Hace tres años, también en octubre, el país vivió una situación dramática que determinó un cambio, o el inicio de uno, que sólo el futuro nos develará si fue para bien. Reproduzco un texto que escribí entonces, con la esperanza de que jamás tengamos que vivir algo parecido.
Nuestra sordera
Probablemente se deba a los cañonazos de la Guerra del pacífico, o tal vez a los morteros de la Guerra del Chaco; quizá también hayan cooperado los dinamitazos de la Revolución del 52, y no menos culpa deben tener las miles de balas que los fusiles militares escupieron en tiempos de dictadura. En realidad, no podría definir con exactitud qué sonido infernal fue el que provocó nuestra sordera, tal vez porque ésta es ya tan grave que ni siquiera escucho las voces de la memoria.
Grave problema el de la falta de oído –y lo digo sin escucharme–, sobre todo si aún no nos damos cuenta de la falta de ese sentido –que sumada a la pérdida del sentido común complejiza todavía más nuestra situación–, y creemos dialogar entre nosotros, cuando en realidad lo único que se está produciendo es un monólogo colectivo. Es decir, en este país de sordos el diálogo es sólo una ilusión. Y nosotros, tan ilusos, cuando vemos en las imágenes televisivas a ministros y dirigentes sentados alrededor de una mesa, nos tragamos el cuento de que están dialogando. Claro, como nadie escucha a nadie, necesariamente sobrevienen los enfrentamientos.
Así, no debe extrañarnos lo de octubre, pues es únicamente producto de nuestra sordera. Un presidente sordo, que no pudo escuchar el rugido de millones de estómagos hambrientos; ministros sordos, que no pudieron entender las demandas del pueblo; dirigentes sordos, que no se escuchan más que a ellos mismos; un pueblo sordo, que ya no quiere escuchar más promesas y necesita soluciones inmediatas. Todos estos elementos –cuyo común denominador es la sordera– confluyeron y se magnificaron el pasado octubre.
Si no fuesen sordos, seguro que los militares habrían escuchado los gritos de la víctimas que caían impactadas por las balas de sus fusiles, algo de compasión hubiera aflorado en ellos y probablemente se habrían replegado a sus cuarteles. Si los dirigentes escuchasen, quizá hubieran escuchado lo mismo que tendrían que haber escuchado los militares, y no hubieran seguido enardeciendo los ánimos, empujando al pueblo al matadero. En fin, si nadie fuera sordo, seguro que no hubiera habido muertos.
Que nosotros seamos sordos, ya es un problema; pero que el presidente, sus ministros, los dirigentes o cualquier persona que dirige a un grupo carezcan del sentido del oído, es el caos. ¿Qué les cuesta a estos señores comprarse audífonos? La clase política podría destinar alguito de sus dietas, pluses, bonos y demás extras para adquirir ese pequeño, pero muy útil, artefacto. La clase dirigencial podría utilizar las multas que cobra a los que no acuden a marchas y bloqueos –y que nadie fiscaliza– para el mismo fin. Claro que como mi sugerencia va llegar a oídos sordos, mejor no sigo.
De todas formas, de cuando en cuando, hay detonaciones tan potentes que penetran por las orejas creando la ilusión de sonoridad; sin embargo, esto no hace más que acrecentar el problema. Por ejemplo, las dinamitas del señor Picachuri. Fue tan estruendosa la explosión que pudo tapar el lamento de ocho millones de bolivianos llorando la derrota ante Chile. Pudo ocurrir lo contrario, es decir, si ganábamos, la explosión de alegría hubiera condenado al silencio la inmolación del ex-minero. Pero ocurrió lo que ocurrió: Picachuri apretó el detonador y acalló las bandas preparadas para una maratón folclórica, cosa que no es tan grave como el haber acallado el llanto de viudas y huérfanos de los que perecieron con él. Y ellos no eran “una docena de señores del dinero y del poder”, eran sólo dos funcionarios mal pagados de la policía.
