diciembre 08, 2006

El santo de los verdaderos milagros



Cuando el doctor Loza dictaminó que el himen de Facunda estaba intacto, las señoras que presenciaron el examen cayeron postradas ante ella. Agarrando alguna parte de su pollera o su blusa, rezaban, en medio de sollozos, avemarías y padrenuestros. Y la noticia corrió tan rápido que en menos de una hora la casa de los Loza estaba atestada de personas, todas ansiosas por ver y tocar a la negrita Facunda. El párroco, anoticiado de tal prodigio, inmediatamente dispuso el traslado de Facunda a la iglesia, arguyendo que el sagrado recinto ofrecía mayor comodidad a los visitantes, además que, dada la cantidad de gente, el mobiliario de los Loza podría resultar dañado; pero en realidad el Padre Julián olió que de eso, milagro o no, se podía sacar un buen dinero.

En la iglesia, el padre Julián organizó las cosas de la mejor manera posible: ayudado por siete sacristanes hizo que la gente formara una fila y uno por uno iban ingresando a la oficina parroquial, previo depósito “voluntario” de diez pesos en la alcancía, para rezar y pedir favores a la virgen negra. Después de tres días, la gente del pueblo, siempre predispuesta a los desbordes demostrativos de alegría, tristeza o fe, comenzó a exigir que a Facunda se la ubicara en un altar. Luego de algunas discusiones con el cura, se determinó que el mejor lugar sería el que ocupaba San Ramón Nonato, pues nadie tenía en la memoria que dicho santo haya cumplido algún favor. Todo habría seguido ese curso de no mediar la intervención del doctor Loza, quien, a duras penas, logró hacerles ver que Facunda necesitaba permanecer en su casa por lo menos hasta después del parto. Así, la negrita fue trasladada en medio de una procesión hasta la casa del galeno.

Facunda, que no había pronunciado palabra desde que comenzara todo el alboroto, parecía extraviada en otro mundo. Seguramente no comprendía nada de lo que le estaba pasando y prefería zambullirse en el río de los recuerdos, dejándose llevar por la corriente hasta aquellos días felices en los que ayudaba a su madre en la cocina, medio jugando medio enserio, trazando caminitos con los dedos en las gamuzadas ollas maquilladas por el fogón, cuando apenas tenía cuatro años. Esos fueron los mejores momentos de su vida y sólo se prolongarían en el recuerdo, pues una tuberculosis reservó plaza en el cementerio para su madre, haciéndole pagar el servicio con tres meses de agonía. Facunda quedó al cuidado de su padre, un negro mañudo que se ganaba la vida, y también la desperdiciaba, comerciando alcoholes y coca. El negro Isidro, tal era su nombre, tuvo que empezar a realizar sus viajes cargando, además de la coca y el alcohol, a su Facunda. Así pasaron unos cinco años, hasta que un malentendido, que acabó en cruce de cuchillos, determinó que Isidro se desangrase por la yugular, allí en Lomas Verdes. Ya que eran los más pudientes del pueblo, los Loza recogieron a Facunda y le dieron un hogar. La negrita se fue ganando el cariño no sólo de su nueva familia, sino también el de todos los vecinos del lugar, pues su desmesurada inocencia, que colindaba con el retraso mental, no podía inspirar más que simpatía. Años más tarde, mientras Facunda estaba lavando ropa en el río, en medio de malestares y dolores en el vientre, sintió la sangre caliente que salía de su entrepierna. Se asustó y pensó que se iba a morir. Corriendo se fue a la iglesia y llorando se puso a rezarle a una imagen empolvada: “San Ramón, por favor, te ruego que me cures, no me quiero morir como mis papás, has que pare de sangrar, que ya no me duela. Yo me porto bien, siempre te dejo velitas, por favor, curame.” Y con tanto fervor rogaría Facunda, que el sangrado cesó en el acto y nunca más volvió a tener otra menstruación. Sin embargo, quizá por no haber divulgado el favor del santo, a los tres meses, su vientre comenzó a crecer. “Con quién te has revolcado, ¡negra mañuda!” Así fue interrogada Facunda por la señora Loza, y como ella respondía, entre sollozos y visibles muestras de perturbación, “con nadies, con nadies”, presumieron que había sido violada. Algunas vecinas, ansiosas de chismes, los visitaron, dizque para consolar a la familia, de tal suerte que pudieron presenciar el examen que le realizó a Facunda el doctor Loza. De esa manera, perdida en sus recuerdos, la virgen negra se encontraba recluida en su cuarto, viendo como día tras día su vientre crecía.

Al séptimo mes de embarazo Facunda fue atacada por la viruela y, aunque pudieron controlar la enfermedad, era necesario practicarle una cesárea. La operación implicaba mucho riesgo por lo que el doctor recomendó enviar a Facunda a la capital, pero las pasiones desatadas por la algarabía milagrera impidieron llevar a cabo esa intención. Prácticamente obligado por los pobladores, el doctor Loza tuvo que realizar la delicada intervención. El sietemesino, tan negrito como su madre, nació muerto. “Menos mal, feo hubiera sido un Jesús negro”, comentó alguna desubicada. Sin embargo, no por eso Facunda dejó de ser virgen, por lo cual, a pesar de las protestas y argumentos científicos del doctor Loza, la instalaron en el antiguo altar de San Ramón Nonato.

