Nadie sabrá que tu pecho
juntito al mío ha latido,
que disfrutamos instantes
de fascinante dulzura.
Nunca diré que hubo noches
que te adoré con locura,
nadie sabrá que en tus brazos,
borracho de amor, me quedé dormido.
Félix Pasache
juntito al mío ha latido,
que disfrutamos instantes
de fascinante dulzura.
Nunca diré que hubo noches
que te adoré con locura,
nadie sabrá que en tus brazos,
borracho de amor, me quedé dormido.
Félix Pasache
Con un fuerte empellón salió expulsado del departamento y la puerta se cerró tras de él con violento estruendo. Asombrado y furioso, se dio la vuelta para tocar el timbre desesperadamente. Lo que su dedo no conseguía, tal vez podían conseguirlo sus pies. Inútil esfuerzo. Ni con las tremendas patadas que amenazaron romper la puerta logró que alguien le abriera nuevamente. Pero de los departamentos vecinos sí salieron muchas voces, algunas llamándolo a la calma, otras mentándole a la madre y otras comunicándole, en tono más o menos serio, que la policía ya había sido notificada. Inútil esfuerzo también. Él no escuchaba nada, ni siquiera a sí mismo. Asombrado, furioso, exhausto, avergonzado, Gonzalo cayó de rodillas y rompió en llanto, mientras daba ligeros cabezazos a la puerta del 12–B.
El viernes 11 de abril hubiera sido un día más en la vida de Gonzalo Bilbao de no haberse encontrado un papelito que seguramente dejó en el taxi algún pasajero anterior. Era una invitación a la inauguración de una discoteca. “Canilla abierta hasta las 12:00”, fue lo que más le interesó. La suerte estaba con él. Toda la semana había sido terrible en el banco, ser cajero no es nada fácil, y ahora se le presentaba una inmejorable oportunidad para desestresarse. Llegando a su casa llamó a dos amigos para contarles que “me han invitado a la inauguración del Salsódromo, el dueño es mi gran cuate”. Todos de acuerdo y contentos. El plan ya estaba diseñado: emperifollarse, bañarse en loción, tomar unos tragos –o, lo que es lo mismo, tomar valor–, conocer mujeres y, si es que el repertorio de frases funcionaba, acostarse con alguna de ellas.
Faltando pocos minutos para las once de la noche, los tres amigos llegaron al Salsódromo. Gonzalo se adelantó para exhibir al tipo de la puerta la invitación que “su gran cuate” le había dado. Todo OK: entraron al paraíso. La voz de Elvis Crespo saturaba el ambiente, las meseras iban de un lado al otro llevando copas por docenas, luciendo unas ajustadas minifaldas que les asegurarían buenas propinas. Gonzalo retuvo a una, “Conseguime tres wiscachos, reinita”, le dijo, y ella con un guiño dio por aprobada la petición. Luego de una hora, ya con bastante alcohol/valor en el cuerpo, cada uno fue a conseguir lo suyo. Sus amigos no eran exigentes, fueron bailar con la primera que encontraron; pero Gonzalo, no. Él tenía que ligarse a una belleza, era su noche, la suerte estaba con él.
–¿Bailamos?
–No, gracias.
–Vamos, animate.
–Te dije que no.
Mala técnica. “Estas son medio refinadas. Habrá que hablarles lindo”, pensó. Y divisó a su siguiente presa, una morena ultramaquillada, con un escote que prácticamente no dejaba nada a la imaginación. Se puso un dulce de menta en la boca y se acercó con disimulo, fingiendo tropezar con ella.
–Perdón, no sabía que los ángeles tenían libre hoy día.
–¿Qué?
–Te digo que pareces un ángel.
–Y seguro te tropezaste con mis alas, ¿no?
–Ja, ja. Además de linda, con sentido del humor. ¿Te invito un trago?
–¿Y tienes para pagarlo?
Gonzalo prefirió pasar por alto ese pequeño desdén y demostrar su poder adquisitivo comprando una botella. Cuatro horas después, completamente borracho, trataba de robar un beso a Fatty –sólo sus padres le decían Fátima–, antes de embarcarla en un taxi.
–No Chalo, recién nos conocemos.
–Ya pues, sólo unito, para no olvidarte nunca, para quererte siempre.
A veces subestimamos el poder de las palabras. Si no fuera así, jamás diríamos algunas cosas que pueden llegar a convertirse en hechos. Fatty cedió, más por librarse del borracho que por gusto.
–Chau reinita, te llamo mañana.
–Bueno, chau.
Gonzalo durmió pesadamente hasta las tres de la tarde. Lo despertó el teléfono que chillaba sin tregua. Era uno de sus amigos para contarle de la maratón sexual que tuvo con una de las meseras. Y ante el inevitable “y a ti, qué tal te fue”, Gonzalo respondió, desde el fondo del corazón, “de perlas, viejito, de perlas”.
–Buenas tetas tenía tu negra, ¿duritas?
–Vos pareces un orangután en celo.
–O sea que no hiciste nada.
–Sí hice. La besé.
–Repito: o sea que no hiciste nada.