Pensándolo mejor, talvez las orejitas funcionan y en realidad somos –como diría el Papirri– sordos del alma. Digo esto porque sólo con los oídos del alma se puede escuchar el llanto de un país que se desangra. Sólo almas atentas pueden comprender que la patria no se circunscribe a la región de la que somos originarios, sino que comprende un vasto territorio repleto de culturas, de distintas formas de ver al mundo. Lo peor es que para este tipo de sordera no existe audífono que funcione; lamentablemente, este tipo de mal sólo se cura con Octubres. Sí, esta especial sordera no admite paliativos, o se la cura o se la padece. Padecerla es condenarse a una muerte lenta; curarla no es menos doloroso, pero por lo menos nos asegura la esperanza de tiempos mejores. Ojalá, entonces, que ya estemos curados, pues de nos ser así, seguramente tendremos otro Octubre y también un Febrero, un Marzo, un Junio, un Agosto, y claro, también otros Picachuris, otras viudas, otros huérfanos, en fin, otros muertos, de ambos bandos, que por no poder escucharse no se dan cuenta de que son parte del mismo.
Grave problema el de la falta de oído –y lo digo sin escucharme–, sobre todo si aún no nos damos cuenta de la falta de ese sentido –que sumada a la pérdida del sentido común complejiza todavía más nuestra situación–, y creemos dialogar entre nosotros, cuando en realidad lo único que se está produciendo es un monólogo colectivo. Es decir, en este país de sordos el diálogo es sólo una ilusión. Y nosotros, tan ilusos, cuando vemos en las imágenes televisivas a ministros y dirigentes sentados alrededor de una mesa, nos tragamos el cuento de que están dialogando. Claro, como nadie escucha a nadie, necesariamente sobrevienen los enfrentamientos.
Así, no debe extrañarnos lo de octubre, pues es únicamente producto de nuestra sordera. Un presidente sordo, que no pudo escuchar el rugido de millones de estómagos hambrientos; ministros sordos, que no pudieron entender las demandas del pueblo; dirigentes sordos, que no se escuchan más que a ellos mismos; un pueblo sordo, que ya no quiere escuchar más promesas y necesita soluciones inmediatas. Todos estos elementos –cuyo común denominador es la sordera– confluyeron y se magnificaron el pasado octubre.
Si no fuesen sordos, seguro que los militares habrían escuchado los gritos de la víctimas que caían impactadas por las balas de sus fusiles, algo de compasión hubiera aflorado en ellos y probablemente se habrían replegado a sus cuarteles. Si los dirigentes escuchasen, quizá hubieran escuchado lo mismo que tendrían que haber escuchado los militares, y no hubieran seguido enardeciendo los ánimos, empujando al pueblo al matadero. En fin, si nadie fuera sordo, seguro que no hubiera habido muertos.
Que nosotros seamos sordos, ya es un problema; pero que el presidente, sus ministros, los dirigentes o cualquier persona que dirige a un grupo carezcan del sentido del oído, es el caos. ¿Qué les cuesta a estos señores comprarse audífonos? La clase política podría destinar alguito de sus dietas, pluses, bonos y demás extras para adquirir ese pequeño, pero muy útil, artefacto. La clase dirigencial podría utilizar las multas que cobra a los que no acuden a marchas y bloqueos –y que nadie fiscaliza– para el mismo fin. Claro que como mi sugerencia va llegar a oídos sordos, mejor no sigo.
De todas formas, de cuando en cuando, hay detonaciones tan potentes que penetran por las orejas creando la ilusión de sonoridad; sin embargo, esto no hace más que acrecentar el problema. Por ejemplo, las dinamitas del señor Picachuri. Fue tan estruendosa la explosión que pudo tapar el lamento de ocho millones de bolivianos llorando la derrota ante Chile. Pudo ocurrir lo contrario, es decir, si ganábamos, la explosión de alegría hubiera condenado al silencio la inmolación del ex-minero. Pero ocurrió lo que ocurrió: Picachuri apretó el detonador y acalló las bandas preparadas para una maratón folclórica, cosa que no es tan grave como el haber acallado el llanto de viudas y huérfanos de los que perecieron con él. Y ellos no eran “una docena de señores del dinero y del poder”, eran sólo dos funcionarios mal pagados de la policía.