Ni siquiera el cura apoyó al doctor, más aún, él fue el principal promotor de la entronación, sobre todo cuando los creyentes comenzaron a dejar en la Iglesia costosas joyas y finas telas para ataviar a la virgen negra, además de una infinidad de manjares destinados a la alimentación de la efigie viviente, la cual apenas llegó a probar algunos bocados de tales delicias, ya que la mayor parte se quedaban en la cocina de la casa parroquial. Sin embargo, en honor a la verdad, aunque se le hubieran ofrecido los banquetes más espléndidos la negrita no habría podido disfrutarlos, pues dado que no le dieron el tiempo de reposo necesario, el débil cuerpo de Facunda comenzó a cederle paso a la muerte, de tal forma que ésta llegaría dos semanas después, montada en negros nubarrones que opacaron el verano del lugar.

Obviamente, los pobladores de Lomas Verdes decidieron que se la debía embalsamar de la mejor manera posible y devolverla a su altar, previo velorio en capilla en capilla ardiente que tendría que durar, debido a la sagrada condición de la difunta, una semana de llantos y oraciones. Casi novecientas personas estuvieron en el primer día del velorio; esa cantidad se fue reduciendo hasta que el quinto día sólo quedaron la señora Loza y unas cuantas vecinas, las cuales, naturalmente vencidas por el sueño, nada pudieron hacer para impedir que el Opapeño, un demente que vivía en el monte como animal salvaje, en un acto necrofílico desflorara a la difunta. Si no fuera por sus ágiles piernas y su habilidad para ocultarse en la maleza, el Opapeño hubiera sido despellejado vivo por una turba enardecida, que intentó hacer justicia al enterarse del nefasto suceso.

“Si ya no es virgen, ya no merece el altar”, dijo el padre Julián, y muchos compartieron su opinión, pero otros pensaban que a pesar de la contingencia, la negrita no había perdido su casta condición. Los debates al respecto se prolongaron tres meses y hubieran durado más, de no advertir alguno de los que seguían visitando el embalsamado cuerpo de Facunda que su vientre comenzaba a crecer. Inmediatamente, el cura organizó las cosas. Se instaló el cuerpo de Facunda en el altar y se inició una serie diaria de misas y oraciones hasta el noveno mes del prodigioso embarazo. Como no había otra forma, el doctor Loza tuvo que practicar una nueva cesárea. El bebe, menos negro que su difunto hermano, nació sano y llorando. “Este mulatito me va a sacar de la pobreza”, pensó el cura. A una mujer, cuya hija había muerto a los pocos días de nacida, se le encomendó la lactancia del nuevo ocupante del altar. Se le exigió, so pena de lapidación, que no descuidara al niño ni un minuto; ella, en parte por temor, en parte por devoción, aceptó sin reclamar. Así comenzó otra ronda de debates, la polémica se centraba ahora en cuál debía ser el nombre del niño. Facundo, Isidro, Mateo, Marcos, Juan, Lucas y hasta Jesús, fueron los nombres sugeridos, y habría sido una discusión que probablemente hubiera terminado en muertes, de no ser porque la nodriza, urgida por su acostumbrado desagüe de media noche, dejó solo al niño en el altar, momento que aprovechó el Opapeño para recoger a su hijo y llevárselo al monte, de donde nunca más volvería a salir, para pesar de los bolsillos del cura.

Después de la lapidación, la gente retornó a sus actividades diarias. Pero a los pocos días, una lluvia, acompañada de vientos huracanados, comenzó a derrumbar casas. La gente temió que fuera un castigo de Dios por haber permitido la desaparición del milagroso bebé, por lo que, los que cabían, se instalaron en la iglesia y en medio de cánticos y oraciones imploraban el perdón divino. Uno de los que no pudo entrar a la iglesia fue a dar la vuelta para tratar de ingresar por el traspatio y ahí, tirada, con rastros de sangre seca en los ojos, encontró la efigie de San Ramón. Emocionado, levantó al santo y gritando a la gente, “San Ramón ha llorado sangre, por eso Dios nos castiga”, lo metió hasta la iglesia. De mala gana, el cura organizó las cosas. Limpiaron el embarrado cuerpo del santo y luego de oficiar una misa en su nombre, lo entronaron nuevamente en su altar, momento en el cual comenzó a amainar el temporal. A los pocos días, mandaron a hacer una plaqueta en bronce, la cual permanece hasta la fecha, en el segundo altar izquierdo de la iglesia de Lomas Verdes, y que a la letra reza: “San Ramón Nonato, santo de los verdaderos milagros”.