–Definitivamente eres un bruto. La besé, entiendes, la besé. Y con eso me bastó. Esa mujer me ha dejado en shock. Nunca me han besado tan rico. Es muy especial, realmente me ha gustado.
–O sea que no hiciste nada.
–Click.
Mientras se duchaba, Gonzalo recordaba a Fatty. Su pelo negro, rizado; sus ojos cafés, comunes pero muy expresivos; el escote, claro que sí; pero sobre todo, los labios, esos labios que fueron suyos tres segundos, que tatuaron en su corazón cinco letras, efe, a, te, te, i griega. Tenía que llamarla, salir con ella, besarla nuevamente, besarla tiernamente, sólo besarla, lo demás vendría luego, no había prisa, por primera vez no pensaba sólo en el presente, sino también en el futuro, en ese maravilloso futuro besando a Fatty.
Fátima (Nuestra Señora de), nombre de virgen. Fátima (Villa), nombre de barrio. Fátima (Fernández), nombre de hija. Fátima durmiendo, ¿soñando? Hace mucho que no soñaba, o por lo menos ya no prestaba atención a los sueños. Fátima despertando, pensando, recordando. Había sido una noche para ella sola. ¿Por qué no se lo trajo a dormir?, el tipo no estaba tan mal, se notaba que tenía un trabajo fijo, ingreso mensual, bien vestido, loción ordinaria, eso sí. Muy borracho. No quería estar con un borracho. No debía darle el beso. Pero si no se lo daba, nunca la dejaba ir. Qué importancia tenía, jamás lo volvería a ver. El timbre del teléfono la sacó de sus reflexiones.
–¿Fatty?
–Sí, ¿quién habla?
–Soy yo, Chalo. Nos conocimos ayer, en la discoteca de mi amigo.
Sorprendida. No estaba tan mal. Bien vestido, ingreso fijo.
–Hola, cómo está la cabeza.
–Más o menos. Tú no tomaste mucho, yo me tuve que acabar la botella.
–Es que no tenía ganas.
–¿Y será que hoy tienes ganas de tomar un traguito? Conozco un pub buena onda.
–No sé. Es que trabajo en una farmacia, hago los turnos de noche. Ayer era mi día libre.
–Entonces podemos ir al cine o a tomar helados. ¿Qué dices?
Sorprendida. ¿Por qué no? No estaba tan mal.
–No sé, Chalo. Estoy muy cansada. Llamame más tarde y te aviso.
–Está bien. Te llamo a las seis.
De la película vieron sólo los primeros minutos. Luego besos, abrazos, manos velludas que buscaban lo que la noche previa el escote dejaba ver, manos delgadas que trataban de retener a las otras manos, más besos, humedad, erección, deseo, contención, ataque, defensa, más besos. Fin. Al salir, ella no quiso ir a comer, tenía que ir a trabajar. Gonzalo quería retenerla más, hablar más, conocerla más, contarle más de él, todo más. Pero el deber es el deber, “si no voy, me botan”, le dijo, “llamame mañana, tal vez pueda ir a tu casa en la tarde”.
El cazador cazado. Enamorado. Gonzalo Bilbao “de Fernández”. No pasó mucho tiempo y Fátima recibió un modesto anillo, señal inequívoca de que quería casarse con ella. ¿Lo quería? Tal vez sí, tal vez no. En todo caso, él no estaba tan mal. Ingreso fijo. Dos lágrimas y un “sí” completaron la felicidad de Gonzalo. ¿La quería? Sí. Trabajadora, linda, fogosa. Además, el matrimonio es sólo un papel, si no funciona, se lo quema. Fijaron el 14 de junio para realizar la boda.
–¿Estás seguro de lo que haces?
–Más que seguro, viejito, segurísimo.
–Pero apenas la conoces un mes.
–Un mes y ocho días.
–No jodas. Casarse no es un chiste. Qué dicen los papás de ella.
–No viven aquí. Pero Fatty ya les dijo y están alegres, vendrán para el matrimonio.
–Admito que ella es muy linda, pero si te quiere, no se va a escapar, pueden esperar un poco más.
–Para qué esperar. Mirá, tengo treinta y dos años, posibilidades de ascender en el banco, ella veintiocho y es farmacéutica. Podemos vivir en mi casa y todo arreglado.
–Muy bien, ya has tomado tu decisión, pero ni se te ocurra nombrarme padrino de algo, estoy sin trabajo.
Enamorado, sí; pero no por eso Gonzalo podía reprimir sus gustitos. Desde la primera vez, cuando tenía diecisiete, en un sucio cuarto, pequeñísimo, con esa gorda que sólo decía “¿ya está, cómo es, ya está?”, acudía periódicamente a cualquier lenocinio, claro que desde que ganaba dinero, buscaba a las mejores, las más jóvenes, las más complacientes, las que fingían gemidos, las que lo despedían con un beso. Y no por casarse tendría que poner fin a sus diversiones. De hecho, ya era más de un mes que no buscaba alguna compañía pagada, y si bien Fátima era lo suficientemente ardiente, las viejas costumbres no se pierden así de fácil, menos aún cuando son asuntos de sábanas.
