febrero 12, 2007

La comunidad de los brujos

Tiempo al tiempo tengo que esperar
es la idea y suele condenar
tu mirada vuelve a penetrar
mis pupilas lejanas
a ver si todo acaba aquí.
Los Pericos


Cuando doña Julieta sintió el cable alrededor de su cuello, percatándose de la maquiavélica farsa en la que había sido envuelta, sus peores temores cobraron forma, más todavía, cuando escuchó la quebrada voz de su agresora, quien sin separar las mandíbulas, fuertemente apretadas por la ira, casi balbuceando le gritaba roncamente al oído: “¿Te gustó meterte con mi marido, perra, te gustó?” Su martirio no duró más de un minuto, al cabo del cual su corazón dejó de latir y cayó desplomada al suelo, con el cable, ya aflojado, cubriendo el costoso collar de perlas que enseguida le fue arrancado. La asesina y su cómplice, que ya tenían todo preparado para la huída, luego de arreglarse mutuamente la ropa, salieron rápidamente del hotel rumbo a la terminal de buses, donde ya tenían reservados un par de pasajes que, más allá de servirles para emprender el viaje a esta ciudad, eran los salvoconductos para iniciar una nueva vida, no exenta del fraude, pero mucho menos peligrosa.

De niña nunca se caracterizó por ser muy habladora, es más, había muchas personas que tenían la firme creencia de que Matilde era muda, cosa alejada de la verdad, aunque las apariencias parecieran mostrar lo contrario. Ella era, simplemente, introvertida; en realidad, tremendamente introvertida, a tal extremo que se sentía incómoda e inhibida de pronunciar algunas palabras incluso en frente de sus parientes más cercanos. Y a pesar de que las cosas mejoraron en su adolescencia, muy pocos se podían preciar de haber entablado una conversación de más de tres frases con ella. Eso tal vez la hizo poseedora de un aura de misterio que, sumada a su natural belleza, traía locos a varios muchachitos del barrio, los cuales la buscaban a diario, casi por turnos, cosa que lejos de desagradar a sus padres, les parecía beneficioso para la timidez de su hija, pensando que de esa manera podría mejorar su carácter y aprovechar toda esa inteligencia que ellos le conocían. Muy arrepentidos han de haberse sentido cuando un buen día Matilde apareció con la noticia de su embarazo y, como ocurre en estos casos, los secretos a voces que circulaban por la vecindad recién llegaron a sus oídos, haciéndoles caer en cuenta de que su hija, si bien sabía tener la boca muy cerrada, no podía hacer lo mismo con las piernas. Tan grande fue la decepción, que expulsaron de su hogar a la mosquita muerta, más como una forma de escarmiento que con verdadera intención; pero ella, lejos de sentirse arrepentida o de pedir disculpas y la protección paternal, sin pronunciar palabra reunió unas cuantas prendas en un maletín y salió para siempre de esa casa.

El padre de su futuro bebé era un muchacho apenas mayor que ella, recién inscrito en la universidad, de muy buena familia, a la cual no le cayó nada bien que el primogénito haya unido su vida con la de una clase media, por lo que corrió la misma suerte de Matilde, siendo expulsado de su casa ignominiosamente. Así, Alfredo y Matilde, que nunca habían tenido ninguna preocupación monetaria, se vieron obligados a recurrir a distintos amigos para poder subsistir. Alfredo, que aparentaba más edad de la que tenía, no sólo contaba con un apellido ilustre, sino que también poseía una labia notable, cosa que le facilitó el conseguir empleo y comenzar a ejercer el rol de jefe de familia. Claro que un muchacho joven, muy bien parecido y con dinero propio en el bolsillo, no iba a estancar su juventud entre pañales, mucho menos habiendo tantas mujeres andando por las calles; y su caso no fue la excepción, pues Alfredo destinaba una buena parte de su salario a la empresa, a veces muy costosa, de conquistar señoritas, aunque, eso sí, el amor que le tenía a Matilde era innegable. Sin embargo, no era muy hábil para disimular sus deslices extra conyugales, por lo que su vida marital fue una interminable sucesión de peleas y reconciliaciones. Matilde, al parecer muy dada al masoquismo, jamás sintió disminuir el cariño que le tenía a su marido, a pesar de que el tinte rosa de su relación había desaparecido, de tal forma que cuando alguna infidelidad era descubierta, luego de hacer el debido berrinche y la obligatoria escena del suicidio, aceptaba las disculpas de Alfredo, que se prolongaban toda una noche entre sábanas y humedades, en algunas de las cuales, aturdidos por la pasión del momento reconciliatorio, olvidaron por completo la protección de látex, ampliando a cinco el número de miembros de su familia. Pero esa cifra, con el paso de los años, volvió a ser dos, porque sus hijos, que habían crecido en medio de escenas grotescas y vergonzosas, nunca mostraron signos de estar contentos en esa casa, y tal vez por eso, uno a uno la fueron abandonando, dejando completamente solos a sus progenitores. Curiosamente, lo que la llegada de los niños no pudo lograr, sí lo hizo su partida, pues desde que se sintieron solos, Matilde y Alfredo se unieron mucho más, dejando él sus aventuras pasajeras, y preocupándose ella por mejorar su apariencia y mantener la llama de la pasión ardiendo.