13 comentarios:

  1. Espero que este guardando con candado estas piezas...
    Saludos.
    Arturo von Vacano

    ResponderBorrar
  2. Biensito. Tiene sazón de realismo mágico. Eso me hace recuerdo a Edmund Peace Soldán y su generación McOndo que critica duramente a los escritores post-Gabo. Yo aún no me convenzo que sea "necesario" archivar al R.M.
    En nuestra sociedad al menos se tiene grandes minas de historias por ser explotadas. ¿Debe el escritor portarse menos mágico? ¿Quién puede decir lo que es necesario en la literatura?¿Realmente existe una generación McOndo? ¿Y los Otros, seremos capaces de abrir un camino distinto al de los VIW´s? ¿Hablaré de puro envidioso?
    Fuera de joda, es un tema muy interesante esto de las generaciones que vienen después del boom. ¿A dónde van? ¿Quienes son?
    Upa. Me alargué demasiado.
    Un abrazo

    ResponderBorrar
  3. Hermosa historia... Me encanta el realismo mágico. Nuestra historia latinoamericana, ya de por si es realista y mágica a la vez.

    Saludos.

    ResponderBorrar
  4. Me había olvidado lo que se siente leer textos con aires de realismo mágico. Simplemente mágico...Habrá que preguntarse que pasó con el negrito che, seguro que desde el monte encabezo una especie de moviemiento guerrillero y murió ajusticiado por el ejercito bien entrenado con fondos del imperio..

    ResponderBorrar
  5. Hermoso cuento. Te traslada a una época sin época, ahí detenida en el tiempo. Puede haber pasado hace unos días como hace medio siglo. Como dice la Cristi, eso es lo lindo de Latinoamérica, vivimos en diferentes épocas al mismo tiempo y somos en esencia realismo mágico.

    ResponderBorrar
  6. Realismo mágico... creo que eso describe todo lo que fue el cuento... aunque la verdad al principio no sabía de lo que hablaban... =P

    Concuerdo con Ganjar... simplemente mágico! =)

    ResponderBorrar
  7. Arturo: Yo no guardo nada con candado, porque soy tan despistado que puedo perder la llave. Gracias por la visita.

    Pablo: Lo de Mc'Ondo fue más una necesidad de liberarse de la sombra inmensa de los escritores del Boom. Coincido contigo; no creo que sea necesaria una ruptura tan radical para proponer formas nuevas; pero claro, considerando que esos escritores están inmersos en el mercado editorial, han debido creer que haciendo pública y explícita su afiliación a una nueva corriente literaria latinoamericana, podrían crearse un nicho de mercado y captar la atención de cierto tipo de lectores. Cuestión de marketing, nada más. Un abrazo.

    Cristi: Gracias por el comentario. La magia de esta parte del mundo es nuestro alimento y, a la vez, nuestro veneno. Sin embargo, gracias a esa tensión, a esa crisis constante, el espacio ficcional latinoamericano siempre podrá generar propuestas nuevas.

    Ganja: Yo creo que el mulatito, por influencia genética, se ha debido volver cocalero y, hoy por hoy, debe estar ocupando un lugar en la Asamblea Constituyente. Un abrazo.

    Cápsula: Gracias por el elogio. Es un cuento viejo, lamentablemte ya publicado. Digo esto porque al releerlo he descubierto tantas fallas en el manejo de los tiempos verbales, que me agarró una vergüenza enorme. En fin, lo hecho, hecho está. Saludos al celeste guatón.

    Sakura: Qué pasa pues? ¿Nunca leíste a G.G. Márquez, Juan Rulfo, Ramón Rocha, etc.? Personalmente, lo que me metió definitiva e irremediablemnte en la literatura, fue el realismo mágico. Puuucha, y La Paz tiene tanto de eso... Un abrazo.

    ResponderBorrar
  8. jajaja ta bueno el cuento de la "virgen" negra y el mulato cocalero asambleista ;) bien divertido ha estado.

    ResponderBorrar
  9. Ergoth: Lo del mulato asambleísta ya da para otro cuento. Así nomás surgen las ideas. Gracias.

    ResponderBorrar
  10. Me quedé con la frase inicial de "cual es el santo".
    Pues mira, "charlando unos vinos" una vez, Barriga y Echazú llegaron a la conclusión de que el santo tariejeño por excelencia no es el patrono San Roque (ese que curó leprosos y cuya fiesta es un delirio de septiembre) sino San Plácido. Porqué? Primero por el nombre, segudno porque está acostado y para rematarla tiene una botella de tinto en la mano....
    Esos son santos de verdad.
    Salud.

    ResponderBorrar
  11. Ja ja ja. Claro, Marco, y no hay que olvidarse del desaparecido San Pedro, de San Güichito (el de Condorito), o de ese que, en realidad, no sé si lo canonizaron, pero que generalmente es invocado por los cholos urbandinos: San Putas. Un abrazo.

    ResponderBorrar
  12. Alimento y veneno, si pues. Somos capaces de creer en cualquier cosa y encima mezclarlo con miedo y morbo. Un gran abrazo

    ResponderBorrar
  13. Así es, Eduardo; además, nos regocijamos en lo mágico, pero, al mismo tiempo, deseamos lo racional del primer mundo. Otro abrazo.

    ResponderBorrar