Así, mientras buscaba en la sección de avisos clasificados del periódico algún local donde realizar la fiesta del matrimonio, se topó con la página rosa. Más de cien anuncios que prometían placer por distintos precios. “Chicas del oriente, 7 servicios por 50 pesos”; “Jóvenes universitarias, placer total, 70 pesos la hora”; “Realiza tus fantasías, 150 por dos chicas”; uno tras otro los fue leyendo, olvidándose del local, seducido por las fotos –extraídas de internet– de mujeres desnudas, “100% originales”, que adornaban los anuncios. No tuvo que pensar mucho, sus manos ya habían alcanzado el teléfono y estaban discando el número de un salón que ofrecía dos chicas por 100 pesos.
–Aló, llamo para averiguar los servicios.
Una sensual voz, que puso movimiento a la imagen del periódico, le contestó del otro lado.
–Bueno. La hora te cuesta 80 pesos. Si quieres dos chicas, tienes que aumentar veinte más. El precio incluye un masaje, una relación vaginal, una oral y una anal si es que le aumentas plata a la chica. ¿Te doy la dirección?
–Dictame.
Un edificio familiar, perfecto camuflaje para no ser molestados por la policía. Departamento 12–B. Ningún letrero en la puerta, nada que haga sospechar algo. ¿Se habría equivocado? –revisó el papelito en el que apuntó la dirección–, no, estaba bien, ese era el lugar. Tocó el timbre dos veces, esperó pocos segundos y le abrió la puerta un sujeto malencarado, aunque más pequeño que él.
–Vine por el anuncio del periódico.
–En este momento sólo tengo dos chicas disponibles, ¿las quieres ver?
–Es sin compromiso, ¿verdad?
–Sí. Si no te gustan, puedes volver más tarde, ya van a estar las demás desocupadas.
–Ya. Entonces las veré nomás.
Se sentó en un sillón para esperar la salida de las chicas. Pensó que le daba flojera ir a buscar otro lugar, o sea que se quedaría con alguna de las que salieran. El bulín parecía decente. Estaba limpio, música con bajo volumen, cuadros en las paredes...
–¿Fatty? ¡Fátima! ¿Qué significa esto? ¿Qué haces aquí?
Sorprendida. Una leve tonalidad rojiza apareció en su rostro. Se puso detrás de la otra, quien miraba al par de novios sin entender nada.
–¡Carajo, contestá! ¿Qué mierda haces aquí?
Asustada. Aferrada al brazo de la otra, casi lastimándola, muda súplica de protección, un “no me dejes sola” implícito en las uñas clavando la carne de su compañera.
–¡Fátima, respondeme! ¿Así que esta es la farmacia donde no podía ir porque tu jefe era muy renegón? Entonces esta puta debe ser tu tía, a la que no le gusta que recibas visitas.
Sólo sus padres le decían Fátima. Fátima (Nuestra Señora de), nombre de virgen. Fátima (Villa), nombre de barrio. Fatty (la), nombre de batalla. Prostituta desde los quince. Mujer de agallas, forjó su carácter en el catre. Un día libre a la semana: a veces dormir, a veces ir a bailar, como a la inauguración del Salsódromo, porque el dueño, su cliente, le había dado la invitación. A veces ligarse un tipo, a veces disfrutar de verdad. Fatty, la puta. Fátima, la novia. Qué era más fuerte: un mes de besos apasionados y un anillo bañado en oro con piedra falsa, o trece años de abrir las piernas y cinco mil dólares en el banco.
–¡Eres una Puta! ¡Hipócrita!
Descubierta. La Fatty, ¿acorralada en su territorio? Nunca. Trece años de manejar hombres, trece años de hurgar bolsillos, de escuchar historias, de secar lágrimas ajenas, de soportar borrachos. Cuatro abortos y un casi matrimonio. No estaba mal. El tipo tampoco. Sueldo fijo. Puta, sí, pero no para que se lo encararan de esa manera. Soltó a su compañera y tomó al toro por las astas.
–Y vos a qué viniste. ¿No que me querías?, ¿que me ibas a ser fiel siempre?, ¿que no ibas a estar con otra mujer nunca más?, ¿que nunca habías gozado tanto como conmigo?
–Sí, pero...
–Pero nada, eres un maricón, te faltan bolas. Si fueras un macho de verdad por lo menos me engañarías conquistando una mujer, no buscando putas. Así que no me reclames nada.
–Yo sólo vine a...
–Tú viniste a tirarte una puta, a engañarme, a pintarme los cuernos. Y claro, yo boluda, que te creía lo del amor, lo de la fidelidad, lo del matrimonio. Hipócrita de mierda. Andate de aquí, no te quiero ver nunca más.
Y se abalanzó contra él, empujándolo con vehemencia, ayudado por su compañera, quien no terminaba de comprender nada. Antes de poder reaccionar, ya había sido expulsado del departamento. Inútiles sus posteriores patadas a la puerta, su insistencia con el timbre. Sólo le quedó llorar de rabia, de amor, de vergüenza, arrodillado, marcando el ritmo de sus lamentos con golpes de cabeza en la puerta, saboreando moco, implorando, a esos oídos que se regocijaban dentro, “perdoname, Fatty, perdoname, nunca más te vuelvo a engañar, no me dejes...”