Tan feliz era su nueva situación, que ni siquiera se preocuparon porque Alfredo fuese despedido. Es más, aprovechando la indemnización de éste, hicieron un viaje por algunas ciudades del interior del país, lo que a la larga habría de cambiar el rumbo de sus vidas. El dinero se les acabó en una pequeña ciudad del sur, donde Alfredo tuvo que recurrir a su labia y galanteos para confundir a la dueña del hotel, quien aceptó por buenas unas joyas de escaso valor. Con artimañas parecidas sobrevivieron un par de meses más, y si bien en un principio los timos de Alfredo sirvieron para conseguirles alojamiento y comida, con la complicidad de Matilde –que por fuerza de décadas de convivencia había asimilado, casi por osmosis, gran parte de las habilidades lingüísticas de su esposo– éstos adquirieron mayores proporciones, asegurándoles ingresos con los que podían financiar las actividades que en su juventud no pudieron realizar. En ocho años recorrieron el país casi íntegramente, dejando a su paso cientos de víctimas que habían caído en las estafas del par de tórtolos.

Las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, así, ellos que nunca compraban el periódico, un día tuvieron a bien adquirir uno, probablemente para envolver alguna cosa frágil, pero el caso es que en él, Matilde leyó un reportaje que la impactó: trataba sobre una médium alemana que hacía contacto con los muertos y que era muy requerida por personas convencidas de sus dones, afanadas por comunicarse con los seres queridos que habían pasado a mejor vida. La idea no era mala, además de que era una forma de engañar mucho menos peligrosa que las que ellos ejercían. Claro que para poner en práctica tremenda artimaña, debían necesariamente instalarse definitivamente en un lugar, con todo el lujo en el que, según ellos pensaban, una mujer con tales habilidades debía trabajar. Eso implicaba mucho dinero, del cual no disponían, pero eso sí, conocían las mañas para conseguirlo. Con la ambición del nuevo negocio en la cabeza, no tenían la menor intención de seguir con pequeños trabajitos hasta conseguir la suma que requerían; necesitaban dar un gran golpe, uno que, sin correr mucho riesgo, les proporcionara todo el billete. Pensaron infructuosamente en un buen plan durante varios días y estaban a punto de darse por vencidos cuando una tarde, mientras intentaban robar algunas cosas de un supermercado, escucharon la conversación de un par de señoras situadas del otro lado del escaparate en el que ellos estaban: “Mirá a la Julieta. ¿Dónde? En la caja, está pagando. Ah. ¿Sabías lo que está haciendo esta vieja mañuda? No, ¿qué cosa? Su empleada le dijo a la mía que se había inscrito en una agencia matrimonial. ¿Esas que consiguen marido? Esas mismas, ¿te puedes imaginar? Pobrecita, debe estar desesperada. Sí pues, tantos años de viuderío la han debido afectar. Pero de todas formas creo que no está bien, con el apellido que carga, no debería arriesgarse a semejantes travesuras. Pero a esta vieja, con la plata que tiene, qué le importan las habladurías.” No escucharon más, cruzaron miradas y comprendieron que la misma idea había florecido en ellos. Salieron rápidamente detrás de doña Julieta y la observaron abordar un lujoso coche. Tomaron un taxi y la siguieron, averiguando dónde vivía; después regresaron a su alojamiento, eufóricos, habían encontrado su mina de oro, sólo restaba trazar el plan.

