Corría el año 92, Jaime Paz estaba en el Gobierno cometiendo errores, que no delitos, y yo, ingenuo universitario pseudo idealista, peleaba con mis viejos defendiendo a la izquierda revolucionaria. Solíamos reunirnos los fines de semana en la casa de algún amigo para tomar unos tragos, charlar y escuchar música. Nirvana y los Red Hot eran infaltables en estas ocasiones. No sabíamos un carajo de inglés, pero igual cantábamos y, luego de un par de botellas, bailábamos como si hubiésemos estado en pleno concierto. El folklore sólo se hacía presente cuando algún guitarrero ocasional animaba la velada e interpretaba algunas piezas de los Kjarkas (Sineeellaaa no pueeeeedooo viviiiiiiir...).
Un día, cuando el anfitrión era el Tincho, nos recibió con una sorpresita: “Mi primo me ha prestado un disco de la puuuuta”. Nos mostró el vinilo, era de Savia Nueva, el título del álbum no lo recuerdo, la cubierta estaba gastada y parchada con cinta adhesiva a los costados. Nos miramos escépticos, mas él no se inmutó y puso el disco en el plato. Nos gustó a todos, pero para la farra necesitábamos Nirvana. Al día siguiente, me grabé el disco en un cassette y volví a mi casa para escuchar esa música con más calma. Desde entonces, “el cantar tiene sentido” en mi vida. Esa cinta ya no existe, la devoró una radiograbadora trucha. Sin embargo, antes de que la glotona “aywa” se la zampara, con el Bis ya habíamos memorizado todas las letras y melodías, e incluso tocábamos algunas canciones. Una de ellas, aún presente en nuestras guitarreadas, me acompañó en muchos momentos solitarios y, con toda seguridad, lo seguirá haciendo, pues todo lo que comienza tiene que acabar, y al despertar ya no hay cabellos prestos a la caricia; ese instante la canción vuelve presurosa en el recuerdo y su letra se hace más próxima y propia:
Un día, cuando el anfitrión era el Tincho, nos recibió con una sorpresita: “Mi primo me ha prestado un disco de la puuuuta”. Nos mostró el vinilo, era de Savia Nueva, el título del álbum no lo recuerdo, la cubierta estaba gastada y parchada con cinta adhesiva a los costados. Nos miramos escépticos, mas él no se inmutó y puso el disco en el plato. Nos gustó a todos, pero para la farra necesitábamos Nirvana. Al día siguiente, me grabé el disco en un cassette y volví a mi casa para escuchar esa música con más calma. Desde entonces, “el cantar tiene sentido” en mi vida. Esa cinta ya no existe, la devoró una radiograbadora trucha. Sin embargo, antes de que la glotona “aywa” se la zampara, con el Bis ya habíamos memorizado todas las letras y melodías, e incluso tocábamos algunas canciones. Una de ellas, aún presente en nuestras guitarreadas, me acompañó en muchos momentos solitarios y, con toda seguridad, lo seguirá haciendo, pues todo lo que comienza tiene que acabar, y al despertar ya no hay cabellos prestos a la caricia; ese instante la canción vuelve presurosa en el recuerdo y su letra se hace más próxima y propia:
Cuando mi canto te daba
parecías una hoja
que tiembla por la mañana
cuando el rocío la moja
Ahora tengo en mí tu ausencia
que se queda y es vacío
pero yo soy como el río
que crece en caudal y esencia
y he de buscarte a mi paso
tal vez un día te encuentre...
parecías una hoja
que tiembla por la mañana
cuando el rocío la moja
Ahora tengo en mí tu ausencia
que se queda y es vacío
pero yo soy como el río
que crece en caudal y esencia
y he de buscarte a mi paso
tal vez un día te encuentre...
Tal vez, sólo talvez.
Chilas: No seas opa, comprate el disco de vinilo y escuhalo, creo que te va a gustar. Sí es de Savia Nueva, un grupazo encabezado por los hermanos Junaro. Su música es un acopio de ritmos latinoamericanos; las letras de las canciones, poesía pura. Te lo recomiendo. Un abrazo.
ResponderBorrarEl problema es que no tengo dónde escucharlo, justo ahorita pasé por discolandia, pero se me olvidó confirmar eso. Bueno, creo que iré en un cacho, no tengo mucho para hacer la verdad
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