El viernes 11 de abril hubiera sido un día más en la vida de Gonzalo Bilbao de no haberse encontrado un papelito que seguramente dejó en el taxi algún pasajero anterior. Era una invitación a la inauguración de una discoteca. “Canilla abierta hasta las 12:00”, fue lo que más le interesó. La suerte estaba con él. Toda la semana había sido terrible en el banco, ser cajero no es nada fácil, y ahora se le presentaba una inmejorable oportunidad para desestresarse. Llegando a su casa llamó a dos amigos para contarles que “me han invitado a la inauguración del Salsódromo, el dueño es mi gran cuate”. Todos de acuerdo y contentos. El plan ya estaba diseñado: emperifollarse, bañarse en loción, tomar unos tragos –o, lo que es lo mismo, tomar valor–, conocer mujeres y, si es que el repertorio de frases funcionaba, acostarse con alguna de ellas.
Faltando pocos minutos para las once de la noche, los tres amigos llegaron al Salsódromo. Gonzalo se adelantó para exhibir al tipo de la puerta la invitación que “su gran cuate” le había dado. Todo OK: entraron al paraíso. La voz de Elvis Crespo saturaba el ambiente, las meseras iban de un lado al otro llevando copas por docenas, luciendo unas ajustadas minifaldas que les asegurarían buenas propinas. Gonzalo retuvo a una, “Conseguime tres wiscachos, reinita”, le dijo, y ella con un guiño dio por aprobada la petición. Luego de una hora, ya con bastante alcohol/valor en el cuerpo, cada uno fue a conseguir lo suyo. Sus amigos no eran exigentes, fueron bailar con la primera que encontraron; pero Gonzalo, no. Él tenía que ligarse a una belleza, era su noche, la suerte estaba con él.
–¿Bailamos?
–No, gracias.
–Vamos, animate.
–Te dije que no.
Mala técnica. “Estas son medio refinadas. Habrá que hablarles lindo”, pensó. Y divisó a su siguiente presa, una morena ultramaquillada, con un escote que prácticamente no dejaba nada a la imaginación. Se puso un dulce de menta en la boca y se acercó con disimulo, fingiendo tropezar con ella.
–Perdón, no sabía que los ángeles tenían libre hoy día.
–¿Qué?
–Te digo que pareces un ángel.
–Y seguro te tropezaste con mis alas, ¿no?
–Ja, ja. Además de linda, con sentido del humor. ¿Te invito un trago?
–¿Y tienes para pagarlo?
Gonzalo prefirió pasar por alto ese pequeño desdén y demostrar su poder adquisitivo comprando una botella. Cuatro horas después, completamente borracho, trataba de robar un beso a Fatty –sólo sus padres le decían Fátima–, antes de embarcarla en un taxi.
–No Chalo, recién nos conocemos.
–Ya pues, sólo unito, para no olvidarte nunca, para quererte siempre.
A veces subestimamos el poder de las palabras. Si no fuera así, jamás diríamos algunas cosas que pueden llegar a convertirse en hechos. Fatty cedió, más por librarse del borracho que por gusto.
–Chau reinita, te llamo mañana.
–Bueno, chau.
Gonzalo durmió pesadamente hasta las tres de la tarde. Lo despertó el teléfono que chillaba sin tregua. Era uno de sus amigos para contarle de la maratón sexual que tuvo con una de las meseras. Y ante el inevitable “y a ti, qué tal te fue”, Gonzalo respondió, desde el fondo del corazón, “de perlas, viejito, de perlas”.
–Buenas tetas tenía tu negra, ¿duritas?
–Vos pareces un orangután en celo.
–O sea que no hiciste nada.
–Sí hice. La besé.
–Repito: o sea que no hiciste nada.
–Definitivamente eres un bruto. La besé, entiendes, la besé. Y con eso me bastó. Esa mujer me ha dejado en shock. Nunca me han besado tan rico. Es muy especial, realmente me ha gustado.
–O sea que no hiciste nada.
–Click.
Mientras se duchaba, Gonzalo recordaba a Fatty. Su pelo negro, rizado; sus ojos cafés, comunes pero muy expresivos; el escote, claro que sí; pero sobre todo, los labios, esos labios que fueron suyos tres segundos, que tatuaron en su corazón cinco letras, efe, a, te, te, i griega. Tenía que llamarla, salir con ella, besarla nuevamente, besarla tiernamente, sólo besarla, lo demás vendría luego, no había prisa, por primera vez no pensaba sólo en el presente, sino también en el futuro, en ese maravilloso futuro besando a Fatty.
Fátima (Nuestra Señora de), nombre de virgen. Fátima (Villa), nombre de barrio. Fátima (Fernández), nombre de hija. Fátima durmiendo, ¿soñando? Hace mucho que no soñaba, o por lo menos ya no prestaba atención a los sueños. Fátima despertando, pensando, recordando. Había sido una noche para ella sola. ¿Por qué no se lo trajo a dormir?, el tipo no estaba tan mal, se notaba que tenía un trabajo fijo, ingreso mensual, bien vestido, loción ordinaria, eso sí. Muy borracho. No quería estar con un borracho. No debía darle el beso. Pero si no se lo daba, nunca la dejaba ir. Qué importancia tenía, jamás lo volvería a ver. El timbre del teléfono la sacó de sus reflexiones.