Doña Julieta García del Olmo había enviudado bastante joven, quedándose, a los veinticinco años, a cargo de dos niñas y una enorme empresa. Con su tiempo totalmente repartido entre la educación de las hijas y la administración de los negocios, jamás tuvo la posibilidad de pensar en ella misma y conseguir otra pareja, situación que cambió al darse cuenta de que, con sus hijas ya profesionales y casadas, a pesar de tener muchas relaciones, no contaba con amigos o amigas que pudiesen atenuar su soledad. Apenas había pasado del medio siglo de vida y consideró que aún no era tarde para satisfacer las inmensas ganas que tenía de sentirse amada. Completamente deshabituada a los ardides románticos, no encontró mejor manera de conocer a alguien que afiliarse a una agencia matrimonial, decisión que al parecer no fue muy acertada, pues apenas un par de viejos olvidados intentaron contactarla. Sin embargo, doña Julieta era optimista y esos primeros fracasos no la desalentaron. Y su optimismo habría de ser recompensado una mañana de primavera, cuando al finalizar su cotidiano paseo matutino por el parque aledaño a su casa, por una premeditada casualidad, se chocó con un caballero maduro, de muy buen porte y acento extranjero, intrépidamente galante al momento de disculparse. “Mil disculpas, bella dama, espero no haberla lastimado. No fue nada, no se preocupe. Claro que me preocupo, una flor tan delicada no debe exponerse nunca a tales torpezas.” Con el rostro sonrojado, doña Julieta sonreía a medias, tratando de disimular su turbación. Tras hábiles maniobras palabreras, el galán se dio modos para seguir conversando con la señora en una banca del parque. Rodeados por una brisa tibia y el trinado contrapunto que hacían los pájaros a la charla, doña Julieta quedó embelesada con Fernando Magrissi, el apuesto extranjero que el destino había colocado en su camino.

Matilde y Alfredo espiaron a doña Julieta durante una semana y averiguaron todo lo que pudieron sobre ella, tratando siempre de no llamar la atención con su curiosidad. Pensaron y repensaron el plan detenidamente; al parecer no entrañaba mayores riesgos, pero sí había un inconveniente: los celos de Matilde. Ya eran muchos los años que había dejado de sentirlos y no estaba muy convencida de poder soportarlos nuevamente. Si Alfredo conseguía enamorar a la vieja, lo más probable era que tendría que dejarla satisfecha en todos los sentidos; e imaginar a su marido encamado con ella le traía a la memoria las décadas de infidelidades, supuestamente perdonadas, pero muy vivas en el recuerdo. Discutieron arduamente sobre este punto y, al fin, siendo más fuerte la ambición que los temores femeninos, comenzaron a preparar la utilería necesaria para su gran golpe. Con sus habituales artimañas confundieron a un turista y se hicieron de su pasaporte. Tenían algún dinero que invirtieron en un par de buenos trajes para Alfredo, y lo que les sobró estaba destinado al ítem “gastos de conquista” y a alquilar un cuarto, sólo cuando fuera necesario, en un hotel de cuatro estrellas. Eligieron una mañana de lunes para dar comienzo al plan, el cual, en su primera fase, dio resultados alentadores.