Pensándolo mejor, talvez las orejitas funcionan y en realidad somos –como diría el Papirri– sordos del alma. Digo esto porque sólo con los oídos del alma se puede escuchar el llanto de un país que se desangra. Sólo almas atentas pueden comprender que la patria no se circunscribe a la región de la que somos originarios, sino que comprende un vasto territorio repleto de culturas, de distintas formas de ver al mundo. Lo peor es que para este tipo de sordera no existe audífono que funcione; lamentablemente, este tipo de mal sólo se cura con Octubres. Sí, esta especial sordera no admite paliativos, o se la cura o se la padece. Padecerla es condenarse a una muerte lenta; curarla no es menos doloroso, pero por lo menos nos asegura la esperanza de tiempos mejores. Ojalá, entonces, que ya estemos curados, pues de nos ser así, seguramente tendremos otro Octubre y también un Febrero, un Marzo, un Junio, un Agosto, y claro, también otros Picachuris, otras viudas, otros huérfanos, en fin, otros muertos, de ambos bandos, que por no poder escucharse no se dan cuenta de que son parte del mismo.
jodido hermano...jodida y dolorosa sordera
ResponderBorrareste artículo va como anillo al dedo con lo ocurrido ayer en Huanuni, por lo visto seguimos sordos o mejor dicho... nos pagan para seguir haciéndonos los sordos!!!! (a mi parecer la segunda es kit del asunto)
ResponderBorrarQué podrá curar ese tipo de sordera?, todavía más bulla como la marcha en Cochabamba? o el silencio mortal...
Creo que esta caricatura da un poco de contexto a lo anterior, visiten la página:
ResponderBorrarhttp://chicolarva.blogspot.com/2006/09/se-viene-octubre.html#links
Saludos
Jodida sordera, cierto. ¿Qué hacer para curarla? No sé, honestamente, no sé.
ResponderBorrarNos llenaron tanto las orejas de promesas que ahora preferimos no escuchar... Hermoso texto compañero... hermoso.
ResponderBorrarMarco: Sin embargo, en Mexico DF, en un gaffiti se puso: "Basta de realidades, queremos una promesa".
ResponderBorrarAcabo de leer tu tetxo "BASTA DE POLÍTICOS, NECESITAMOS POETAS", recién llegadito de escuchar "Pulga presidente" en una presentación de Atajo, además. Me hizo recordar lo que dos poetas anónimos dejaron "posteado" en el baño del AveSol hace varios años. Uno escribió: "Vivan los malos poetas, gracias a ellos seguimos escribiendo." A la semana siguiente, otro le contestó: "Los malos poetas no existen; poetas los hay o no."
ResponderBorrarLa cosa es jodida. Sólo pongámonos a pensar que tenemos un Pedro Shimose radicando en España hace varias décadas, y ni siquiera ha sido mencionado su nombre para considerar la posibilidad de nombrarlo embajador. Lo de Coco Manto es una excepción que confirma la regla. En otros países, México por ejemplo, priorizan a los artistas para que sean sus prepresentantes en el mundo, ya que estos son los que mejor conocen la cultura de sus pueblos por el sencillo motivo de que son parte de ella.
esta sordera me recuerda tanto a la amnesia histórica de la que sufrimos casi todos los países que pasamos por la grave etapa de revolucionar la vida y la justicia, de poner en alto la verdad y la libertad...
ResponderBorraramnesia, sordera...
a la final somos cada ser humano los que hacemos este destino que es más tortuozo que optimista...
Creo que Marco tiene un buen punto, porque la gente ha quedado astiada con tanta melosería en la oreja... que ahora prefiere simplemente pensar que su mundo es ajeno a todo lo demás.