–¿Fatty?
–Sí, ¿quién habla?
–Soy yo, Chalo. Nos conocimos ayer, en la discoteca de mi amigo.
Sorprendida. No estaba tan mal. Bien vestido, ingreso fijo.
–Hola, cómo está la cabeza.
–Más o menos. Tú no tomaste mucho, yo me tuve que acabar la botella.
–Es que no tenía ganas.
–¿Y será que hoy tienes ganas de tomar un traguito? Conozco un pub buena onda.
–No sé. Es que trabajo en una farmacia, hago los turnos de noche. Ayer era mi día libre.
–Entonces podemos ir al cine o a tomar helados. ¿Qué dices?
Sorprendida. ¿Por qué no? No estaba tan mal.
–No sé, Chalo. Estoy muy cansada. Llamame más tarde y te aviso.
–Está bien. Te llamo a las seis.
De la película vieron sólo los primeros minutos. Luego besos, abrazos, manos velludas que buscaban lo que la noche previa el escote dejaba ver, manos delgadas que trataban de retener a las otras manos, más besos, humedad, erección, deseo, contención, ataque, defensa, más besos. Fin. Al salir, ella no quiso ir a comer, tenía que ir a trabajar. Gonzalo quería retenerla más, hablar más, conocerla más, contarle más de él, todo más. Pero el deber es el deber, “si no voy, me botan”, le dijo, “llamame mañana, tal vez pueda ir a tu casa en la tarde”.
El cazador cazado. Enamorado. Gonzalo Bilbao “de Fernández”. No pasó mucho tiempo y Fátima recibió un modesto anillo, señal inequívoca de que quería casarse con ella. ¿Lo quería? Tal vez sí, tal vez no. En todo caso, él no estaba tan mal. Ingreso fijo. Dos lágrimas y un “sí” completaron la felicidad de Gonzalo. ¿La quería? Sí. Trabajadora, linda, fogosa. Además, el matrimonio es sólo un papel, si no funciona, se lo quema. Fijaron el 14 de junio para realizar la boda.
–¿Estás seguro de lo que haces?
–Más que seguro, viejito, segurísimo.
–Pero apenas la conoces un mes.
–Un mes y ocho días.
–No jodas. Casarse no es un chiste. Qué dicen los papás de ella.
–No viven aquí. Pero Fatty ya les dijo y están alegres, vendrán para el matrimonio.
–Admito que ella es muy linda, pero si te quiere, no se va a escapar, pueden esperar un poco más.
–Para qué esperar. Mirá, tengo treinta y dos años, posibilidades de ascender en el banco, ella veintiocho y es farmacéutica. Podemos vivir en mi casa y todo arreglado.
–Muy bien, ya has tomado tu decisión, pero ni se te ocurra nombrarme padrino de algo, estoy sin trabajo.
Enamorado, sí; pero no por eso Gonzalo podía reprimir sus gustitos. Desde la primera vez, cuando tenía diecisiete, en un sucio cuarto, pequeñísimo, con esa gorda que sólo decía “¿ya está, cómo es, ya está?”, acudía periódicamente a cualquier lenocinio, claro que desde que ganaba dinero, buscaba a las mejores, las más jóvenes, las más complacientes, las que fingían gemidos, las que lo despedían con un beso. Y no por casarse tendría que poner fin a sus diversiones. De hecho, ya era más de un mes que no buscaba alguna compañía pagada, y si bien Fátima era lo suficientemente ardiente, las viejas costumbres no se pierden así de fácil, menos aún cuando son asuntos de sábanas.
Así, mientras buscaba en la sección de avisos clasificados del periódico algún local donde realizar la fiesta del matrimonio, se topó con la página rosa. Más de cien anuncios que prometían placer por distintos precios. “Chicas del oriente, 7 servicios por 50 pesos”; “Jóvenes universitarias, placer total, 70 pesos la hora”; “Realiza tus fantasías, 150 por dos chicas”; uno tras otro los fue leyendo, olvidándose del local, seducido por las fotos –extraídas de internet– de mujeres desnudas, “100% originales”, que adornaban los anuncios. No tuvo que pensar mucho, sus manos ya habían alcanzado el teléfono y estaban discando el número de un salón que ofrecía dos chicas por 100 pesos.
–Aló, llamo para averiguar los servicios.
Una sensual voz, que puso movimiento a la imagen del periódico, le contestó del otro lado.
–Bueno. La hora te cuesta 80 pesos. Si quieres dos chicas, tienes que aumentar veinte más. El precio incluye un masaje, una relación vaginal, una oral y una anal si es que le aumentas plata a la chica. ¿Te doy la dirección?
–Dictame.
Un edificio familiar, perfecto camuflaje para no ser molestados por la policía. Departamento 12–B. Ningún letrero en la puerta, nada que haga sospechar algo. ¿Se habría equivocado? –revisó el papelito en el que apuntó la dirección–, no, estaba bien, ese era el lugar. Tocó el timbre dos veces, esperó pocos segundos y le abrió la puerta un sujeto malencarado, aunque más pequeño que él.
