.

    En fin. Bella historia, me hiciste pensar en mi papá y su amor por el Rock. Ahora, a sus casi 60 se está comprando una guitarra eléctrica y está ensayando con su hermano en el bajo y un amigo en la batería. No los he visto ensayar, pero mis hijos están que no lo pueden creer. Quieren ir a LPZ nada más por ver tocar a su abuelo y su "banda de rock" (según ellos).

    Qué pena que no pudiste venir. En otra será. Un gran abrazo.

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  3. Tu historia esta nomás dentro de los trajines y avatares de ser y crecer músico dentro de un genero, para acabar en otro, que seguro destestas, por necesidad, comodidad o por lo que sea. Cuando a principios de los 90, nuestra banda, iba a rentar equipos para algún concierto, de rock, los cumbieros siempre eran rockeros, solo escuchaban Floyd o cosas así, pero tocaban cumbia por trabajo, para mantenerse economicamente, cosa entendible. Recuerdo q alguna vez me invitaron a ser parte de un grupo cumbiero, la paga no era nada despreciable, pero desistí, no me veía en flecos ni haciendo pasitos. Además sigo creyendo en hacer lo q realmente sientes y te llega.

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  4. Aclaración: Me olvide mencionar que la referencia a los cumbieros es porque,ellos tenían todos los equipos, amplis, bateria, sistema de sonido y, nosotros rockers apenas los instrumentos. Por eso acudíamos a ellos para rentar equipos y ahí conocimos a muchos rockeros vestidos de cumbieros.

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  5. Esa historia si que esta original y calidad. hay una segunda parte?
    Saludos

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. NO! yo estuve escuchando Spinetta desde ayer... hasta me fui a mi facu cantando Barro Tal Vez... en fin, de esas historias yo conozco 2... de cuates que eran rockeros y pues ahora tienen sus grupos cumbieros... buena la historia, un abrazo!

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  8. ....Y que viva el ROCK!!!! :) para los q ya dejamos los 20's (yo con 30), todavia tuvimos el gran impacto del Rock, y pese q bailar una cumbia no me desagrada, no hay nada mejor q la musica de los 80 jeje.
    Pero bueno me imaginaba al Boris con su trajecito de caporal-cowboy y moviendo su afro de peluqueria al ritmo de la cumbia.
    haber cuando pasas x mi blog, como esta nuestro equipo???? el perro dice q nos ganaron el ultimo clasico? :(
    Besotes!!!!

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  9. Qué realidad más cierta... me refiero a que efectivamente así no más es el transcurrir de un rockero que por necesidades debe transformarse... olvidarse quién y a qué respondía uno... duro, eh?

    Saludos =)

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  10. Te pasaste esta vez viejito, pero gracias por recordar esos ojos de papel que alguna vez encandilaron mis oidos.

    Buena onda tus escritos, saludos y sigue adelante, o hacia donde estes yendo.

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  11. Me es inevitable pensar que tu personaje está inspirado en el Grillo, principalmente por lo de su influencia de Spinetta, por su engreído comportamiento y por la absoluta semejanza que "La Caverna" tiene con el "El Socavón".
    Algo que podrias considerar es que al llegar hacía el final tu cuento se descubre solo y te encandila con la intención de su mensaje: "El rock es un feeling único, la cumbia es de las masas".
    En ese instante la cortina del espectáculo se me cayó y te vi escribiendo-desproticar contra ese género popular a través de la martirización de nuestro Boris. En ese afán de vanalizar a los cumbieros incurres en un mínimo error que a primera vista pasa desapercibido, quizás a manera de decir que todas las cumbias suenan igual tú o tu subconciente nombran al grupo de Boris unas como "Los Indomables" y otra como "Los Intocables". Yo lo tomo como un guiño a todos esos grupos que componen con el mismo ritmo.
    Nostalgié y al igual que todos, después de leer tu texto busqué en mi carpeta Mi música y la letra comenzó a sonar: Muchacha ojos de papel, a donde vas...

    Un gran abrazo.

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  12. me entró una desesperación por escuchar al Flaco...!!

    últimamente no duermo sin él...jaja

    y bueno, mira nomás, acá hay haaaartos rockeros que quieren volverse cumbieros pero en el fondo siguen siendo rockeros, pero, también hay cumbieros que quieren volverse rockeros...

    Miles Davis dijo una vez, la actitud de un músico es la música que toca...

    saquen sus conclusiones....


    un beso w. !! y como siempre me haces alucinar con las cosas que escribes!!