ResponderBorrarAdemás tenemos que reconocer el mérito de los medios de comunicación en esta labor, ellos realmente cumplieron su objetivo de difundir... solo que llegaron al extremo de la saturación, generando así la sordera y también la amnesia histórica, o sino por qué es que creen que todos los gobernantes deben ser como los anteriores que luego de matar van a dar el "sentido pésame" a las familias dolientes... es eso o no amnesia histórica?
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ResponderBorrarEn algunos casos la sordera del alma se agrava con dos ingredientes es: el ismo televisivo de los "desinformativos" amarillistas y la pelotudez leve de algunas personas que se creen todo lo que estos pseudo istas desinforman. Imaginense esa combinación. Grave la cosa.
ResponderBorrarAsí es compañero... pero bueno, hagamos campaña para que pulga por lo menos sea embajador, jeje. Saludos.
ResponderBorrarCheqa: "El pueblo no tiene memoria", según un dicho popular. Por lo menos aquí, eso ha quedado demostrado. Elegimos, democráticamente, como Presidente a un ex dictador. Eso sólo por citar un ejemplo. También está el caso del Perú, recién nomás han posesionado a un Presidente que había sido destituído por corrupto. Un filósofo, cuyo nombre no recuerdo, dijo que "los que son tan inteligentes como para no meterse en la política, sufren el castigo de ser gobernados por los más estúpidos". Así nomás había sido.
ResponderBorrarSakura y Cápsula: Hace tiempo, en un red televisiva, la presentadora de noticias (luego devenida candidata vicepresidencial) decía: "Nosotros informamos, usted opina". Si lo que informan fuera objetivo, la frase tendría un valor inmenso. Lamentablemente no es así. Entonces, se origina un espacio perfecto para que cualquier hijo de vecino ponga un programa y se meta a opinar a diestra y siniestra, lo cual, más que desinformar, es manipular la opinión pública.
yo escucho... escucho y creo que somos miles que escuchamos hace tiempo... las armas están listas y cargadas para defender a nuestra democracia...
ResponderBorrarPD. el shimose es un regionalista que debería desenmascararse como tantos por estos lares... xenofobo, racista, y obviamente sordo...
Ron: Espero que las armas no tengan que ser usadas. Y es cierto, hay muchos que escuchan y que se pronuncian, pero los sordos de arriba no hacen caso.
ResponderBorrarHola!, llegué acá por el blog de otro amigo a quien visitaste Martín bolívar el del "rancho latino", y me gustó tu modo de expresar y decir las cosas.
ResponderBorrarYo creo que no solo estamos sordos, sino también ciegos, pero también somos masoquistas eh? ustedes allí en Bolivia votando y eligiendo políticos que su pasado ya les decía cómo eran, y no sé.. tal vez solo en un pueblo con gravísima sordera se puede dar una alianza como lo fue la del MIR y ADN, y nosotros acá en Argentina también eligiendo la clase de dirigentes que tenemos, como por ejemplo por nombrar uno, la re-elección de Menem, aunque mi papá diga que con él pudo comprarse el televisor y los muebles.
Pero pensádolo bien, ellos no estarían allí si como pueblo no los pusiéramos en esos lugares no?
Sabes? pondré en mi blog el link a tu blog, y estaré visitándote.
Saludos!
Lilian: Bienvenida a este pedacito de La Paz.
ResponderBorrarTienes razón, somos masoquiiiiistas, disfrutamos el dolor, parece. Aunque también somos cobardes; nos refugiamos en la posición de "apolíticos", críticos del sistema, pero no hacemos nada efectivo para cambiar las cosas, nos conformamos, o adormecemos la conciencia, con votar por el candidato "revolucionario", lo que es, a fin de cuentas, simplemente dejar la responsabilidad de nuestros destinos a otros, para no tener que asumirla nosotros mismos. Así, cuando la cosa se jode, nos evitamos el harakiri y preparamos la guillotina.