–Vine por el anuncio del periódico.
–En este momento sólo tengo dos chicas disponibles, ¿las quieres ver?
–Es sin compromiso, ¿verdad?
–Sí. Si no te gustan, puedes volver más tarde, ya van a estar las demás desocupadas.
–Ya. Entonces las veré nomás.
Se sentó en un sillón para esperar la salida de las chicas. Pensó que le daba flojera ir a buscar otro lugar, o sea que se quedaría con alguna de las que salieran. El bulín parecía decente. Estaba limpio, música con bajo volumen, cuadros en las paredes...
–¿Fatty? ¡Fátima! ¿Qué significa esto? ¿Qué haces aquí?
Sorprendida. Una leve tonalidad rojiza apareció en su rostro. Se puso detrás de la otra, quien miraba al par de novios sin entender nada.
–¡Carajo, contestá! ¿Qué mierda haces aquí?
Asustada. Aferrada al brazo de la otra, casi lastimándola, muda súplica de protección, un “no me dejes sola” implícito en las uñas clavando la carne de su compañera.
–¡Fátima, respondeme! ¿Así que esta es la farmacia donde no podía ir porque tu jefe era muy renegón? Entonces esta puta debe ser tu tía, a la que no le gusta que recibas visitas.
Sólo sus padres le decían Fátima. Fátima (Nuestra Señora de), nombre de virgen. Fátima (Villa), nombre de barrio. Fatty (la), nombre de batalla. Prostituta desde los quince. Mujer de agallas, forjó su carácter en el catre. Un día libre a la semana: a veces dormir, a veces ir a bailar, como a la inauguración del Salsódromo, porque el dueño, su cliente, le había dado la invitación. A veces ligarse un tipo, a veces disfrutar de verdad. Fatty, la puta. Fátima, la novia. Qué era más fuerte: un mes de besos apasionados y un anillo bañado en oro con piedra falsa, o trece años de abrir las piernas y cinco mil dólares en el banco.
–¡Eres una Puta! ¡Hipócrita!
Descubierta. La Fatty, ¿acorralada en su territorio? Nunca. Trece años de manejar hombres, trece años de hurgar bolsillos, de escuchar historias, de secar lágrimas ajenas, de soportar borrachos. Cuatro abortos y un casi matrimonio. No estaba mal. El tipo tampoco. Sueldo fijo. Puta, sí, pero no para que se lo encararan de esa manera. Soltó a su compañera y tomó al toro por las astas.
–Y vos a qué viniste. ¿No que me querías?, ¿que me ibas a ser fiel siempre?, ¿que no ibas a estar con otra mujer nunca más?, ¿que nunca habías gozado tanto como conmigo?
–Sí, pero...
–Pero nada, eres un maricón, te faltan bolas. Si fueras un macho de verdad por lo menos me engañarías conquistando una mujer, no buscando putas. Así que no me reclames nada.
–Yo sólo vine a...
–Tú viniste a tirarte una puta, a engañarme, a pintarme los cuernos. Y claro, yo boluda, que te creía lo del amor, lo de la fidelidad, lo del matrimonio. Hipócrita de mierda. Andate de aquí, no te quiero ver nunca más.
Y se abalanzó contra él, empujándolo con vehemencia, ayudado por su compañera, quien no terminaba de comprender nada. Antes de poder reaccionar, ya había sido expulsado del departamento. Inútiles sus posteriores patadas a la puerta, su insistencia con el timbre. Sólo le quedó llorar de rabia, de amor, de vergüenza, arrodillado, marcando el ritmo de sus lamentos con golpes de cabeza en la puerta, saboreando moco, implorando, a esos oídos que se regocijaban dentro, “perdoname, Fatty, perdoname, nunca más te vuelvo a engañar, no me dejes...”
ahh, el viejo y dificil arte de voltear la tortilla... hay q practicarlo mucho jejee.
ResponderBorrarbueno el valsesito eh..."este secreto que tienes conmigo, nadie lo sabraaa" jajaja... infaltable en las guitarreadas despues de las 4 de la mañana
La tortilla se vuelca solo si el otro tambien tiene cola que le pisen. Y Putas las hay de td precio... hay las de la Disco; les das unos "drinks" y te la cargas gratis. Luego estan las que cobran, pero tds la misma cosa; las putas de "sociedad" y las de la "calles" solo se diferencian x el precio que cobran. Aunque tb estan los mantenidos.. hombres q se consiguen una "vieja" que les den sus gustitos.
ResponderBorrarNo es amenaza..me voy a La Paz.
ResponderBorrarTe contaré que me gustó mucho que el cuento comience en el final, se supone que una buena introducción te induce a seguir leyendo. Y el final final, sí fue inesperado, yo pensé que el que tenía todas las de ganar era él...¿una casi infidelidad es peor que una mentira llena de cuernos?
Besos
S-Siro: Acá el valsesito no es muy conocido, pero a mí me encanta el sentimiento con que lo canta "el borracho de América". Él frasea: Nadie sabrá que tu pecho juntitito al mío a latido... Me encanta la música peruana; debe ser porque soy muy llorón. Un abrazo.