La vida adquirió otro color para doña Julieta. Tan urgida como estaba, prontamente se enamoró de Fernando y no dudó, cosa que le sorprendió a ella misma, en pedirle que la llevara a su hotel, para disfrutar de una intimidad más cómoda. Fiel al dicho popular que señala que no hay que saborear el pan antes de que salga del horno, no comentó con nadie sobre su romance, queriendo, si es que todo resultaba como deseaba, dar la sorpresa con un suntuoso matrimonio. Pero sus planes se desmoronaron la tarde en que Fernando le comunicó que, muy a su pesar, tenía que abandonar el país, pues los negocios por los que había venido se habían frustrado por una artera maniobra de su socio, que lo había despojado de todo el capital que disponía, buena parte del cual había sido conseguido con un préstamo en su lugar de origen. “No hay nada que pueda hacer –le dijo, visiblemente compungido–, he quedado en la calle, pero soy hombre de honor, así que debo retornar a mi país para dar la cara a mis acreedores”. Julieta se emocionó ante la valentía y principios de su amado, y no estando dispuesta a abandonarlo en tan lamentable trance, le ofreció el dinero para saldar la deuda, todo con el fin de que Fernando pudiese regresar lo más pronto posible. “Mañana por la tarde llevaré el dinero a tu hotel –le dijo con voz entrecortada–. Tienes que apurar tu retorno, no sé cómo soportaré tantos días sin verte”.

Todo estaba arreglado, en unas cuantas horas, Matilde y Alfredo obtendrían el dinero para la financiación de su nuevo negocio. Por la mañana ordenaron sus cosas, salieron del alojamiento y fueron a dejarlas en el depósito de la terminal de buses. Alfredo, para mantener las apariencias, se quedó con una pequeña maleta y se dirigió a alquilar, una vez más, la habitación del hotel en el que horas más tarde habría de recibir a Julieta. Ésta llegó alrededor de las tres, con vestigios en el rostro de haber pasado una noche de llanto y desvelo, y se abrazó al cuello del infame, mirándolo con esos ojos cuyas pupilas, afectadas desde siempre por una fotosensibilidad extrema, usualmente estaban contraídas al máximo, transformándose en dos pequeños puntos inescrutables que, en ese instante, parecían vibrar como efecto de las lágrimas que la señora valientemente se resistía a soltar. Él trató de calmar los temores, preocupaciones y desconfianzas que ella le confesó, con una magistral actuación que logró su objetivo, quedando pactado su reencuentro en siete días. Se despidieron con un prolongado y salado beso, tras el cual, Julieta salió presurosa de la habitación dejando sobre la cama el paquete en el que estaban los veinte mil dólares que liberarían a Fernando de su deuda.

Matilde, que había estado esperando impacientemente en el lobby, respiró aliviada al ver salir raudamente del hotel la lastimera figura de Julieta. Casi corriendo subió hasta la habitación donde la esperaban su esposo y el dinero, estallando en júbilo al verificar que todo había salido de acuerdo a lo planeado, a pesar de los celos que le carcomieron el alma al notar las rojas huellas de los últimos besos de Julieta en los labios de Alfredo. Mientras tanto, oscilando entre la incertidumbre y la esperanza, entre el amor y el temor, Julieta regresaba al hotel para entregarle a Fernando la pequeña foto dedicada que quería que él tuviese en su billetera y que había olvidado entregarle minutos antes. Al ver la puerta entre abierta, entró sin tocar, sorprendiendo al par de timadores contando los billetes. “Quién es esta mujer –le dijo señalando a Matilde, que poco a poco se fue alejando hacia la puerta–, qué hace en tu cuarto. No es nadie –respondió Alfredo nerviosamente–, es la que limpia. Por qué hablas así, ya no tienes acento”. Las preguntas se sucedían una tras otra, mientras se percataba de una verdad que aún se resistía a creer, y los recursos verbales de Alfredo, por primera descubierto en sus jugarretas, no podían satisfacer la avalancha de interrogantes. Confundida y rabiosa por lo que sucedía, Matilde tomó el cable del televisor sigilosamente y, de la misma forma, avanzó hacia Julieta. Lo que siguió no duró mucho. Dos décadas de infidelidad e impotencia, de ira contenida, se purgaron en la garganta de la viuda, quien dio su último suspiro clavando sus diminutas pupilas en los ojos de Alfredo, paralizado y trémulo por la repentina reacción de su esposa.

