La Paz, caótica, conflictiva. Y así, del mismo modo caóticas y conflictivas vidas que se mueven dentro de su vientre y que en él también terminan. Muchas de ellas, la mayoría, son anónimas existencias urbandinas, invisibles sus problemas, invisibles sus alegrías, en medio del caos y la tensión de la barroca ciudad pluri/multi. Como la de esa mujer hallada en un basural y, supuestamente, enterrada en una fosa común, sin que hubiese habido ser alguno que reclamase por su cuerpo, ni autoridad que se preocupase por investigar las causas de su muerte. Quién fue, no lo sé, pero por lo menos intentaré imaginarla, destacarla del caos, sin negarlo; así, aunque anónima, quedará algo similar a una constancia de su existencia.
Anónima
Dios, tan insignificante en el universo, tan enorme en el templo, a través de las palabras que siglos atrás dictase a algunos diligentes secretarios, santos todos, ahora, y que, mucho después, gracias al ingenio humano, específicamente de un alemán, que inventó la forma de reproducir el enunciado divino, y también los humanos, para que fuera leído por los que supieran, pudieran y quisieran hacerlo, se tornase libro, best seller, por cierto, intitulado Biblia, le había hecho creer que los últimos serán los primeros; y ella, en su ingenuidad e ignorancia, pero también, y es importante reconocerlo, con una fe auténtica, inmensa, de esas que, si bien no pueden mover montañas, por lo menos hacen tener la certeza de que sí pueden hacerlo, sin considerar los contextos, aceptando literalmente la sagrada sentencia, se regodeaba en su miseria, esperando, con seguridad plena y fervorosa, ya que siempre había sido la última en todo, incluso por voluntad propia, ser la primera cuando Dios decidiera escuchar las peticiones de sus creaturas, sin considerar, o haciéndolo pero inmediatamente rechazando, que la vida, o, mejor dicho, lo que en ella se aprende, que no es otra cosa, al fin y al cabo, más que una sumatoria de obviedades, más comúnmente llamada experiencia, se había empeñado en demostrarle, día tras día, evidencia tras evidencia, hasta agotarlas todas y, aunque en distinto orden, repetirlas nuevamente, igual que los argumentos, también uno tras otro, una vez su número finito, haciendo abuso de la redundancia, exceso, en este caso particular, tan innecesario cuanto insuficiente, que los últimos siempre serán los últimos y los primeros serán siempre pocos, más aún si el que pertenece a los últimos, tal era su condición, es amante de uno de los primeros, por ende, condenada al anonimato eterno, sin que este adjetivo califique exageradamente al sustantivo previo, pues, siendo anónima no figurará, gracias a las influencias del amante, privilegio de los primeros, en registro alguno, siendo enterrada en una fosa común, sin lápida que acredite su paso por el mundo, luego de que, cansada de su ignota condición de divertimento extramarital, llamase a la casa del amante para contar a la esposa, también de los primeros, obviamente, que era ella, una de los últimos, la causante de esa sonrisa post eyaculatoria con la que su marido llegaba a casa, inundado de un extraño buen humor que, al enterarse él del diálogo/confesión/denuncia/venganza que ella, la anónima, con desatino perverso, inició, sostuvo y terminó, ocasionando una, indigna de su condición, pelea épica entre la pareja de primeros, cambió radicalmente, transformando la sonrisa extasiada en mueca iracunda y las caricias clandestinas en golpes brutales, hasta que, ya desvariando, oscilando entre la furia y el placer, con todo el poder que sus masculinos y primeros músculos otorgaron a sus obesas manos, él apretase el delicado cuello de la fervorosa última y, así, diese por terminada la relación furtiva.