ResponderBorrarLeslie: Es cierto, putas hay en todo lado y de toda clase. Desde las que cobran, de frente y con honestidad, 50 pesos; hasta las que se hacen pagar los tragos y la ropa. Además, como bien dice, los putos también abundan, claro que nuestras sociedades machistas prefieren llamarlos pendejos (vivos, pícaros, machotes, qué sé yo, depende del país).
Pao: ¿Cuándo? Pon la fecha, pues, sino sigue siendo amenaza. Cada pareja establece las normas de su relación; en ese sentido, una infedelidad puede ser aceptada, pero una mentira no; todo depende. Particularmente, opto por la honestidad total, aunque duela. Otros besos.
Fue tan real la historia que me quedé sin palabras...
ResponderBorrarSolo puedo decir: Qué pendejos!!!
Saludos =)
Los valsesitos peruanos me hacen recuerdo a los Domingos en la casa de mi mamá, cuando escuchábamos "un vals y un bolero" de 10 a 12 mientras cocinábamos. Se me han quedado en la memoria TODOS los valsesitos pero no he aprendido ni a hacer hervir el agua.
ResponderBorrarEl final del cuento me dejó sin palabras como a la Ceci, sobretodo por la capacidad de la Fati de dar la vuelta las cosas y agarrar al toro por las astas.
La narración es aceptable,pese a todo no se vislumbra el desenlace hasta que ocurre¿no?
ResponderBorrarSin embargo Estido,solamente para aportar...las chicas que laburan en esos lugares nunca se dejan ver por los conocidos,toman todas las precauciones necesarias para evitar ser vistas.Pero está bien.
Estido: Esa Fatty es mi idola!!!!!!!! jajajajjaja será zorra! me dió mucha risa el final, bien tirado :P. Oye pero a diferencia de las demás, yo con lo del 12-B ya me las olí el final, así que sorpresa, sorpresa no fué, a partir de esa línea fanfarrias nomás a la Fatty, además con el título ya me ubique que algo así podía pasar más adelante, o será que hoy desperté en mi día de lucidez jeje. Un abrazo che, tus escritos son realmente " un breve instante inmenso en el vivir".
ResponderBorrarche estido, la neta que voy agarrando cierto ritmo de lectura en tu blog por lo que me permito comentar y observar lo siguiente:
ResponderBorrar- A diferencia de obras anteriores, este breve cuento lo vi muy simple, predecible y sin conducir a una idea completa, trascendente. Pensé que bajo tu aguda suspicacia ibas a suponer que conducirías a todos tus lectores a caer en la evidente predicibilidad y que esta sea la trampa para llegar a un final inesperado, pero no fue asi. En fin, sólo es un comentario.
- Observación: aprendí de ti lo que es la verosimilitud en la narrativa de una obra. Entonces, ¿no crees que las prostitutas nunca utilizan su nombre verdadero, o contracción, o diminutivo (Fatty), como nombre de batalla? (digo, ya sea porque conozcas ese mundo, o por pura intuición). Y finalmente, me pareciera que la hombría y el orgullo de un hombre (ambientando el cuento en una sociedad como la nuestra) se impondría sobre todo argumento y el tipo mantendría el coraje y la bronca, en una situación como la que vive ese Gonzalo Bilbao? (que por cierto conozco uno que se llama así y le preguntaré como le fue después del lloriqueo en la puerta).
Penúltima vez que me extiendo tanto, ya?
Karma. Y una excelente historia. Ya has publicado libros?
ResponderBorrarEstido... a diferencia del Sr. que se extendio x penultima vez... yo creo que los cuentos para ser agradables a la lectura no tienen que ser necesariamente complicados o con un final inesperado como que la fatima era en realidad facundo o cosa x el estilo...En uno d tus comentarios me dijiste q escribes cosas q pueden pasar... y esta es una de ellas, cual era mas puta la Fatty q cobra o la otra tipa q se cargo el amigo del Gonzalo Bilbao??? la misma chola con otra pollera ... lo fascinante del cuento es la volcada de la tortilla jajajaja. Sentite feliz q tus cuentos causan tantos puntos d vista q da gusto leer.....!!!! Salu2
ResponderBorrarPues a mí me gustó. Es cierto que el final es "predecible" pero eso no quita que la narración sea ágil y que los personajes estén bien elaborados. A los 32 pasan cosas así, (jaja no me pregunten cómo lo sé a mis 22, pero lo sé).
ResponderBorrarBien pero tus críticos no?
Abrazos cumpa queriu.
Sakura: Así nomás es; el amor es un juego en el que quien más probabilidades de perder tiene, es aquel que se enamora primero. Jodido, ¿no?
ResponderBorrarVania: Los valses y los boleros también hacen parte de mis recuerdos; algo de romántico debo tener, al fin y al cabo.
Anónimo: Gracias por el comentario y la observación. Ahora que, si bien el cuento es totalmente ficcional, me base en un caso similar. Resulta que un amigo, al visitar uno de estos lenocinios clandestinos, se topó con su hermana. A veces no deben ser tan cuidadosas. De todas formas, muchas gracias.