No sé habló nada del asunto, lo que pasó tenía que pasar. Sin demora emprendieron la huída a esta ciudad, donde se mantuvieron ocultos un par de meses, manteniéndose al tanto de las investigaciones por medio de la prensa. Tal como pensaron, no había pistas sobre el o los asesinos, quedándose el caso, con el paso del tiempo, olvidado en los archivos policiales. Más calmados, y sin volver a mencionar siquiera una palabra sobre ese funesto episodio, Matilde y Alfredo comenzaron a instalar el negocio por el que habían corrido tanto riesgo. Empezaron consiguiendo unas oficinas amplias en un edificio del centro de la ciudad. El segundo paso consistía en decorarlas de acorde a lo que exigía la actividad que en ellas se llevaría a cabo. Después, debieron procurarse atuendos y maquillaje que sirvieran para personificar a la medium y, finalmente, se encargaron de publicitar los servicios de la espiritista en distintos medios de comunicación masiva. Así, al cabo de unos pocos días, comenzaron a llamar los primeros clientes. El truco era sencillo, no entrañaba ningún riesgo y lo que cobraban por cada sesión era bastante elevado, por lo que el negocio tenía todas para prosperar. Alfredo, que hacía de secretario y asistente de Madame Mattild, recibía las llamadas o visitas de clientes, e indicándoles que la espiritista no podía atenderlos durante esa semana por estar muy ocupada, les solicitaba dejar su nombre y teléfono para contactarlos cuando llegara su turno. Con ese par de datos, Alfredo tenía siete días para enterarse de varios aspectos de la vida de los clientes, tiempo que muy pocas ocasiones llegó a ser utilizado en su totalidad, pues la mayoría de las veces, en cosa de tres días y con la ayuda de las malas lenguas, que no siempre son mentirosas, conseguía informarse sobre detalles suficientes para convencer al cliente de que había pagado lo justo. Toda esta información era transmitida a Madame Mattild, quien disponía de un par de horas para memorizarlas antes de recibir al cliente, aunque sería más propio llamarlo víctima. De esa forma, el eventual cliente era contactado y se le indicaba el día y hora que debía asistir a su cita con la madame. La sala en la que era recibido por Alfredo era de un blanco inmaculado, tanto, que hasta parecía sala de hospital, sólo que mucho más pulcra; a esto, se añadía una iluminación excesiva, lo que provocaba cierta molestia en la vista, pero conseguía el efecto de dejar atolondrado al cliente cuando pasaba a la sala contigua, prácticamente oscura, donde una delgada vela, con su tenue llama, apenas dejaba distinguir las maquilladas facciones de Matilde, ataviada enteramente de negro, con collares de piedras opacas y una pañoleta enroscada en su cabeza, como una especie de turbante. El cliente entregaba la obligatoria prenda íntima, mechón de cabello o fotografía del ser querido que deseaba contactar, a Alfredo, quien la ubicaba sobre la mesa de Madame Mattild, al tiempo que un pequeño reflector proyectaba un haz de luz sobre el objeto. Las dotes histriónicas de Matilde sorprendieron a su mismo esposo, pues ésta, luego de balbucear un par de minutos ciertos cánticos extraños, probablemente inventados ese mismo instante, se sacudía frenéticamente en medio de gritos desgarradores que hacían estremecer al cliente, quien, en muchos casos, caía desmayado ante tal visión. Supuestamente en trance, Matilde cambiaba la voz de acuerdo al cliente, y comenzaba a hablarle asumiendo la personalidad del ser querido. “¿Están bien nuestros hijos? ¿Ya se casó Vania?”; o “Sé que estás saliendo con otra mujer, se llama Fátima, ella no te quiere, tiene un amante”; o “Nuestro hijo está metido en drogas, debes alejarlo de su amigo Orlando”. El cliente se iba convencido de los dones de la mujer, además de que en la mayoría de los casos salía turbado, preocupado, rabioso o triste por la información que recibía. Al percatarse de tal situación, el par de timadores consideraron lucrativo el ofrecer servicios adicionales, como limpias, fumadas curadoras, deshacer maleficios o amarres amorosos. Con esa intención, más pensando en mantener el negocio como un secreto familiar que perdonando la ingratitud, convocaron a sus hijos, y dándoles unas lecciones aceleradas sobre el oficio, los transformaron en brujos, como toda la gente los llamaba, consiguiendo ampliar el negocio con sucursales tan lucrativas como la casa matriz.