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  13. Siempre digo que si tienes que venderte hay miles de formas, pero vender tu música? nunca! en mi caso, voy a trabajar de abogada antes que volverme cumbiera:P

    Hace un mes aproximadamente que no dejo de oir Spinetta, buenísima la historia, esperaba otro final pero me gustó igual, como siempre buena onda leerte:)

    Un beso

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  14. Pobre Boris, singular relato, y cuántos Boris habrá en muchos de esos grupos cumbieros no? de hecho nunca hubiera imaginado un boris en alguno de esos grupos. El tema del flaco es un clásico, me hiciste acordar a mis años de secundaria en que en los recreos nos sentábamos en el patio y con una guitarra cantábamos de spinetta, suis generis, etc.. ufa ya me puse nostálgica.
    Che, saludos y tengas una buena semana!!
    bye bye

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  15. Un justo homenaje a los desertores che..Dedicado al Jorge Eduardo che y al Vlady que ahora toca en Veneno y a tantos de aquellos

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  16. Almeeendraaa.!!! que de la puta, junto con Ana no Duerme, me flipan mogolló...!!!

    y bueno che!!! la música es de todos, nunca tendrá dueño, yo siempre estoy como que en contra de esa que no te deja pensar, ni suspirar.. por eso a bien de que me vean como cholo de mierda, me gusta mucho la cumbia, por que a mal mío y talvez injusto, una epoca de mi vida crecí con puras cumbias, en las tiendas de mis viejos sólo se escuchaba chacaltaya, y sólo me quedaba la salida de quedarme en esas casonas gigantezcas que circurdan al Churubamba, en silencio escuchando a los pajaritos...

    y lo recorde ahorita, que sentimiento che..!!!

    y che..!! demasiado cojonudo, enterarse de como salen las canciones truchadas, como la de And I love Her de Los Beatles y más... y bueno, me están jalando los prestes y no tengo absolutamente nada contra la cumbia boliviana..!! yup..!!!

    un Saludo mae!!!

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  17. Que pena... me ha hecho pensar que tal vez estas pensando candidatear para la próxima elección de alcalde aprovechando tu fama de Blogger y bohemio popular ajajajajaja. Saludos compadre.

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  18. Cristian: Bueno, creo que no hay que ser tan pesimistas; todavía hay buen rock, con calidad musical y lírica. Sin embargo, reconozco que el dicho “todo tiempo pasado fue mejor”, puede aplicarse en este caso. Un abrazo.

    Vania: Buena onda lo de tu viejo; cuando estés de nuevo por aquí, animalo para que organice un ensayito con público. Un abrazo.

    Gamez: Yo tampoco haría algo sólo por dinero; pero cada caso es distinto, pues quienes necesitan mantener una familia probablemente no pueden ser tan firmes con sus principios. Un abrazo, Mauro.

    Columba: Por el momento no hay una segunda parte. Pero talvez utilice al mismo personaje como “extra” en otras historias. Un abrazo.

    Claritssssss: “Barro talvez” es una zamba que el Flaco compuso a los 14 años; siempre fue un genio. Un abrazo.

    Ceci: Tienes razón: es por necesidad. “La necesidad tiene cara de hereje”, dice el refrán. Lo importante es que se separé lo que es el trabajo de lo que es la pasión, cuando ambos no coinciden. Un abrazo.

    Dolcka: Gracias. Spinetta y otros siempre son buenos proveedores de recuerdos. Un abrazo.

    Pablo: Gracias por hacerme notar el error en el nombre del grupo (ya lo corregí). Es cierto que “La Caverna” está inspirada en “El Socavón”, pero Boris no está inspirado en el Grillo. Sobre la intención del texto, no fue hacer una crítica a la cumbia, sino más bien a los músicos que se venden a cualquier género comercial. De todas formas, revisaré el texto para que lo que tu percibiste se atenúe. Un abrazo, viejito, y muchas gracias.

    Cane: Otro flaco, Fito Paez, dijo que sólo hay dos tipos de música: “la música del alma y la música de mierda”. Cada quien debe asumir qué tipo de música hace, en cualquier género. Gracias y un abrazo.

    Gera: Tú tienes la ventaja de contar con una profesión distinta a la música para poder mantenerte, pero, como ya dije, hay que considerar que muchos no cuentan con lo mismo y, además, tienen obligaciones que no les permiten elegir el género de su preferencia. Pero buena onda que tengas las cosas tan claras y firmes. Un abrazo.

    Lilian: Creo que muchos hemos crecido escuchando y guitarreando temas del Flaco, de Charly, etc. El rock argentino ha sido muy importante en la música latina y en los recuerdos personales. Un abrazote.

    Paul: Dedicado a todos esos. Un abrazo, viejo.

    Jota: Tú eres bastante amplio con tus gustos musicales, eso es admirable y envidiable. Yo no detesto la cumbia, pero no me compraría un disco... Un abrazo.

    Viejo Can: Honestamente, no entendí el comentario. ¿Borracho estabas? Un abrazo.

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