Vero: Sí, creo que desde el título ya se sabe hacia donde apunta la trama. Y no seas tan exagerada, che. Un abrazo.
Bis: Muchas gracias por el comentario; y sí, te doy la razón, este cuento carece de algo, pero aún no sé de qué, por eso mismo, lo pongo a cosnideración de todos, para que con sus críticas me ayuden a redondearlo. Esto de los blogs tiene una gran ventaja para los que escribimos: contamos con muchos editores de estilo gratuitos. Por otra parte, debo corregirte algo. Parece que no te enseñé muy bien lo de la verosimilitud. El reflejar o retratar fielmente la realidad no hace verosímil un texto. Cada texto crea su propia autoreferencialidad; en ese sentido, la verosimilitud implica no traicionar el mundo ficcional creado. Bueno, aquí me detengo, pues son pajas teóricas que podemos charlas en vivo, con más calma. Gracias, viejito.
Cristi: Gracias. He publicado un libro de cuentos y algunos ensayos y crónicas en una revista literaria. Publicar, por lo menos en Bolivia, es bastante difícil.
Leslie: Gracias por la defensa. Siempre habrá gustos variados, en todo; así, es natural que algunos gusten del texto y otros no. Sin embargo, las críticas siempre son bienvenidas, pues ayudan a mejorar. Un abrazo.
Marco: Utaaaa, conste que yo lo escribí a mis 29. Como ya dije, las críticas siempre son bienvenidas. Salud, Marquiño, y gracias por el comentario.
Con gusto. Existe alguna forma de accesar a tus escritos aparte de tu blog?
ResponderBorrarAhora,las críticas son buenas y correctas...pero vos también tienes la culpa,porque nos acostumbraste a leer cosas exelentes , y cuando narras algo "menor" lo notamos al cacho...
ResponderBorrarquizas tu compulsividad para escribir hace que a veces te apures en publicarlo,no lo revises bien o cuentes algo más o menos intrascendente...
Es cierto que los blogs en cierta forma son positivos,pero también te obligan a laburar mucho para no perder ritmo,y ahí puedes caer en el error de publicar por publicar.
Pero a los creadores se los juzga por sus mejores obras,no por las otras ¿No ve?
Hollbruck: Cuando era adolescente me gustaba una niña muy hermosa; como soy tímido, no podía acercarme a ella. Por su parte, la changa sólo me despreciaba; sus miradas eran como puñales bien dirigidos. Luego comprendí que eso es mejor a que ni siquiera te den una mirada de desprecio. Bueno, tanta perorata intimista apunta a que me gusta que me critiquen, bien o mal, pues es preferible a la indiferencia. Creador aún no soy, por eso puedo darme el lujo de publicar en mis arranques de inseguridad y valerme de las críticas de los lectores para pulir la escritura. Quien me juzgue, bienvenido es; quien me critique, apreciado es. Un abrazo, viejo.
ResponderBorrarCristi: En breve, por correo, te enviaré algunos cuentos. Un abrazo, chascañahuisita.
ResponderBorrarA veces subestimamos el poder de las palabras. Si no fuera así, jamás diríamos algunas cosas que pueden llegar a convertirse en hechos. Fatty cedió, más por librarse del borracho que por gusto. Una cosa. Si Fátima cedió por librarse, quiere decir que no lo hizo por el poder de las palabras. Por lo demás el cuento me pareció excelente, podría tomar distintos rumbos y lo que sucede siempre sorprende. Al final adquiere sentido el primer párrafo, además del escote y el excesivo maquillaje. Gracias por compartir el cuento.
ResponderBorrarMi comentario de lo más ingenuo, ¿no? Bueno, quiero decirle a Bis que es totalmente probable que el tipo se ponga a llorar en la puerta del 12B. Cuando desbordan las pasiones a muchos se les va a al carajo la hombría, me encanta estudiar la personalidad y no dudo que así sea.
ResponderBorrarEduardo, tú eres psicólogo, sabrás lo que dices. Sólo puedo agradecerte por el comentario, siempre tan valioso. Un abrazo, viejito.
ResponderBorrarche y la faty donde estará a hora no? tenía re buenas lolas y andaba siempre buscando marido, hasta que se cansó cuando la plantaron, y eso fue por queres ser "una rubia del montón"...
ResponderBorrarel bilbao era una huevada pues era hecho el pendex, pero a pesar de todo no se merecía esa deschapada... él sólo quería completar el rompecabezas: trabajo, profesión, auto, casa perro, niños ... y le faltaba una pieza del rompecabezas de su vida... lastima, hubieran hecho buena pareja y cuando los hubiera visitado, no quiero pensar mal, pero por ahi la faty me hacia la gauchada como a veces en el depar...
saludos,
r
Bueno, Ron, la Fatty ahora labura en el Ketal, en la caja 8, para ser exactos. Tienen las mismas buenas lolas, pero ya no las alquila; sin embargo, si te consigues un llavero de Mercedes y, hecho al opa, lo sacas el rato de pagar, fija que te hace ojitos. El Bilbao ya está calvo, pero sigue siendo un borracho. Buen tipo es. Un abrazo.
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