Así, cuando un cliente llegaba, Matilde, con toda la actuación de por medio y luego de dar la información recogida por Alfredo, agregaba, de acuerdo a cada caso, la recomendación de visitar a otro especialista. “Me siento feliz porque nuestros hijos ya están en la universidad –decía en medio del fingido trance–, pero me preocupa cierta gente envidiosa que quiere hacerte daño”. Y ya desposeída del espíritu, le aconsejaba a la clienta: “Señora, su esposo no tiene paz por las preocupaciones que lo agobian. Yo le recomendaría visitar al Chamán de la Selva –que era su hijo mayor– para que le haga una limpia”. De esa manera, el negocio prosperó rápidamente y a las tres sucursales se añadieron tres más, cada una a cargo de los cónyuges de sus hijos. Tras cinco años de fructífera labor, habían logrado desplazar a otros brujos que trabajaban independientemente, consolidándose como monopolio esotérico; e incluso los nietos, que ya eran jóvenes, estaban aprendiendo las artes del más allá para incorporarse a la empresa familiar. Con ese viento a favor, en la oficina, consultorio, o como quiera llamársele, de Madame Mattild, una tarde recibieron la visita de una señora, relativamente joven y con la apariencia de ser adinerada, que solicitaba con urgencia los servicios de Matilde. Alfredo le indicó, como era menester, que ella estaba ocupada, pero que dejara su nombre y teléfono para contactarla en el transcurso de la semana. “Me es imposible –respondió afligida–, yo no soy de esta ciudad y me voy esta misma noche. Puedo pagarles el triple de su tarifa, pero necesito ver a la espiritista ahora”. La triple paga estimuló el ambicioso carácter de Alfredo, advirtiéndole a la señora que si la médium no podía hacer contacto con el más allá en esos momentos, no le sería devuelto su dinero. Ella aceptó sin protestar y canceló la suma prometida. Alfredo entró a la sala de Matilde y le comunicó el caso: “Sólo dile que su ser querido la ve muy mal de amores y luego le aconsejas visitar a Cleopatra para que le haga unas fumadas”; acto seguido comenzó todo el show. La señora entregó a Alfredo un mechón de cabellos que habían pertenecido a su madre; éste con el rigor que acostumbraba, lo depositó en la mesa donde fue atacado por el haz de luz. A los balbuceos de Matilde siguieron las consabidas convulsiones y gritos, sólo que está vez parecían bastante exagerados. “Esta Matilde está sobre actuando –pensó Alfredo–, no es necesario que haga tanto escándalo”. La madame no cesaba de retorcerse en su silla, con tanto ímpetu que cayó al suelo, acudiendo su esposo a socorrerla; pero antes de que éste pudiese tenderle la mano, ella se levantó con insólita agilidad, abalanzándose sobre él a tiempo de tomar su cuello con ambas manos, demostrando una fortaleza sobrenatural contra la que ningún mortal hubiese podido hacer algo, y mucho menos Alfredo, que se encontraba paralizado por el horror que le causó reconocer, en los ojos de su esposa, las diminutas pupilas de Julieta. La hija de ésta, cuyo miedo ante el proceso del trance se había transformado en terror al observar el crimen, salió corriendo de ese lugar embrujado, no sólo por el pánico de lo vivido, sino por el pavor que tenía de ver su buen apellido inmiscuido en asuntos policiales.