Anónima
Dios, tan insignificante en el universo, tan enorme en el templo, a través de las palabras que siglos atrás dictase a algunos diligentes secretarios, santos todos, ahora, y que, mucho después, gracias al ingenio humano, específicamente de un alemán, que inventó la forma de reproducir el enunciado divino, y también los humanos, para que fuera leído por los que supieran, pudieran y quisieran hacerlo, se tornase libro, best seller, por cierto, intitulado Biblia, le había hecho creer que los últimos serán los primeros; y ella, en su ingenuidad e ignorancia, pero también, y es importante reconocerlo, con una fe auténtica, inmensa, de esas que, si bien no pueden mover montañas, por lo menos hacen tener la certeza de que sí pueden hacerlo, sin considerar los contextos, aceptando literalmente la sagrada sentencia, se regodeaba en su miseria, esperando, con seguridad plena y fervorosa, ya que siempre había sido la última en todo, incluso por voluntad propia, ser la primera cuando Dios decidiera escuchar las peticiones de sus creaturas, sin considerar, o haciéndolo pero inmediatamente rechazando, que la vida, o, mejor dicho, lo que en ella se aprende, que no es otra cosa, al fin y al cabo, más que una sumatoria de obviedades, más comúnmente llamada experiencia, se había empeñado en demostrarle, día tras día, evidencia tras evidencia, hasta agotarlas todas y, aunque en distinto orden, repetirlas nuevamente, igual que los argumentos, también uno tras otro, una vez su número finito, haciendo abuso de la redundancia, exceso, en este caso particular, tan innecesario cuanto insuficiente, que los últimos siempre serán los últimos y los primeros serán siempre pocos, más aún si el que pertenece a los últimos, tal era su condición, es amante de uno de los primeros, por ende, condenada al anonimato eterno, sin que este adjetivo califique exageradamente al sustantivo previo, pues, siendo anónima no figurará, gracias a las influencias del amante, privilegio de los primeros, en registro alguno, siendo enterrada en una fosa común, sin lápida que acredite su paso por el mundo, luego de que, cansada de su ignota condición de divertimento extramarital, llamase a la casa del amante para contar a la esposa, también de los primeros, obviamente, que era ella, una de los últimos, la causante de esa sonrisa post eyaculatoria con la que su marido llegaba a casa, inundado de un extraño buen humor que, al enterarse él del diálogo/confesión/denuncia/venganza que ella, la anónima, con desatino perverso, inició, sostuvo y terminó, ocasionando una, indigna de su condición, pelea épica entre la pareja de primeros, cambió radicalmente, transformando la sonrisa extasiada en mueca iracunda y las caricias clandestinas en golpes brutales, hasta que, ya desvariando, oscilando entre la furia y el placer, con todo el poder que sus masculinos y primeros músculos otorgaron a sus obesas manos, él apretase el delicado cuello de la fervorosa última y, así, diese por terminada la relación furtiva.
Crudo, pero así no más es la vida... y hasta podría ser tan real...
ResponderBorrarSerá que este tipo de anonimatos es un síndrome de ciudades grandes?, sin embargo esta nuestra gélida ciudad no es, específicamente, un ejemplo de ciudad "grande". O es que es un imaginario urbano ya arraigado en las mentes de sus habitantes?
Saludos
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ResponderBorrarPuede que nuestra ciudad no sea extensa, pero sí es intensa. Nues tra relación con ella no se basa en códigos, ni siquiera similares, a los que emplearía un cochabambino, por ejemplo.
ResponderBorrarSin embargo, es cierto que lo de urbe "grande" es un imaginario; activado, sobre todo, por el contraste, percibido por los migrantes del campo, entre la mínima dimensión de los poblados altiplánicos y la impresionante y densa hoyada. Además, debido a las condiciones históricas, esta ciudad también fue instaurada en el imaginario de los habitantes del interior como "la metropoli" de Bolivia.
Ahora bien, el anonimato es un fenómeno de la modernidad; la tecnología ha cambiado las formas de interrelacionamiento humano. Imagínate, hace cincuenta años, en vez de estar escribiendo estas líneas, hubiese estado en alguna plaza, conociendo gente, haciendo amigos, minimizando anonimatos. Nos encerramos en nuestros mundos (chat, tv, play station, dvd, etc.) reales o ficticios, y no nos interesamos por el mundo del vecino.
Pescuezo suave como tallo de rosa primaveral, aunque con espinas, de esas que pinchan la risa esa post orgasmica, la mirada de la titular que rie sobre el cuerpo de la anonima. El pis de esta última mojando los calzones con aires de esperma angustiado, revoloteando sin camino.
ResponderBorrarElla, como muchas, paceña, prima de la amante del raticida, hermana de la mal llamada pildorita.
Ella pescuezo de pollo retorcido, pomulo hundido en puñete de empanada...Ella...tal vez alguien ría en una disección y toque nuevamente su piel, esta vez de lija y en algún lado, así llena de cosquillitas, se emocione y se ilusione abrazando su vació al mandil de algún estudiante de medicina, sin importarle las manchas de salteña que gotean en su panza abierta
Utaaa, me antojé salteñas. Qué desubicado, ¿no? Pero no puedo con mis hambrunas de media tarde.
ResponderBorrarGanja, ¿ya te liberó la policía?
jejej sip, pague unas coimitas...por ahí en especies
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