El entierro de Alfredo no fue pomposo, aunque el velorio duró tres días, y fue tan largo por la tremenda dificultad que implicó conseguir algún sacerdote que quisiera hacerse cargo de suministrar la extremaunción a semejante hereje. Matilde terminó sus días confinada en la fría celda para reas peligrosas que le fue asignada después de un breve juicio que sirvió también para esclarecer la muerte de doña Julieta. Sobra decir que sus hijos jamás visitaron el cementerio ni la cárcel, y aunque hubiesen tenido las ganas de hacerlo, no podían malgastar el tiempo, pues el negocio familiar demandaba toda su atención, sobre todo después de la sensacionalista publicidad que acarreó el caso de la “asesina del más allá” –tal como lo denominaron algunos diarios amarillistas–, multiplicando sus clientes en tal medida, que al cabo de unos cuantos años expandieron sus tentáculos hacia otras ciudades, involucrando a cuñados, sobrinos, nueras, yernos e incluso uno que otro ahijado, con vocación o sin ella, haciendo crecer el negocio hasta convertirlo en una enorme comunidad de brujos.

14 comentarios:

  1. WOW... simplemente eso. Primera vez que te lei utilizando al principio un purnto dramatico de la historia que no es el final. Me encanto...
    Tal vez faltaba detallar un poco mas la aparicion de la viuda delante de su hija, asi pondria un poco mas de picante a la historia, aunque la llawja general esta muy buena. Mi hermana solia creer demasiado en este tipo de "visionarios", y salia siempre muy convencida de su verdad. Espero no me la hayan estado "vichando" por una semana entera, jajaja. Y, totalmente culpable de sonar trillado, este s el que mas me gusta. Tiene un hilo estilo Dan Brown en algunas partes, que te mantiene el suspenso...
    Un abrazo, sigue adelante

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  2. Pinche comunidad de brujos... lo que hacen para hacer quedar mal a las que por vocación nos internamos en estas lides...

    Qué buen giro de la historia al final, realmente inesperado y muy acorde con el suspenso que te mantiene leyendo y tejiendo historias paralelas en la cabeza!!!

    Un abrazo =)

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  3. Me encantó la historia y me hizo recuerdo a la peli Ghost cuando la Woopi estaba haciendo su show y se le aparece un verdadero fantasma.

    Ahora hasta los brujos son "Licenciados" como la Corazón Dumas que hace publicidad por las radios del Oriente y tiene su "consultorio espiritual" por el 7 calles jeje.

    Pensar que hay tantísima gente que cree en esas cosas, es increíble como las ciudades están atiborradas de ilusos que creen que con 7 fumadas poderosas pueden cambiar su destino no?

    Un abrazo W.

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  4. Compañero: Pudé notar que en este tu cuento -a diferencia de otros- no haces una contextualización urbandina directa como en los otros, en lo personal me gusto que así fuera, es rico leer cosas distintas, algo tan universal. De miedo el cuento, aunque no sé si alguien le creería a alguien que se llame Madame Matild, bueno es que yo nunca he ido a ver a brujitas, con mis fantasmas me basto.

    Un abrazote enorme, nos vemos en Orurito no?

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  5. La flia d brujos, eso d las
    Bueno creo q dejaste a la imaginación el hecho d q sus hijos volvieron después d q sus padres tuvieron éxito.
    Fumadas, limpias etc. Hasta en los grandes partidos de futbol.
    Yo no iria nunca a uno, x miedo q d verdad me aparezca algun muerto!!!! jajaja, no creo en los fantasmas pero ellos no saben eso por hay se me aparecen jeje.

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  6. Buena trama, buen ritmo, buen giro, buen cuento, felicidades, estás para grandes cosas.

    El Raúl

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  7. Con 7 fumadas poderosas sí se puede cambiar el destino, pero al lado oscuro... consejo: nunca vayan a consultar a los brujos, yo ya me hice la fama de bruja, hoy sólo queda el nombre. Weno el cuento Willy querido.
    SALUDOS

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  8. Me re-gustó, el cuento..
    y si alguien alguna vez fue a consultar a brujos chamanes y esas cosas, podrá darse cuenta que todo es verso. Pero me pregunto, si a pesar de muchos saber que son chantas.. ¿por qué igual siguen teniendo tanto éxito los brujos?.

    Siempre es un gusto leer tus cuentos.
    Saludos

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  9. :) Siempre dando nuevas vueltas no? Otro corto de cine este.. parecía que la "Empresa de Brujos" fuera a tertminar en transnacional pues ambos tienen la misma moral de hiena carroñera. Me gusta que no se ambienta en ningún lado en especial.
    Me pasa algo muy raro con tus cuentos: leo uno y al momento siento que había leido o visto algo así y eso es con todos. Le das cuerda a la imaginación hasta hacerla salir de su eje, quizá sea por eso.
    Eso de los brujos, existen quienes pueden llevar ese nombre y otros que no merecen mas que decirles charlatanes, por no decir otras cosas. Las brujas no existen, pero de que vuelan, vuelan... creo en esas cosas hasta donde alcanza mi mano hacia arriba, pero con los pies bien en la tierra.
    Bueno, muy largo ya va mi comentario, un abrazo desde mi negrogrisaceo humor del momento..

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  10. Cristian: Gracias por el comentario y el consejo. Voy a revisar esa parte que mencionas. Respecto a tu hermana, mejor que se aleje de esos brujos, porque son pendejos para causar temor y dependencia. Un abrazo.

    Ceci: No conocía tu faceta de bruja; en fin, espero que no tengas un muñequito parecido a mí reventado de alfires ;) Un abrazo.

    Vania: Lo que pasa es que muchas personas se encuentran en situaciones tan desesperadas, que no hallan otra forma para remediarlas más que acudiendo con estos charlatanes. Pero seguro sí hay personas con ciertos dones, claro que ellas no deben anunciarse en la prensa. Un abrazo.

    Vero: Y los fantasmas propios son jodidos; tienes razón, para qué añadirles la ayuda de brujas y ramas afines. En Oruro no vemos fijísima. Un abrazo, compañera.

    Leslie: Eso de los partidos de fútbol es cierto; de hecho, se decía que la selección brasilera tenía una macumbera oficial, que acompañaba al equipo y hacía amarres a los adversarios. Un abrazote.

    Raul: Muchas gracias por los elogios y por la visita. Un abrazo.

    Brujits: Si en el lado oscuro hay trajes como el de Dark Vader, yo me hago las siete fumadas. Un abrazo.

    Lilian: Como ya dije, la gente pone su última esperanza en aquello que no pertenece a este mundo, entonces los brujos se aprovechan de la deseperación. En fin, debería haber leyes que sanciones este tipo de estafas. Un abrazo.

    Albanella: Las brujas, como las conocemos hoy en día, son un invento de la iglesia católica. Las brujas originales eran otra cosa. De todas formas, mejor no meterse en esos asuntos, no vaya a ser que luego me conviertan en sapo. Un abrazo.

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  11. Wow...!!! Frank Miller..!! Quentin Tarantino, no se comparan con el maestro y genio Estido..!!! yeahhh!!!

    de la puta...!! muy buena la historia...

    Aunque sea una bola de Maleantes, al final tuvieron lo que se merecían por aprovecharse de los idiotas que creen en esas estupideces...!!! je!!! como siempre re-bueno el escrito...!!!

    No lograba entender el final... tuve que releerlo... pero eso de la asesina del más allá, una de las mejores cosas que he leído..!!! y bueno, por eso no hay que meterse mucho con lo metafísico...!!!

    Pero creo que es verdad lo de los estafadores, quisiera saber de donde sale la historia, está inspirado en algo real... o es una mezcla de información de maleantes estafadores, con el cuento del tío y toda esa cosa...!!

    Je..!! un Saludo Estido...!!

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  12. Jota: Yaaaaaaaaa, qué exagerado, pero gracias. Bueno, la historia se me ocurrió a partir de un reportaje que salió en la prensa hace varios años, donde se mostraba cómo todos los brujos (casandra, curaca blanco, etc.) eran miembros de una misma familia. O sea que, en la vida real sí hay una comunidad/negocio de brujos.
    Un abrazo.

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  13. Bien se está estido. Siento dos aceleradas, una entre el embarazo de la Matilde y aquello de que tienen cinco hijos crecen y se quedan solos y la otra en la llegada de la hija de Julieta, la posesión del cuerpo de Matilde y la muerte de Alfredo. Por lo demás fanta-buloso.
    Recibe un abrazo de mucho tiempo y adelante con la tinta y pluma.

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  14. benisimo buenisimobuenisimo

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